«Chio» y el camino que la llevó a ponerse de pie
Por el Equipo Salesiano de Adicciones
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Una joven, “Chio”, nos comparte el camino que la llevó a ponerse de pie, a conectarse nuevamente con la “vitalidad” y encontrarse con los otros a partir de la llegada a nuestra casa salesiana:
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Estuve pensando en todo lo que viví en este tiempo. Yo andaba básicamente “en la lona” —así se refiere “Chio” a ella y lo que vivió hace unos tres años atrás, mientras duró el tiempo de consumo—. Andaba perdida, llevando una vida tóxica, insana, dañando mi cuerpo, negando mi ser persona, mi ser mujer, mi ser mamá. En ese entonces Mily, mi hija, tenía 10 años: no la cuidaba ni a ella, mucho menos a mí. Andaba en la oscuridad. Había dejado de trabajar, de estudiar, rompí códigos conmigo misma… la verdad, me perdí. Perdí casi todo lo que tenía y no me gustó, la pasé muy mal, sufrí mucho, no era lo que quería. Al principio, antes de meterme “en esas”, visualizaba y fantaseaba que lo iba a controlar. No pensé que iba a terminar así…
Cuando empecé a consumir cocaína, pensé que era sólo un mal momento, que sólo lo hacía para distraerme, para olvidarme, pensé que iba a pasar, que me iba a reponer, que iba a salir adelante, y no pasó. Con el tiempo, cada vez estaba más enganchada. Fue un año y medio de mi vida; yo lo sentí como una eternidad. La pasé mal, quizás en las dos o tres primeras ocasiones dije, “la piloteo” o puedo decir que me divertí… pero todo lo que vino después de eso fue la oscuridad misma: angustia, tristeza, depresión. Me la pasé sufriendo, como que yo “me condené a sufrir”.
Me conecté con gente que estaba consumiendo hacía más tiempo que yo, y me asusté. ¿Voy a terminar así? Ahí fue cuando dije: “necesito que me ayuden”.
Otra vida es posible
Entonces pude tomar algo de vuelo y reaccioné para pedir ayuda, y así de impulsiva como soy, decidí rápidamente: “me tengo que internar”. Estuve ocho meses. Al principio encaré ese proceso de recuperación con mucho entusiasmo porque estaba muy motivada pensando que estaba haciendo algo bueno por mí. Esa misma motivación no la pude sostener en todo el proceso. Tuve unos días difíciles, la pasé mal, tuve varias crisis, sufrí, me frustré… me pasó de todo. Por suerte, en ese lugar no estuve sola. Eso hace a la diferencia, porque cuando uno consume está solo. Tuve gente que, cuando yo me caía, me hacían levantar; el resto correspondía a la fuerza que le puse para seguir en pie.
«Por suerte en ese lugar no estuve sola, eso hace a la diferencia, porque cuando uno consume está solo»
Tropecé, me caí un montón de veces, pero pude volver a pararme. En ese tiempo rezaba para poder volver a una vida más sana. No sabía cómo. El dolor, la oscuridad, y muchas lágrimas, parece que me ablandaron un poco. Todo eso me ayudó a querer hacer algo por mí. Fue como redescubrir todo un mundo nuevo en el que no te sentís nada segura, y aunque tengas recaídas, no podés bajar los brazos y menos podés creerte ganadora.
Una casa que acompaña
Llegué al oratorio buscando ayuda, porque después de que salí de la internación, me sentía bastante bien, pero no me alcanzaba. Y busqué, visité muchos lugares, hasta que me contaron de esta casa. Llegué hasta el oratorio, donde me encontré con un grupo de jóvenes que me esperaron con los brazos abiertos, que me escucharon, que me hicieron parte, me hicieron sentir cómoda. No dude en dar mi tiempo a esta labor tan bonita que es la ayuda comunitaria. Es lo que hacemos con algunos que están muy “rotos”. Me sentí muy tocada por lo que yo había vivido. Y eso despertó en mí un deseo muy grande por ayudarlos y contarles un poquito lo que yo había vivido, y que ahora estaba eligiendo otra vida.
«Poder poner en palabras lo que te pasa, está bueno y ahí estamos nosotros, para sostener, para acompañar, para dar amor».
Esas son las cosas que me sostienen y me hacen bien, y son las mismas que creo que pueden ayudar a nuestros chicos: cercanía, confianza, un espacio que es una casa sana, una linda y variada convivencia, valorando la fuerza de la experiencia comunitaria. Estar con personas que no te juzgan, que no te critican, un lugar para compartir, escuchar y escucharnos. Creo que todo esto, para alguien que quiere recuperarse y estar de pie, le hace mucho bien.
Quiero ponerme al servicio de los chicos, porque sé que sufren. Yo sufrí como ellos y sé que necesitan ayuda. Algunos tienen más facilidad para poder pedirla, a otros les cuesta más. Poder poner en palabras lo que te pasa está bueno, y ahí estamos nosotros, para sostener, para acompañar, para dar amor. Porque es lo que yo creo que más nos hace falta y cuando ellos nos dejan hacerlo, lo sienten y te lo dicen. Me genera algo fuerte por dentro: es lo que me da ganas de seguir y sostenerme en este camino.
En esta casa descubrí a Dios y su amor. Es algo que venía buscando. Y me estoy encontrando con Él a través de los momentos compartidos, del calor humano y del trato amoroso de mis compañeros. No es que tengo que ir a rezar alguna oración formal, creo que en estas cosas estamos rezando, en estas cosas lindas que vivimos, en los momentos compartidos.
En este tiempo me nace del corazón agradecerle a Dios y a la vida, por mantenerme en este lugar, por poner en mi camino a estas personas, por hacerme sentir ese amor sincero. Me dan más ganas de hablar con Él, de pedirle por mí y por la gente con la que compartimos todo esto. •
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BOLETÍN SALESIANO – SEPTIEMBRE 2021