El Centro Juvenil Campito Centenario Naím de General Pico, La Pampa.

Por: Roberta Asunción
roberasu6@gmail.com
Don Bosco soñaba con un patio abierto, con jóvenes protagonistas de su propia vida, con educadores que acompañen. Ese mismo sueño sigue vivo hoy en General Pico, La Pampa, y se encarna en las prácticas y propuestas del Centro Juvenil Campito Centenario Naím.
El Campito no es solo un edificio. Es mucho más que paredes y techos. Es un espacio de encuentro, de vida compartida, de sueños que se entrelazan. Es una casa que acoge, donde las y los más pequeños encuentran un lugar seguro para jugar y aprender; es una escuela que educa para la vida, donde adolescentes y jóvenes reciben herramientas que les abren caminos; es un patio donde hacer amistades, porque allí se cultiva la alegría del encuentro sencillo; porque todo lo que se vive, se hace con la certeza de que Dios habita en lo cotidiano, en los gestos de solidaridad y en la confianza depositada en cada joven.
Apostar por la juventud
Hace más de 32 años, cuando todavía no había un edificio propio, los salesianos y un grupo de voluntarios comenzaron a organizar espacios oratorianos. Allí se sembró la primera semilla de lo que luego sería el Campito.
El oratorio fue tomando forma poco a poco. En el edificio en calle 300 N.º 1120, hace trece años surgió la necesidad de contar con un espacio de más oportunidades. Es ahí cuando se transformó en Centro juvenil, permitiendo ampliar las actividades, sumar talleres de formación, organizar mejor las propuestas deportivas y abrir el abanico de acciones de acompañamiento.
Lo importante siempre fue el espíritu oratoriano: esa manera de vivir la misión educativa–pastoral que no depende de estructuras, sino de la cercanía y el cariño. Si uno pregunta a los vecinos del barrio qué significa el Campito, surgen recuerdos cargados de afecto: “Allí aprendí a jugar en equipo y a confiar en mí mismo”. “Fue el primer lugar donde me animé a soñar con terminar la escuela”. “Cuando no tenía con quién dejar a mis hijos, sabía que en el Campito iban a estar cuidados”. Estas son algunas frases que muestran cómo el centro se fue integrando en la vida del barrio, es un espacio comunitario donde todos ponen algo de sí para sostenerlo y hacerlo crecer.
La misión salesiana se vive de manera coral: no hay “protagonistas únicos”, sino una red de personas que creen que vale la pena apostar por la juventud.
El Campito no se entiende sin la comunidad que lo rodea. Desde sus inicios, voluntarios, animadores, familias, docentes, practicantes universitarios y profesionales han sumado su granito de arena. La misión salesiana se vive de manera coral: no hay protagonistas únicos, sino una red de personas que creen que vale la pena apostar por la juventud. Es por esto que El Campito hace ya diez años que propone una Iglesia en salida y se mete en el corazón del barrio con varias propuestas educativo pastorales.
Esa presencia cercana es la esencia del estilo salesiano: estar en medio, no por encima. Ser parte de la vida de los jóvenes, con paciencia y esperanza. “Acá los animadores están y juegan con vos, se sientan al lado tuyo a charlar y escucharte. Eso no pasa en todos lados”, asegura Ulises de diecisiete años quien desde hace tres años forma parte del oratorio.
Todos tienen lugar
Hablar del oratorio en el barrio, es hablar del corazón de la propuesta salesiana. El oratorio no tiene rejas que separen, sino un patio abierto donde todos tienen lugar: el niño o niña que viene a jugar a la pelota; los adolescentes que buscan un espacio de escucha; el joven que quiere aprender un oficio; la familia que necesita apoyo en momentos de dificultad. Ese patio es símbolo de inclusión.
Cuando uno camina por el barrio Malvinas de General Pico, el oratorio se escucha a lo lejos hay un rincón que se distingue por el bullicio de niños y niñas jugando, la risa contagiosa de adolescentes que comparten la merienda, la música que sale del salón, o simplemente por la presencia cercana de animadores que, con paciencia y cariño, escuchan y acompañan.
El oratorio del barrio Malvinas es un espacio de encuentro. Allí se juegan partidos improvisados, se preparan actividades, se celebran cumpleaños, se comparten meriendas. Pero, sobre todo, allí se construyen vínculos que sostienen la vida tanto de los niños, niñas adolescentes jóvenes y animadores como las de las mamás Margaritas que preparan con amor cada merienda y muchas veces cumpliendo con requerimientos especiales, conociendo a quienes concurren desde hace tanto tiempo.
“Cuando jugamos a lo que sea no se trata de ganar. Se trata de encontrarnos, de reírnos, de aprender a convivir. Muchas veces después de jugar surgen las conversaciones más profundas”, expresa Sofía, animadora del Oratorio.
Si algo caracteriza al oratorio salesiano es la escucha cercana y activa. No se trata sólo de organizar actividades, sino de estar disponibles para lo que los y las jóvenes necesiten decir. En esas confidencias se juega la esencia pastoral: estar ahí, escuchar sin juzgar, acompañar con respeto. A veces alcanza con una sugerencia, otras veces se requiere de un espacio psicoterapéutico o de otra institución de apoyo. Lo importante es que el joven no se sienta solo.
“En la escuela me cargaban mucho y ya no quería ir más. Acá pude hablar, me ayudaron a contarle a mi mamá y después me acompañaron a la escuela. Si no hubiera sido porque me prestaron la oreja, hubiera dejado de estudiar”.
“En la escuela me cargaban mucho y ya no quería ir más. Acá pude hablar, me ayudaron a contarle a mi mamá y después me acompañaron a la escuela. Si no hubiera sido porque me prestaron la oreja, hubiera dejado de estudiar”, comparte Adam quien tiene trece años y desde los ocho participa de la propuesta.
Hablar del Campito Centenario Naím es hablar de una mirada salesiana: una forma de ver el mundo y la juventud desde la confianza, desde la fe en que cada chico y cada chica tiene una semilla de bien en su interior que puede florecer si encuentra tierra fértil, acompañamiento y cariño.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2025


