Señales de vida

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Pero de pronto todo se iluminó. En medio de la noche que invadía el corazón desolado de esa mujer, brilló el sol… el Maestro estaba ahí, tal como había prometido.

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La realidad no podía ser más oscura. ¿No había sido suficiente la tortura de la cruz? ¿No les había bastado condenarlo a muerte y esconder detrás de esa demagogia miserable su codicia y su arrogancia? ¿No habían alcanzado las humillaciones y la crueldad extrema que ahora, además, se habían robado el cuerpo?

En el corazón de Magdalena no cabía más tristeza. Había visto a su Amigo sufrir hasta el agotamiento sin poder ayudarlo, se le había destrozado el corazón oyendo el último hilo de su voz que, desde la cruz, seguía hablando de perdón y regalando consuelo.

Hacía tres días que no paraba de llorar preguntándose cómo iba a hacer para seguir sin la presencia de ese amigo que, sin escandalizarse por su ser mujer, la había hecho sentir escuchada y le había dado a su existencia un sentido que jamás hubiera imaginado. Y cuando pensó que ir al sepulcro con sus perfumes le iba a devolver algo de la paz perdida, se encontró con que ni eso le quedaba.

¿Qué otra cosa podía ser si no un robo? Las vendas y los lienzos en el piso, el sudario tirado en un costado, la piedra de la entrada corrida, eran signos indiscutibles de que se lo habían llevado.

Pero de pronto todo se iluminó. En medio de la noche que invadía el corazón desolado de esa mujer, brilló el sol. Una palabra fue suficiente para que la Verdad quedara al descubierto. Esa luminosa Verdad, que había sido anticipada de tantas maneras pero que tres días antes había terminado sepultada por el desgarro de la muerte, estaba ahí, más clara que el agua. ¿Como no lo había visto antes?

— “María…”

¡No había ninguna duda! ¡Era Él! ¿Como no había entendido? Los lienzos, la piedra de la entrada… ¿Cómo no le habían hecho recordar las promesas de su Amigo?

— “María… María…”

¿Había sido el tono de voz? ¿Había sido el modo de acentuar las palabras? ¿O quizá el gesto inconfundible que acompañó la pronunciación de su nombre? Quién sabe… Lo cierto es que esa experiencia tan personal y cercana acabó con todas las dudas y le dejó de regalo la certeza, la paz y la alegría de la Resurrección.

El Maestro estaba ahí, tal como había prometido. La muerte no había podido robárselos. Ahora estaba clarísimo: los lienzos y la piedra y todo lo que hasta ese momento parecían inconfundibles señales de más muerte y dolor pasaron a ser la evidencia de la contundencia de la Vida

Pero esa convicción no vino ni de los sentidos ni de las promesas recibidas. Surgió del encuentro personalísimo con ese Dios que, en medio de la oscuridad, la llamó por su nombre y le hizo saber que la muerte no había sido el final de nada. Sólo cuando Jesús, vivo-para-siempre, fue una experiencia que tocó la intimidad de su ser, María pudo ver que el Dios de la Vida había cumplido su promesa y estaba ahí, de pie, al lado suyo, nombrándola e invitándola a participar de esa Fiesta Inagotable.

Y entonces, cómo nos pasa a cualquiera de nosotros cuando algo nos enciende el corazón, no pudo hacer otra cosa que salir a contar a todos lo que había visto aquella mañana.

Por María Susana Alfaro // msusana.alfaro@gmail.com
BOLETIN SALESIANO – ABRIL 2020

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