Tiempos inéditos

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Encontrarle sentido al presente desconcertante desde la mirada y el corazón de Dios

Estamos viviendo tiempos inéditos. En el correr de pocos días, la realidad nos dio vuelta. Nos sentimos sumergidos en la incertidumbre y la desazón. Se movieron las seguridades, se cambiaron los intereses, las escalas de valores. Lo que era urgente dejó de serlo, lo innegociable se hizo acuerdo, la grieta se hizo puente, lo indiferente se hizo visible. De repente nos sentimos conectados con el mundo y la humanidad. Caímos en la cuenta, de lo interconectados que estamos todos los seres humanos y todos, con el mundo. Nada de lo que le suceda a los demás, nos es indiferente. 

Nos sentimos bombardeados de información, recomendaciones y publicaciones que buscan hacernos entender la responsabilidad colectiva que tenemos unos de otros. Entendimos que no nos ayuda dejarnos invadir por la ansiedad de querer controlar lo incontrolable, de sumergirnos en la angustia y el pánico, porque condicionan nuestra libertad, nos paralizan y bloquean. Vamos comprendiendo que esta pandemia sólo se puede parar desde el acatamiento en serio, de las medidas preventivas que se van tomando. No tenemos derecho de banalizar la entrega heroica de tantos, que están arriesgando su vida por cuidarnos. Muchos han hecho caso omiso de esto o lo han minimizado, desde la necedad y  la soberbia, que no miden la incidencia del propio actuar irresponsable. 

¿Es posible que Dios se humille a lavar los pies?

Así, ¿qué sentido tiene encaminarnos hacia la Pascua? ¡Qué bueno sería, encontrarle el sentido a este presente desconcertante, desde la mirada y el corazón de Dios! Quizás te pueda ayudar una imagen que quiero regalarte de Sieger Köder, un pintor expresionista alemán. Sus pinturas tienen un profundo significado teológico. Así lo hace con este cuadro: “El Señor lava los pies a Pedro”. Este autor desde su arte, nos invita a sumergirnos en el Misterio de la Pascua que celebramos el Jueves Santo. 

Es una noche especial. Jesús está arrodillado a punto de lavarle los pies a Pedro, justo antes de la Última Cena. Pedro está sentado, sus pies introducidos en el agua. Una de sus manos está suavemente posada con afecto en el hombro de Jesús, indicando la relación de intimidad y amistad que hay entre los dos. Su otra mano la alza escandalizada, como queriendo frenar a Jesús que quiere lavarle los pies. Su cara es de sorpresa. Jesús no puede ver el gesto de Pedro, porque está completamente inclinado, casi humillado, sobre su acción. Los pies de Pedro, sucios de tanta tierra del camino representan su impureza, su vulnerabilidad, su pecado. ¿Cómo es posible que el judío Maestro, se rebaje a hacer ese trabajo de esclavos? ¿Cómo es posible que todo un Dios, se abaje, se humille, hasta lavar los pies de un pecador? 

Dejar actuar a Dios

Podríamos ponernos en el lugar de Pedro. Descalzar nuestra humanidad. Poner encima de la mesa todo aquello que nos avergüenza. En el fondo no somos tan distintos de Pedro. Aquel que negará tres veces a su Amigo, ahora no quiere dejarse lavar los pies. Nosotros hacemos lo mismo y rechazamos toda posibilidad de que quiera limpiarnos. Quizás no reconocemos la necesidad que tenemos de dejar actuar a Dios en nuestra vida y que nos cambie. Pero Jesús insiste, es como si dijera: si no me dejan entrar hasta lo más oscuro de ustedes, aquello que rechazan profundamente de su vida; no descubrirán nunca quién soy. Es precisamente en el agua sucia de nuestra debilidad, donde descubrimos el verdadero rostro de Dios y nuestro verdadero rostro. El Dios de Jesucristo sólo se puede ver a través de las aguas sucias de nuestro pecado, porque es donde Él está, abajándose, humillándose, sanando. “Te basta mi gracia”… Dios elige lo más bajo de nosotros para amarnos. Sólo a través de nuestra vulnerabilidad, su rostro se desvela como Aquel que nos ama incondicionalmente. 

Este mismo Jesús está lavando nuestros pies, en tantas personas que hoy encarnan su servicio. De muchos no conocemos sus nombres, de otros sí. Podemos también cada uno de nosotros ocupar su lugar, inclinarnos y dejar que nuestro rostro se refleje en el agua turbia de esta humanidad sufriente para aliviar, cuidar y sanar tanta vida herida que clama liberación. Cada uno, encontrará el modo de servir como el Nazareno. No importa el lugar ni el tiempo, sólo recrear sus gestos, sus simples pero sacramentales gestos, que lo hacen presente hoy entre nosotros. Entonces, se nos abrirá un nuevo horizonte y sentido de trascendencia, si salimos de nosotros mismos para servir al otro, en el Otro – Jesús     

Por Marta Riccioli, fma

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