¿Qué se necesita para ser santo?
Por Braian Fernández
bfernandez@donbosco.org.ar
Muchas veces pensamos que la santidad es para otros, para los que “hacen todo bien”, los que no se equivocan, los que están en un nivel espiritual al que parece imposible llegar. Como si ser santo fuera algo reservado para unos pocos especiales. Sin embargo, Dios y la Iglesia nos recuerdan que la santidad es una propuesta para todos y nos invitan a hacer de nuestras vidas un camino de santidad.
En este camino de redescubrir que la santidad es posible, las próximas canonizaciones de Carlo Acutis, Pier Giorgio Frassati y María Troncatti le dan mayor fuerza a este llamado. No son sólo un gesto de reconocimiento hacia personas buenas, sino, sobre todo, un signo profético, de esperanza para este tiempo, que nos recuerda que más que un ideal lejano, la santidad es una posibilidad concreta, cotidiana, alegre y profundamente humana.

María Troncatti (1883–1969)
Fue una religiosa salesiana, enfermera y misionera. Entregó su vida a los pueblos indígenas de la selva ecuatoriana, donde vivió más de cuarenta años. Curaba, enseñaba, acompañaba y mediaba en los conflictos. Decía que sacaba su fuerza “de una mirada al Crucificado”. Fue beatificada por el papa Francisco en 2012.

Carlo Acutis (1991–2006)
Fue un pibe italiano, fanático de la compu, los videojuegos y los animales. Usó Internet para evangelizar. Creó una web sobre los milagros eucarísticos que llegó a todo el mundo. A los quince años murió de leucemia. Su lema era: “La Eucaristía es mi autopista al cielo”. Fue beatificado por el papa Francisco en 2020 en Asís.

Pier Giorgio Frassati (1901–1925)
Fue un joven laico italiano, universitario, amante de la montaña y de la acción social. Ayudaba en silencio a los más pobres, repartía comida, abrigo y compañía. Murió a los veinticuatro años. Lo llamaban “el hombre de las ocho bienaventuranzas”. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II en 1990.
Como vos y como yo
De carne y hueso, como vos y como yo. Con sueños, dudas, miedos, ganas de vivir y de entregarse a la causa de Dios. Lo especial de estas tres “santidades” es que no hicieron cosas sobrenaturales, simplemente vivieron a fondo lo que les tocó, con amor. Le pusieron corazón a lo que tenían entre manos, y más que predicar con discursos lo hicieron con con la vida, con gestos, con presencia y alegría. No gritaban verdades, no corregían a los gritos, sino que contagiaban a Dios con su forma de estar.
Cuando leemos sus historias de vida y sus búsquedas, encontramos que un aspecto central en el que se asemejan es que se encontraban con Jesús principalmente a través de la Eucaristía.
Pier Giorgio, por ejemplo, aunque su familia no era muy creyente, nunca dejó de ir a misa ni de rezar frente al Santísimo Sacramento. Carlo, con sus quince años, decía que la Eucaristía era su “autopista al cielo”. Y María, misionera en la selva, encontraba fuerzas mirando el Crucificado.
Esto nos invita a pensar: ¿me dejo encontrar por Jesús? ¿Dónde lo busco? ¿Vivo corriendo todo el día sin frenar para estar con Él?
Estar con Jesús no es solo creer que está, sino dedicarle tiempo real, como se lo damos a un amigo, a una pareja o a alguien que amamos. Ellos lo hacían: paraban, rezaban, celebraban, se dejaban abrazar por la presencia viva de Dios.
¿Qué nos pide Dios?
Una de las cosas lindas de estas historias es que cada uno vivió su fe y la entrega a su manera. No hubo copia, no hubo molde. Pier Giorgio era laico, deportista, universitario, metido en política. Su lugar era la montaña, los barrios pobres, los amigos. Carlo era un pibe que amaba la compu y usó Internet para mostrarle al mundo los milagros eucarísticos. Y María era religiosa, enfermera, y vivió entre pueblos originarios, cuidando y acompañando de cerca.
A veces nos autoexigimos tener que estar en todos lados, hacer todo bien, rendir todo el tiempo, ser los mejores. Queremos ser como tal o cual persona. Pero la manera de vivir de estos santos, nos recuerda que Dios no nos pide eso, sino que seamos nosotros mismos, que lo dejemos entrar ahí donde estamos, con lo que somos, con nuestras cosas buenas y también nuestros líos.
Dios nos pide que seamos nosotros mismos ahí donde estamos, con nuestras cosas buenas y nuestros líos también.
Otro punto para destacar es cómo sus vidas transformaron otras vidas. Pier Giorgio ayudó a su papá a volver a la fe. Carlo cambió la espiritualidad de su familia y María dejó una huella que todavía se siente en las comunidades del Ecuador. Ninguno de los tres buscó ser reconocido: vivieron con tanto amor y verdad que Dios se volvió visible a través de ellos. De hecho, recién en el velorio sus familias y su entorno pudieron tomar dimensión de lo que habían sido, cuando llegaban personas que habían sido transformadas por la presencia de ellos.
Por último, todos eligieron estar con los que menos tienen. No por quedar bien, ni por ideología, sino porque ahí estaba Jesús. Frassati llevaba comida, abrigo y su presencia a los barrios más pobres. Carlo compartía su plata con la gente que vivía en la calle. María vivió toda su vida entre los últimos, curando, enseñando, acompañando. Y no lo hacían para cambiar el mundo entero. Hacían lo que podían, con humildad.
Hoy, más que nunca, necesitamos santos así, santos con zapatillas, con mochila, con ganas de reír, con el corazón expuesto y las manos sucias de servir. Santos que abracen, que escuchen, que vivan el Evangelio sin necesidad de decir muchas palabras.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – SEPTIEMBRE 2025