Salesiano, beato y mártir, testimonio de Dios, que sigue teniendo la última palabra sobre la vida y la muerte.
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Saludos cordiales, amigos y amigas del Boletín Salesiano,
Sé que las referencias a los conflictos bélicos y a los regímenes totalitarios siempre son delicadas, porque las sensibilidades y los posicionamientos políticos son diversos. Soy consciente de ello. Pero la historia no se puede cambiar.
El nombre al que hago referencia en el título, Esteban Sándor —beato y mártir en Hungría—, es el de un joven salesiano de Don Bosco coadjutor —laico, no sacerdote pero sí consagrado—, que a los 39 años fue condenado a muerte y ejecutado durante los años negros del dominio comunista en Hungría ¿Su delito? Convocar a muchachos para actividades juveniles, deportivas y formativas, que se entendió como alta traición al régimen.
La historia de Esteban es muy especial, en lo que se refiere a su condena y a cómo salvó la vida de seis jóvenes que fueron arrestados con él. También es muy particular su ejecución y posterior sepultura en una fosa común y desconocida, hasta ser encontrado setenta años después con la ayuda de un joven exalumno, Martin, y tres profesionales expertas en historia y en pruebas genéticas.
Todo esto, hizo posible que el 4 de junio del 2022 yo fuese a Budapest, en Hungría, para celebrar en la fe la vuelta a casa del beato, en el mismo lugar de donde fue llevado al patíbulo. Y setenta años después a los salesianos de Don Bosco se les devuelve el terreno y la casa de la que un día fueron expulsados y donde nunca más se pudo entrar.
Y esto lo cuento porque creo sinceramente que, a pesar de las dificultades que estamos viendo, incluso en este momento presente de la historia europea y mundial, Dios sigue teniendo la última palabra, la definitiva, sobre la vida y la muerte. Así ha sido con el joven salesiano Esteban Sándor.
Evitó que seis jóvenes fuesen ajusticiados con él. En una de las fotografías me ven con un señor sentado en silla de ruedas. Él era uno de los seis jóvenes que con 22 años fueron arrestados junto con Esteban por ser considerados traidores al régimen. Después de un durísimo interrogatorio con torturas, el joven salesiano consigue hablar con los otros seis jóvenes y les pide que lo culpen a él de todo lo que quieran acusarlos. Los jóvenes se resisten, pero él les dice que por la amistad que les une y por la fe en Jesús, han de hacerlo así para salvar sus vidas.
Así fue. Así me lo contaba un exalumno, antiguo animador juvenil. Y de hecho, Esteban fue condenado a muerte y ellos a ocho años de cárcel. Por fortuna, tres años después cayó el régimen comunista en Hungría y sus condenas fueron canceladas.
Salvó la vida de seis jóvenes que fueron arrestados con él, fue ejecutado y enterrado en una fosa común. Setenta años después “volvió” a su casa.
Setenta años en paradero desconocido. Esteban fue ejecutado y enterrado en una fosa común con otros cinco, en un bosque a las afueras de Budapest, sin ningún cartel ni nombre que pudiera dar pistas sobre ello. La sepultura en la noche y sin ningún vestigio fue intencionalmente ideada por quienes lo ejecutaron.
Durante setenta años se tuvo la convicción de que sería imposible encontrar sus restos. Pero la tenacidad de un joven exalumno y la experiencia y el altísimo conocimiento de una experta en historia hicieron que fuese posible encontrar, hace unos meses, los restos mortales de seis ejecutados. Quedaba por saber si uno de ellos podría ser el beato Esteban.
El ADN de una estampilla. Fue el ADN que se pudo recoger de una carta escrita por Esteban, y de otra con el sello puesto por su hermano —quien estuvo toda la vida buscándolo, sin llegar a vivir este momento porque falleció hace tres años—, lo que permitió identificar muchos de los restos mortales de Esteban, ahora recogidos en esa delicada urna.
Lo que hemos vivido es único. Puedo testimoniar que la emoción de muchas personas en la celebración eucarística de esa mañana y en el compartir a lo largo de la jornada de ese día fue indescriptible. Puedo también dar fe de la emoción del joven, ahora anciano, que pudo posar su mano sobre la urna de su amigo salesiano, educador y mártir que les salvó la vida, que se inmoló para librarlos a ellos del mismo final.
Puedo testimoniar por lo vivido que en todo esto no se trata de una casualidad. Es mucho más que eso. Es también presencia de Dios en el acontecer de la historia. Y por eso puedo afirmar lo que dije al inicio: el beato Esteban Sándor vuelve a casa. Y los salesianos hoy, con los jóvenes que están y los que vendrán, vuelven también a casa, a su casa, en Budapest, Hungría.
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Don Ángel Fernandez Artime
BOLETIN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2022