San Francisco de Sales, en la raíz de la identidad salesiana.
Por Fernando Goicochea, sdb //
fgoicochea@donbosco.org.ar
“Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”. Esta es una de las expresiones más famosas de nuestro José de San Martín. La identidad –más ahora que en aquel lejano inicio de nuestra Argentina– es una necesidad vital. Quienes pertenecemos a la Familia Salesiana, estamos llamados a vivir intensamente el espíritu que Don Bosco bebió del santo de Ginebra, que queda plasmado en el sistema preventivo, en una caridad que “procura hacerse amar”.
Don Bosco elige a San Francisco de Sales
Al tomarlo como patrono y guía de nuestra familia, Don Bosco nos regala un tesoro. La primera casa salesiana lleva su nombre: Oratorio de San Francisco de Sales. Quiere que el nombre de la congregación lleve su nombre: “Nos llamaremos salesianos”. Lo elige como patrono ya que, sin la dulzura y la caridad, no es posible ganar el corazón de los jóvenes.
Como piamontés práctico y trabajador, nuestro padre eligió en Francisco a un hombre de profunda espiritualidad, ciencia y caridad, de quien podamos beber como de una fuente el tesoro de nuestra fe. “Dios ha iluminado el intelecto de este santo hombre para interpretar las Escrituras y hacerlas accesibles a los sabios y a los ignorantes”.
Don Bosco eligió como patrono a San Francisco de Sales ya que, sin la dulzura y la caridad, no es posible ganar el corazón de los jóvenes.
La mirada de la Iglesia sobre el obispo de Ginebra lo enalteció admirablemente. Muestra de ello es la aprobación de la congregación de la Visitación, fundada junto a Juana Chantal; la beatificación y canonización a menos de cincuenta años de su muerte; y la declaración como Doctor de la Iglesia por el Papa Pío IX, quien en esa ocasión expresó: “no hay nadie que no vea cuántos beneficios han llegado al pueblo católico por medio de este hombre santísimo”.
Autoridad de los doctores de la Iglesia
En la Iglesia hay miles de santos, beatos y mártires, y cada una de sus vidas, diversas y apasionantes, tiene algo para enseñarnos. Pero la Iglesia elige, entre los cerca de diez mil santos, a unos pocos, más precisamente a treinta y siete. ¿Para qué? Los coloca como centinelas, maestros, doctores, que enseñan la fe con profundidad y claridad a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Escribió Francisco Canals Vidal al respecto: “La santidad se da ya por afirmada en la canonización y lo que el título de doctor añade no es evidentemente la afirmación de un grado superior de santidad, sino el reconocimiento de la manifestación, para bien de la Iglesia, de una misión iluminadora, característica de aquellos que ‘puso Dios en la Iglesia como Doctores’”.
Francisco de Sales, maestro de vida
La santidad de Francisco no se forjó entre algodones sino en medio de pruebas constantes, comenzando por la gran crisis que tuvo a los veinte años, la cual llega hasta los cimientos de su alma y que logra resolver rezando así: “Cualquier cosa que suceda, Señor, tú que tienes todo en tu mano, y cuyos caminos son justicia y verdad; cualquier cosa que tú hayas decidido para mí(…); tú que eres siempre juez justo y Padre misericordioso, yo te amaré, Señor (…), te amaré aquí, oh Dios mío, y esperaré siempre en tu misericordia, y repetiré siempre tu alabanza… ¡Oh Señor Jesús, tú serás siempre mi esperanza y mi salvación en la tierra de los vivos!” .
Nuestro santo patrono lleva impreso en su corazón el amor al Creador del cielo y de la tierra, y al sencillo Pueblo que lo ama
Mucho más cerca de Francisco de Asís que nosotros, geográfica y temporalmente, nuestro santo patrono lleva impreso en su corazón el amor al Creador del cielo y de la tierra, y al sencillo Pueblo que lo ama: “[A Dios] lo encontré lleno de dulzura y ternura entre nuestras más altas y ásperas montañas, donde muchas almas sencillas lo amaban y lo adoraban con toda verdad y sinceridad; el corzo y el rebeco corrían de aquí para allá entre los hielos espantosos para anunciar sus alabanzas”.
A Celso de Chantal, el tercero de los seis hijos que tuvo santa Juana Francisca, le escribe una extensa carta cuando se encuentra a punto de dejar la educación secundaria e introducirse en la universitaria. Carta que termina con estas palabras: “Medita con frecuencia en que vamos por este mundo entre el paraíso y el infierno; que el último paso de esta marcha nos dejará en la morada eterna (…) ¡Dichoso el que medita en la eternidad! (…)
Vas a arriesgarte en alta mar,
debes tener siempre a Jesucristo por patrón;
la cruz, por mástil que sostendrá el velamen de tus propósitos;
por ancla, una profunda confianza en Él.
Parte ya en buena hora.
Que el viento de las celestiales inspiraciones
hinche siempre y cada día más prósperamente las velas de esa tu nave,
hasta arribar felizmente al santo puerto de la eternidad”.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – SEPTIEMBRE 2024