Entrevista al padre Jorge Crisafulli, Consejero General para las Misiones Salesianas.
Por: Redacción Boletín Salesiano
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Hace 150 años, diez salesianos se despedían por última vez de sus familias, de su oratorio y de la opción de vida que hasta el momento habían elegido. Para ninguno de ellos fue fácil. Sin embargo, cuando existe la certeza de que una elección vale su esfuerzo y sacrificio, esos miedos se transforman en valentía. Y los sueños comienzan a trabajar. En 1875 Don Bosco enviaba el primer grupo de salesianos a la Argentina. Desde aquella vez hasta su fallecimiento en 1888, Don Bosco enviará doce expediciones misioneras conformadas por 153 salesianos, ya sean sacerdotes como hermanos coadjutores.
El último mes, la obra salesiana llegó a Grecia, y en el mes de diciembre llegará a Vanuatu, una isla del Pacífico. Esto significa que desde aquella primera expedición con diez salesianos, han salido 13.542 salesianos a 137 países.
¿Alguna vez Don Bosco se imaginó que la congregación se expandiría por el mundo, que llegaría a todos los continentes y que se instalaría en el corazón de millones de personas?
El padre Jorge Crisafulli –nacido en Bahía Blanca–, fue misionero en África por más de treinta años, primero en la comunidad de Sunyani y luego Ashaiman, ambos en Ghana. Posteriormente fue director de la comunidad “Don Bosco Fambul” de Freetown, en Sierra Leona, donde se dedicó al trabajo social y pastoral en favor de miles de niños y niñas de la calle, especialmente los que sufren la prostitución. En 2022 fue nombrado primer superior de la nueva Inspectoría “San Artemides Zatti” de Nigeria-Níger.
A fines de marzo, en el marco del Capítulo General 29, sus hermanos salesianos lo eligieron como Consejero General para las Misiones Salesianas. Hoy, nos invita a repensar las misiones en el mundo actual, a la luz de la memoria de estos 150 años de la llegada a América.

¿Existiría hoy la congregación sin el corazón misionero de Don Bosco?
Creo la congregación existiría, pero sería una congregación diocesana en Turín y sería un grupo de jóvenes muy limitados los que se beneficiarían del carisma educativo, pastoral, social y evangelizador. Pero Don Bosco tenía un corazón grande como el mar, y sabía que su carisma tenía que llegar a muchos más jóvenes.
No creo que se diera cuenta en ese momento el alcance que iba a tener esa primera expedición misionera con Cagliero y esos nueve, en su mayoría, jóvenes. En las primeras constituciones no aparece un número específico sobre las misiones. Pero él sabía que su carisma educativo, el sistema preventivo, el criterio oratoriano no eran solo para un país, que tenía que expandirse y que los jóvenes de todo el mundo tenían que beneficiarse de ese carisma. Él quería ser misionero, nunca lo pudo ser físicamente, pero ciertamente se transformó en una persona que ha enviado misioneros.
Es un milagro y es un milagro que sea un carisma flexible, que se puede acomodar en cualquier cultura, en cualquier sociedad, se adapta a cualquier lengua, a cualquier situación, a cualquier nueva pobreza, a cualquier nueva frontera.
¿Qué desafío implica hoy ser una congregación misionera en un contexto donde tal vez estamos mucho más conectados que en el tiempo de Don Bosco?
Estamos hiperconectados desde el punto de vista de las redes sociales, pero al mismo tiempo muchos jóvenes se sienten solos. Para nosotros una congregación misionera significa también ir más allá de las fronteras geográficas, ver dónde están los jóvenes que nos están esperando, porque se sienten aislados aunque estén hiperconectados, porque se sienten solos sin encontrar un sentido de la vida.
Por otro lado, también están los migrantes. Creo que todavía no hemos hecho suficiente en este campo. Y los migrantes son también tierra de misión. También lo son los chicos de la calle o los chicos que sufren explotación sexual, son casi más de cien millones de niños y jóvenes que sufren explotación sexual.
Otra tierra de misión para nosotros es la ecología integral, porque los jóvenes están sufriendo a raíz del cambio climático. Y lo es también la Inteligencia Artificial, no solamente como un instrumento, sino como una herramienta que nos ayuda a mejorar la educación, la evangelización, la pastoral, nuestro trabajo social.
Nosotros tendríamos que ser formadores, tener escuelas de formación para el universo digital, para formar hoy nuevos misioneros digitales que se encarguen de la evangelización. Tal vez el secreto de la reevangelización de un continente viejo como el europeo en lo que se refiere al cristianismo, es poner fuego en el corazón de los jóvenes, ayudarles a experimentar a Dios.
Tu vida está marcada por la misión. ¿Te imaginaste de esa forma cuando ingresaste en la congregación?
Cuando tenía quince años misioné en la línea sur a Sierra Colorada con los salesianos del colegio Don Bosco de Bahía Blanca. Mi primera experiencia fue en contacto con el pueblo mapuche. Y me marcó mi vida.
Siempre me han dolido mucho las injusticias, ver sufrir a gente inocente, la miseria extrema, y las consecuencias de la pobreza en la vida de la gente. Desde ese momento sentí la llamada interior. Fui al noviciado pensando en ser misionero. Por eso, a los dieciocho años, cuando terminó mi noviciado, escribí la carta para hacer mi primera profesión. Pedí irme de misionero a África. Y siempre me decían que era joven, que debía formarme, que me necesitaban para trabajar en la pastoral juvenil de la Patagonia… Hasta que una vez fui a una reunión de misioneros en Junín de los Andes y me encontré con el padre Odorico que era el Consejero Mundial de las Misiones, y le dije: «Le he escrito a todo el mundo y nadie me dice que sí, pero yo siento que Dios me llama a a ir a las misiones». En febrero ya estaba partiendo a Italia a aprender lenguas, y luego terminé en Ghana, mi primer destino misionero.
Mi corazón soñaba con ir a África y poder hacer un trabajo de educación, de evangelización, pero sobre todo, para decirles a los chicos que Dios los ama.
Me he enamorado de Jesús, y ese amor se transforma en locura por querer hablar de él a aquellos que no lo conocen o aquellos que no se sienten queridos por Dios porque están sufriendo.
¿Qué le dirías a esos diez misioneros que vinieron en 1875?
Lo primero que les diría es gracias por el testimonio radical de vida y de entrega a las misiones, porque yo creo que ellos sabían que partían y que no volvían. Esos eran los verdaderos misioneros adgentes para los pueblos adésteros, fuera de tu nación.
Segundo, darles las gracias por el amor que le tuvieron a Don Bosco. Yo creo que por Don Bosco se cortaron la cabeza, y les diría: «Yo quisiera ser como ustedes, cortarme mi cabeza por Don Bosco y hacer lo que nos ha pedido”.
Tercero, les diría que son un poco locos, pero locos de Dios. Se han lanzado a una aventura divina sin saber lo que les esperaba, y les esperaban muchísimos sacrificios. No solo el clima, sino las incomprensiones, las contradicciones de tener que ir a la Patagonia con un ejército que había hecho un genocidio antes. Tener la creatividad, la luz mental y la pasión en el corazón de llevar adelante el sueño de Don Bosco, que era llegar a los chicos de los pueblos indígenas y llevarles educación, y a través del cariño, de la dulzura, mostrarles a ellos que había esperanza, que había posibilidades de una transformación de la vida. Que había posibilidades de recomenzar una historia.
Gracias a su coraje, a los sacrificios que hicieron, obviamente con toda la imaginería y con la comprensión misionológica de su tiempo, nos ayudan a entendernos hoy y a repensar la misión. Como decía el papa Francisco, más que ir a transformar, a bautizar, a convertir, es ir a encontrarnos con un pueblo, con una cultura, como ellos también lo hicieron. Pero no para transformarla, sino para llevar la guía del Evangelio, y al mismo tiempo, para dejarnos transformar por esas culturas.
Recién decías que Don Bosco no se imaginaba en ese tiempo lo grande que sería la congregación. ¿Qué devolución le hacés a ese padre a partir de todo lo que conociste y experimentaste hasta hoy?
La misión continúa porque nosotros somos el sueño, nosotros somos la misión, nosotros somos el corazón de Don Bosco. Es seguir expandiendo el carisma salesiano, descubrir las nuevas fronteras, descubrir la realidad de los jóvenes y ver cómo con el mismo corazón y ardor misionero de Don Bosco podemos responder a esas nuevas pobreza y esas nuevas necesidades.
Creo que nosotros como salesianos hoy tenemos que perder el miedo a anunciar a Cristo, especialmente en contextos plurireligiosos. El carisma de Don Bosco tiene una capacidad para amoldarse a cualquier realidad y cultura, con fidelidad creativa. Llevamos el fuego del corazón de Don Bosco, pero nos vamos adaptando al mundo contemporáneo, a las nuevas realidades, a las nuevas llamadas de los jóvenes.
El papa Francisco nos decía: prefiero una Iglesia sucia, herida, que sale a la calle al encuentro de los que más sufren a una Iglesia que permanece encerrada en sus estructuras porque se siente segura, confortable. Tal vez es ahí donde los salesianos tenemos que despertarnos un poco. Hoy somos 14 mil salesianos, y el corazón misionero de Don Bosco nos llama a despertarnos, a dejar nuestra comunidad, a perder nuestros miedos. El corazón misionero de Don Bosco era un corazón que buscaba llegar a un mayor, a un número más grande de jóvenes. Y así tendríamos que ser nosotros hoy.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2025


