La contraseña para conectar con la fe
En su reciente viaje a Chile, el papa Francisco dedicó un valioso tiempo a encontrase exclusivamente con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú. Las palabras que allí expresó parecen dichas a cada uno de nosotros, porque nos ayudan, nos cuestionan y nos animan.
Francisco, con su característico lenguaje simple, coloquial y cercano, comenzó asegurándoles que “Dios pone en el corazón de cada uno sueños de libertad, de alegría, de un futuro mejor.” Al mismo tiempo, los animó a ser protagonistas de una Iglesia que reclama renovación —“¡Cuánto necesita de ustedes la Iglesia, que nos ‘muevan el piso’, que nos ayuden a estar más cerca de Jesús!”— y les dio la seguridad y la certeza que son ellos los constructores de algo nuevo: “El único que puede hacer un cambio en la sociedad es el joven, uno de ustedes. Nosotros ya estamos del otro lado”.
También habló del próximo Sínodo de Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, que se realizará este año. En esta ocasión, además de invitarlos a participar con un rol protagónico, les advirtió con sinceridad: “le tengo miedo a los ‘filtros’, porque a veces las opiniones de los jóvenes pueden llegar muy filtradas. Por eso quiero escucharlos, porque es importante que ustedes hablen, que no se dejen callar”.
Luego continuó con el relato de una anécdota personal: “Charlando un día con un joven le pregunté: ‘¿A vos qué te pone de mal humor?’. Y él me dijo: ‘Cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de Internet’. Le pregunté ‘¿Por qué?’. Y me respondió: ‘Padre, es simple, me pierdo todo lo que está pasando, me quedo afuera del mundo, como colgado. En esos momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña para volverme a conectar”.
“Esa respuesta me enseñó y me hizo pensar que con la fe nos puede pasar lo mismo. Todos somos entusiastas, la fe se renueva —que un retiro, que una predicación, que un encuentro, que la visita del Papa—, la fe crece; pero después de un tiempo de camino o del ‘embale’ inicial, hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar nuestro ‘ancho de banda’. Entonces aquel entusiasmo, el querer estar conectados con Jesús se empieza a perder, y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería. Entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo empezamos a ver mal. ¿Les pasó esto alguna vez? Cada cual se contesta adentro; no quiero hacer pasar vergüenza a los que no les pasó. A mí me pasó”.
Inmediatamente después de explicarles lo que le sucede a los corazones desconectados —que se vuelven pesimistas, que les parece que ya nada se puede hacer, que no valen nada— Francisco recordó el testimonio de vida del padre Hurtado: “Ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía: el padre Hurtado. Él tenía una regla de oro para encender su corazón con ese fuego capaz de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien se acerca queda encendido. La contraseña de Hurtado para reconectar, para mantener la señal, es muy simple. Me gustaría que la anotaran en el teléfono, yo se las dicto. Hurtado se pregunta, y esta es la contraseña: ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’¿Qué haría Cristo en mi lugar, en la escuela, en la universidad, en la calle, en la casa, entre los amigos, en el trabajo; frente al que le hacen bullying. ‘¿Qué haría Cristo en mi lugar?’, cuando salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio”.
“Si no usan la contraseña se la van a olvidar. ¡Cárguenla en el corazón! Y hay que usarla todos los días. Llegará el momento que se la van a saber de memoria y llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como el corazón de Jesús.”
Las enseñanzas de Francisco no sólo alegran el corazón, sino que nos abren una nueva oportunidad para caminar sin miedos ni prejuicios, alegres en la esperanza de poder construir algo nuevo y distinto, con el deseo sincero de vivir intensamente felices.
¡Basta estar conectados! Dios siempre está. Nunca nos abandona.
Por Juan Carlos Romanín • jcromanin@yahoo.com.ar
Boletín Salesiano, marzo 2018