El gran regalo de tener buenas personas en la vida.
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Queridos amigos de Don Bosco y de su precioso carisma: Cada vez que tengo oportunidad de leer cualquiera de las ediciones del Boletín vuelvo a apreciar algo muy nuestro, muy salesiano, y que seguro que a muchos les gusta: me refiero al gran valor de la cercanía, de la amistad, de la alegría sencilla de la vida cotidiana, del valor de compartir, hablar y comunicarse. El gran regalo de tener amigos, de saber que no estás solo. Sentirnos amados por tantas buenas personas en nuestras vidas.
Y pensando en esto, me acordé de un testimonio sincero y honesto de una joven que fue publicado en el libro La luz al fondo. Es un testimonio que me gustaría que conozcan, porque lo considero la antítesis de lo que tratamos de construir todos los días en cada casa salesiana.
Vuelvo a apreciar algo muy nuestro: el gran valor de la cercanía, de la amistad, de la alegría sencilla de la vida cotidiana.
Esta joven escribe sobre sí misma: “Querido Padre, le escribo porque quisiera que me ayudara a comprender si la nostalgia que he sentido en los últimos meses. Tal vez te ayude si te cuento un poco sobre mí.
Decidí irme de casa cuando tenía 18 años. Era una forma de escapar de un entorno que me parecía tan estricto, tan sofocante para mis sueños. Y así llegué a Milán buscando trabajo. Mi familia no podía apoyarme en mis estudios. Por esto, estaba enfadada con ellos. Todas mis amigas estaban ansiosas por elegir una universidad donde estudiar. Yo no tuve otra oportunidad, porque nadie podía apoyarme. Busqué un trabajo para vivir y, durante años, soñé con la posibilidad de estudiar. Lo logré y, con inmensos sacrificios, me gradué. El día de mi graduación no quería que mi familia asistiera. Pensé que unos campesinos con apenas estudios secundarios no entenderían nada de mis estudios. Solo le dije a mi madre que todo había ido bien, y sentí sus lágrimas que, momentáneamente, me despertaron un sentimiento de culpa que nunca antes había sentido. Pero fue una sensación pasajera. Me he realizado con mis propio esfuerzo y no he querido nunca apoyarme en nadie.
He pasado años así. Y no entiendo por qué solo ahora, en medio del encierro de esta pandemia, ha estallado dentro de mí un anhelo por mi familia. Sueño con contarles todo lo que nunca les conté. Sueño con abrazar a mi padre. Por la noche me despierto y me pregunto si se puede vivir una vida emancipada de relaciones tan significativas. Ahora que no puedo elegir salir de casa o ir con aquellos que considero importantes, soy consciente de la gran mentira que he estado viviendo dentro todo este tiempo.
¿Quiénes somos sin relaciones? Quizá solo personas infelices en busca de afirmación. Me doy cuenta de que todo lo que hice, en realidad, lo hice porque esperaba que alguien me dijera quién era realmente. Pero, a los únicos que podían ayudarme a responder a esta pregunta, los he dejado fuera. Y ahora están arriesgando sus vidas, a cientos de kilómetros de mí. Si tuviera que morir, querría estar con ellos y no con mis éxitos”.
Agradezco la honestidad y valentía de esta joven que me hizo reflexionar sobre nuestra realidad actual, sobre el estilo de vida que viven tantas familias donde lo importante es tener buenos resultados, conseguir una buena situación económica, llenar nuestros días de cosas que hacer para que todo sea rentable. Pero pagamos precios muy altos por vivir siempre y, cada vez más, no fuera de casa, sino fuera de nosotros mismos. Existe el peligro de vivir sin centro, es decir, “descentrados”. Y créanme, no pueden imaginar hasta qué punto esto se nota en los chicos y chicas de nuestras casas, patios y oratorios.
El segundo sucesor de Don Bosco, don Pablo Álbera, recuerda: “Don Bosco educaba amando, atrayendo, conquistando y transformando. Nos envolvía a todos casi por completo en una atmósfera de alegría y felicidad, de la que se desterraban penas, tristezas y melancolía. Escuchaba a los niños con máxima atención, como si lo que dijeran fuera muy importante”.
Un biógrafo de Don Bosco, don Ceria, cuenta que un alto prelado, después de una visita a Valdocco, declaró: “Tienen una gran fortuna en su casa, que nadie más tiene en Turín y otras comunidades religiosas. Tienen una habitación, en la que cualquiera que entra lleno de penas, sale radiante de alegría”.
Un día Don Bosco dijo: “Entre nosotros, los jóvenes parecen hijos de una familia, todos dueños de casa; hacen suyos los intereses de la Congregación. Dicen ‘nuestra’ Iglesia, ‘nuestro’ colegio, todo lo que concierne a los Salesianos, lo llaman ‘nuestro’”.
Por eso, esta es una oportunidad para cuidarnos a nosotros mismos en lo que es más esencial e importante. Por ‘nuestra’ familia.
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Don Ángel Fernández Artime
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – SEPTIEMBRE 2023