El desafío de revalorizar la profesión docente.

Por Ezequiel Herrero y Valentina Costantino
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Maria es directora del nivel medio en una escuela de una importante ciudad de nuestro país y hace semanas que no consigue una profesora de química para quinto año. Ya consultó todos los curriculums que le habían llegado, también a otros colegas directores e incluso a la supervisión, pero los contactos que le pasaron no son muchos y todos le responden lo mismo: no tienen más disponibilidad horaria. La situación le preocupa, sobre todo porque no visibiliza una resolución en el corto tiempo.
Mientras tanto las familias también se muestran preocupadas por la cantidad de horas libres y por la falta de profesores en algunas áreas que consideran claves para el desarrollo de sus hijos.
Esta situación no solo se da en el nivel secundario, sino que con el tiempo cada vez es más común también en los niveles primario e inicial.
De acuerdo al informe Institutos de Formación docente CONICET y Argentinos por la Educación en los últimos diez años se redujo 5% la cantidad de estudiantes de docencia. Además, según un relevamiento realizado por Eduprivada, la plataforma de empleo creada por la Asociación de Institutos de Enseñanza Privada de Argentina –AIEPA–, el 90% de las instituciones educativas del país tuvo dificultades para cubrir al menos un cargo docente en el último tiempo, especialmente en cargos específicos como inglés, informática o ciencias.
Seguramente las causas de esta disminución son varias, pero entre ellas es importante mencionar el deterioro del sueldo docente. En este sentido, un informe de Alejandro Morduchowicz, elaborado a partir de datos de la Secretaría de Educación de la Nación, muestra con claridad que el salario docente promedio del país se encuentra en su pico más bajo de la última década.
Tal vez por esto es que Argentina es el país de la región con el mayor porcentaje de maestros que tienen otro trabajo remunerado por fuera de la escuela, de acuerdo al trabajo realizado por Mariano Alu, Samanta Bonelli y Martín Nistal (de la Universidad de San Andrés y Argentinos por la Educación).
Claro que la cuestión salarial es importante pero no es la única causa de esta situación. La tarea docente desde hace tiempo está puesta en el centro de la escena, y la mayoría de las veces aparecen en los medios de comunicación vinculada a situaciones de violencia, desborde, conflictos sin resolver, impericia o negligencia. Al mismo tiempo que asistimos a un descrédito de la instituciones escolar y de sus trabajadores, se le pide a la escuela que aborde y resuelva situaciones cada vez más complejas, que hacen a la vida de los niños y jóvenes.
Construir una identidad
Sin lugar a dudas la figura del docente es central en cualquier propuesta educativa. Y la formación de niños y jóvenes es el camino privilegiado para la mejora y la transformación de la sociedad.
La Obra de Don Bosco cuenta a lo largo y ancho del país con más de cien centros educativos que abarcan desde el nivel inicial hasta la educación superior. Y entre estos últimos bien vale destacar las propuestas que se ofrecen para la formación de docentes. Héctor Rauch es rector de la Universidad Salesiana con sede en Bahía Blanca y al reflexionar sobre la formación docente destaca que los mayores desafíos que enfrenta tienen que ver “por un lado con la complejidad y diversidad de los contextos y por el otro con poder vencer una serie de prejuicios que hay respecto la tarea docente que muchas veces no condice con la realidad, por ejemplo que no es un trabajo placentero.”
Desde su experiencia uno de los primeros aspectos a trabajar es la construcción de la identidad docente, ya que “muchos de los jóvenes y adultos que llegan a nuestras casas de formación docente, traen ya otras opciones de carreras, no es la primera opción la docente”, por eso es un aspecto interesante a trabajar a la vez que no deja de ser desafiante.
Formar docentes en el contexto actual es un desafío tan grande como el que le espera a ese profesional de la educación. Sin embargo es a la vez abrir posibilidades para transformar el mundo y posibilitar que otros lo hagan. “Es revalorizar el poder político y transformador de la docencia. Cuando uno trabaja desde una perspectiva liberadora, emancipadora, tuerce destinos. Y esto es algo que los docentes en formación deben experimentar para después trabajarlo en todos los sectores, sobre todo los más vulnerabilizados” completa Hector Rausch.
En los docentes confiamos lo más valioso que tenemos como sociedad que son nuestros hijos, y con ellos la posibilidad de un mundo diferente, mejor al que conocemos, con más oportunidades para todos, un mundo más parecido al que soñó Don Bosco.
Ser docente hoy
Por: Lorena Verón, rectora del profesorado Santa Catalina
Querer ser docente hoy es aceptar la complejidad de un oficio que cambió junto con el mundo. La tarea ya no se limita a transmitir contenidos: se trata de generar condiciones para que cada estudiante pueda aprender, crecer y reinventar lo común. Educar en la actualidad significa convivir con escenarios inciertos, ensayar nuevas estrategias y sostener la esperanza de que siempre es posible convocar a animarse a aprender. Es abrir ventanas, dar la bienvenida, habilitar preguntas y romper silencios. Educar es también un acto estético: dar forma, cuidar los detalles, propiciar experiencias que conmuevan y despierten sensibilidad. La belleza se encuentra en el gesto de enseñar, en la palabra justa, en el ambiente que se construye, en la capacidad de volver extraordinario lo ordinario. Una belleza que no es adorno, sino parte constitutiva de la experiencia formativa, porque une conocimiento, emoción, ética y esperanza.
La formación docente exige saberes específicos y especializados, pero también una práctica situada y reflexiva en la escuela. Como señalan Alliaud y Antelo, enseñar puede pensarse en clave de metáforas: dar algo propio para que otros lo hagan suyo, guiar en caminos desconocidos, crear y ofrecer pistas, mostrar lo que antes no se veía, invitar a pensar y entrar en un mundo compartido. La docencia se aprende en la tensión entre teoría y práctica, en la experiencia transmitida por otros y en la posibilidad de crear nuevas formas de encuentro pedagógico. Formar docentes implica, entonces, entrenar para acompañar, orientar, hospedar y, al mismo tiempo, desafiar.
En tiempos de fragilidad y violencia social, nuestro rol se vuelve aún más urgente. Reconocernos como un colectivo de productores de saberes, emancipadores de conciencias y constructores de lo común, con una apuesta ética y estética, transforma no solo a la sociedad sino también a nosotros mismos. Apropiarnos de nuestro oficio, sentirlo y confiar en su potencial genera respeto y renueva energías, pero sobre todo nos ayuda a reconocernos como parte de un colectivo capaz de sostener y crear escuela, de acompañar a las nuevas generaciones y de abrir caminos hacia un futuro más justo.
Como decía Paulo Freire, enseñar no es transferir conocimientos, sino crear condiciones para que los estudiantes produzcan sus propios saberes y respondan a los desafíos de su época. Esto exige un rol docente profundamente ético y político: educar con la convicción de que cada encuentro pedagógico puede ser germen de libertad, pensamiento crítico y transformación social. Allí, el docente se convierte en mediador de sentidos, en quien habilita recorridos que permiten a cada alumno imaginar y construir un futuro distinto. Hannah Arendt lo expresaba con lucidez: educar es un gesto de amor al mundo y a las nuevas generaciones. Revalorizar la profesión implica más que proclamas: supone dignificar las condiciones de trabajo, recuperar el prestigio social de enseñar y reconocernos en el amor como fuerza política y pedagógica.
En la tradición salesiana, ese amor se convierte en motor. Es lo que nos permite seguir desafiando la adversidad y sosteniendo una tarea profundamente subversiva en el mejor de los sentidos: apostar a la cultura, a la curiosidad, a la vida, a la belleza y a la construcción de una sociedad más justa para todos.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2025