Entrevista a la hermana misionera Adriana Pertusi.
Por: Valentina Costantino y Ezequiel Herrero redaccion@boletinsalesiano.com.ar
En el año 1982 llegaba a Argentina la noticia del asesinato de la hermana sor Vera Occhiena, misionera en Mozambique, África. Adriana Pertusi se encontraba en sus últimos años de estudios de teología. Si bien su vocación como misionera ya había empezado a crecer, esta noticia tocó su corazón: “Cuando estaba estudiando teología, sucedió algo que me hizo tomar una decisión. En Mozambique, un país al sur de África, habían matado a la hermana Vera Occhiena, que siendo profesora de filosofía trató un tema en contra del comunismo y algunos, que se sintieron atacados por esta enseñanza, entraron en la casa religiosa y la mataron. Al recibir esta noticia, yo sentí que tenía que reemplazarla.”
A sus 32 años dejó a su familia, su país y partió en una nueva misión. Malí, Costa de Marfil, Togo, Camerún y Guinea Ecuatorial, son algunos de los lugares a los que llamó “hogar”. Hoy, a sus 72 años, y tras haber vivido más de cuatro décadas como misionera en África vuelve a su país natal, con la misma pasión por anunciar a Jesús y con un corazón lleno de experiencias, nombres e historias.
¿Qué actividades realizaste como misionera dentro de la presencia salesiana en África?
En todas nuestras misiones nos dedicamos a la educación de la juventud. Tenemos escuelas, centros de promoción femenina como corte y confección, cocina, alfabetización y catequesis. Yo estuve siempre en el dominio de la catequesis.
En ese sentido, las dos últimas experiencias, en Camerún y en Guinea Ecuatorial, fueron muy profundas porque hemos formado una escuela de catequistas. Justo antes de regresar terminamos una formación de dos años con 156 catequistas que recibieron el diploma de manos del obispo.
¿Cómo te recibieron en África? ¿Cómo fue el cambio de cultura?
Fue después de cinco años cuando dije “ahora sé dónde estoy”. Las culturas africanas se van descubriendo poco a poco. Las fiestas, por ejemplo, son especiales. Allí, no hay evento importante sin comida. Cuando termina el evento, el obispo te hace pasar al comedor. Esto se hace de una manera muy sencilla y familiar. Nadie va a exigir ni más ni menos de lo que hay, y todo se comparte.
Los cristianos se sienten cada vez más en familia al celebrar la fe.
Allí, las celebraciones religiosas, las misas, son muy importantes. Nadie está mirando el reloj. Se celebra como cuando uno está en una fiesta, con ganas. Cada parroquia tiene tres o cuatro coros, grupos de jóvenes y mujeres que se unen para vivir la fe.
Los cristianos se sienten cada vez más en familia al celebrar la fe. Eso es una cosa que se puede profundizar un poquito más en Argentina: vivir la fe con las características culturales que tenemos aquí. Es decir, si se celebra una misa, no tiene por qué tener las mismas expresiones acá, que en Salta o que en la Patagonia. Cada lugar tiene sus características y va impregnando de esas características a la celebración, porque es el grupo humano el que celebra la fe.
¿Por qué elegiste volver a Argentina?
Es propio de la palabra de Dios salir afuera y comunicarla. Después de cuarenta años pedí a mi superiora volver a Argentina, porque ya veía que en África se necesitaba gente con más fuerza, con más juventud, y ya mis hermanas salesianas africanas estaban preparadas para hacer toda esa tarea. En Argentina, tengo posibilidades de seguir trabajando en otra dimensión, en otros ambientes. Pero no dejo de ser misionera. Eso lo llevo en el corazón y trataré de vivirlo donde sea.
¿Qué podemos aprender de la manera de vivir del pueblo africano? ¿De qué nos estamos perdiendo cuando solamente nos fijamos en una manera individual de vivir?
Allá la solidaridad es más grande, son más sensibles, no se quedaría uno en la calle porque no tiene donde dormir o dónde pasar una noche. Cuando hay un vecino enfermo enseguida se abren las puertas.
Una vez, en Malí, se me rompió la moto y todavía me faltaban muchos kilómetros para llegar a casa, y se hizo de noche. No tuve más opción que entrar en una casa de otra etnia, cuyo idioma no era ni francés ni el local que yo conocía. Pero ellos vieron mi situación, me dieron de comer y me dieron para dormir. Al día siguiente me llevaron a mi hogar y a la tarde trajeron la moto arreglada. Sin pagar nada y sin haberme conocido.
La fe crece, aumenta y se mejora cuando la entregamos a los demás.
Después hubo otros casos, Jocelyne es una señora que me ayudaba mucho cuando teníamos reuniones de catequesis. Ella con un grupo de jóvenes organizaba la cocina y la comida. Una persona discreta que siempre ayudaba y nunca tomaba algo para ella. Cuando ibas a su casa, hecha de adobe, siempre tenía algo para ofrecer. Yo pensé “la Virgen María sería como ella”.
Y después jóvenes que me han tomado como mamá y entonces siguen las relaciones por WhatsApp. Se encariñaron conmigo y yo con ellos. Alguno llegó a ser catequista, a integrarse un poco más en la parroquia.
Estoy muy contenta de lo que me tocó hacer y de lo que pude hacer. Puedo decir en presencia de Dios que he entregado lo mejor de mí misma. Creo que dejé allí una manera de vivir el espíritu salesiano, de cercanía, de integrar la vida en la fe, de vivir con alegría, de superar las dificultades con confianza en Dios. Por el bautismo todos somos misioneros. Esta fe, esta gracia que hemos recibido de Dios no es para nosotros, sino que crece, aumenta y se mejora cuando la entregamos a los demás.
La aventura de una misionera en Malí
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2023