Cuando los sueños son por el bien de todos.
Por Jorge Crisafulli, sdb
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Me llamo Jorge Crisafulli, soy salesiano, argentino y llevo treinta años misionando y soñando en el África subsahariana. Los países en los que me ha tocado trabajar no han sido nada fáciles. Ghana ha sido el más estable y pacífico. Sierra Leona y Liberia con sus guerras civiles y la epidemia del Ébola han sido situaciones muy difíciles.. Ahora estoy en Nigeria y Níger, con sus masas empobrecidas, la corrupción en alza y la inseguridad del yihadismo islámico constituyen una invitación para los más arriesgados.
Creo que, entre tantos desafíos y necesidades, he sido siempre muy feliz porque nunca he perdido la capacidad de soñar. A las niñas y niños que viven en las calles, suelo decirles que «nunca nadie está perdido, mientras haya vida y capacidad para soñar, siempre hay un motivo para seguir adelante». Así es, los sueños mueven la esperanza, ésta invita a soñar y a poner los pies en movimiento.
Aquellos grandes soñadores
El sueño de Jesús era implantar el Reino y eso lo llevó a la muerte en cruz. El sueño de San Pablo era anunciar el Reino, más allá de los límites del judaísmo. Los santos, nunca dejaron de soñar con el cambio y la transformación de la sociedad y de la Iglesia.
San Francisco de Asís soñó con una Iglesia pobre y desapegada, al servicio de los más vulnerables –como sueña el Papa Francisco hoy–. San Juan Bosco soñó con la felicidad de los jóvenes aquí en la tierra y en el más allá. E hizo todo lo humanamente posible para lograrlo. Madre Teresa soñó con la dignificación de la vida y la muerte de los más pobres entre los pobres, y asistió a miles de personas a vivir y morir con dignidad.
Tenemos también grandes líderes africanos que nunca dejaron de soñar con un futuro mejor para su gente. Como Kwame Nkrumah, que consiguió la independencia de Ghana en 1957, y soñaba con crear los Estados Unidos Africanos. Julius Nyerere, a quien le introdujeron la causa de beatificación, soñó con el Ujamaa, basado en la construcción de una sociedad sustentada en los pilares de la igualdad y la justicia social, con desarrollo rural y educación. Nelson Mandela, soñó como Martin Luther King con la igualdad racial y la abolición del apartheid. Precisamente este último es recordado por su famoso discurso en Washington, en el que proclamó: «Tengo un sueño de que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por su carácter».
Todos ellos lucharon por ideales comunes: el panafricanismo, la unidad africana, la reconciliación, el antiimperialismo, la modernización y el desarrollo económico de sus pueblos. Al centro de sus sueños no estaba su yo, su ego, el poder o el dinero, sino el bien común de sus paisanos y de África. De hecho, la mayoría de ellos vivieron y murieron en la pobreza. Encarnaron sueños descentrados, planearon estrategias desde las periferias, las villas miserias y las calles, no desde un escritorio y en una oficina con aire acondicionado. Creo que por estas razones, la historia y la humanidad los recordarán siempre.
Sueños que se pueden convertir en pesadillas
Sin volar tan alto, descendamos a los niños y los jóvenes africanos. ¿En qué sueñan las nuevas generaciones de africanos? Los países africanos tienen poblaciones muy jóvenes, en contraposición a las grandes potencias del mundo. En Nigeria, por ejemplo, los menores de quince años representan el 45 % de la población, mientras que, en Níger, son el 50 %. Si los gobiernos organizaran bien los sistemas de salud, la educación y la formación profesional, no quedaría más que augurarles a estos dos países un gran y brillante futuro. Es también verdad que no todos los sueños de los jóvenes terminan bien. Algunos pueden convertirse en pesadillas.
A veces la pobreza y la miseria, el hambre y las enfermedades; la falta de oportunidades, las persecuciones, los abusos, pueden llevar a muchos jóvenes a soñar con irse de África. Sueñan con “pastos verdes» en Europa o América, y esperan enviar una ayuda económica a sus familias. La mayoría desconoce que su sueño puede fácilmente transformarse en una pesadilla, tanto en el camino como en la llegada.
Algunos jóvenes de África sueñan con los pastos verdes de América o de Europa sin saber que esos sueños se pueden transformar rápidamente en pesadillas.
Pocos saben de los grandes peligros en el camino. Y, si llegan, la mayoría termina en centros especiales de inmigrantes ilegales, que se parecen más a un campo de concentración moderno que a un centro de asistencia social para jóvenes vulnerables. Cada año, entre veinte y treinta millones de personas emigran ilegalmente, buscando mejores condiciones de vida. La inmensa mayoría también desconoce el enfoque ideológico de la extrema derecha que los considera como un problema, como una espina clavada en la carne o una piedra en el zapato. Y aclaro que no apoyo la inmigración ilegal. Si alguno decide emigrar, que lo haga legalmente y de manera segura.
Dicho sea de paso, muchos países del norte y de occidente necesitarán en el futuro una fuerza laboral joven que no tienen, porque sus poblaciones envejecen a ritmo vertiginoso por la falta de nacimientos. Como dice el Papa Francisco en «Fratelli Tutti», una solución favorable para todos será acoger, educar, integrar y respetar a los inmigrantes. Así todos ganan. Nadie pierde.
¿Sueñan los jóvenes africanos?
Intento responder la pregunta, compartiendo dos historias de vida.
La de Benson es inspiradora. Era tan chiquito cuando lo dejó su abuela en mi oficina de la escuela profesional de Sunyani, que todos lo llamaban átomo. Su mamá había muerto y su padre se había suicidado. La abuelita, viejita, me dijo que le quedaba poco tiempo de vida y no sabía qué hacer con Benson, que no hablaba una palabra de inglés. La viejita dio media vuelta, y se fue de mi oficina.
¿Qué hacer? Lo ubiqué en el sector de agricultura porque venía de la selva, de una aldea campesina. Terminó su curso en primer lugar. Le pregunté: «Y ahora, ¿cuál es tu sueño?». «Terminar la secundaria». Acabó, como era su costumbre, primero en la clase y en la escuela. De nuevo: «¿Y ahora?». «La universidad», me dijo confiado. Se recibió de ingeniero agrónomo. «¿Y ahora qué?”, le pregunté. «Un máster en agricultura». Hizo su maestría.
Volvió a visitarme con todos sus títulos y los puso sobre mi elegante escritorio con aire agradecido. Le dimos trabajo en nuestra oficina de proyectos. Trabajó diez años con nosotros. Ahora, está por finalizar su doctorado. Ha fundado su ONG y promueve proyectos de agricultura sustentable en favor de poblaciones pobres en Ghana. Hace poco lo han proclamado cacique del pueblo de Dormaa Ahinkro. Me envió una invitación para la ceremonia de instalación y me ha dicho que quiere escribir un libro sobre mi vida. Le he dicho que no perdiera el tiempo, que era más fácil que yo escribiera sobre la suya, que inspiraba más e invitaba a otros jóvenes a animarse a soñar, desde los desafíos y las situaciones difíciles que presenta la vida.
Y aquí está la cuestión: no importa cuán bajo hayamos caído, cuán pobres seamos, las pérdidas que hayamos sufrido en la vida; no importan las faltas de oportunidades, las circunstancias negativas. Lo relevante es seguir soñando, al estilo de Don Bosco, con los ojos en el cielo, y los pies sobre la tierra. San Agustín lo expresaba de manera diferente: soñar, rezar y realizar. «Rezando como si todo dependiera de Dios – decía – y trabajando como si todo dependiera de nosotros». La sabiduría africana lo expresa con el proverbio: «Cuando uno reza, los pies se mueven».
Mientras haya vida y capacidad para soñar, siempre hay un motivo para seguir luchando y esperando.
Los sueños, cuando se sueña con pasión, son sanadores. Son el combustible de la transformación personal. Soñar es una buena terapia para curarse de traumas pasados. Mientras haya vida y capacidad para soñar, siempre hay un motivo para seguir luchando y esperando. Y termino con la historia de Mohamed, un chico musulmán y de la calle. Delgado por el hambre, y al mismo tiempo extremadamente inteligente, intuitivo. Se sentaba frente a mi oficina, en la calle, y lo veía a través de mi ventana. Me mandó una carta en perfecto inglés. Me costó creerle que había sido escrita de su propio puño y letra. Lo llamé y le pedí que la escribiera delante de mí. Y así lo hizo, un texto gramaticalmente perfecto. Sentí vergüenza de mí mismo por desconfiar. Entró en Don Bosco. Pidió el bautismo; se bautizó con los nombres Domingo Savio. Terminó la secundaria, y está a punto de terminar informática en la universidad. Quería abandonar los estudios universitarios para hacerse salesiano. Se lo he prohibido, y le pedí que terminara primero la universidad, que necesitamos informáticos. Su sueño es llegar a ser salesiano para volver a las calles y salvar otros chicos, de la misma manera que él fue salvado. Mohamed no me ha dicho que pensaba escribir un libro sobre mi vida, pero yo estoy seguro de que voy a escribir uno sobre la suya cuando se ordene sacerdote. Aún ignoro el contenido. Pero ya tengo el título: «Mohamed y la fuerza de los sueños». Y el subtítulo es mucho mejor: «El niño que se animó a soñar: de la calle a los altares de Dios».
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – DICIEMBRE 2024