Misioneros de rostro alegre

Compartir

Don Bosco y su sueño sobre la Patagonia.

Por: Luis Timossi, sdb

ltimossi@donbosco.org.ar

“Me pareció encontrarme en una región salvaje y por completo desconocida. Era una inmensa llanura completamente inculta, en la que no se descubrían montes ni colinas. En sus lejanísimos confines se perfilaban escabrosas montañas. 

Vi una turba de hombres que la recorrían. Estaban casi desnudos, eran de altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, cabellos largos y desgreñados, color bronceado y negruzco e iban vestidos con amplios mantos de pieles de animales que les caían por las espaldas. Usaban como armas una especie de lanza larga y el lazo.” 

Así da inicio Don Bosco a la narración de este sueño misionero, que tuvo lugar en el año 1872. Él mismo decía: “Este sueño me causó mucha impresión, y quedé convencido que se trataba de un aviso del cielo. Con todo, no comprendí su particular significado. Vi claramente que se trataba de misiones extranjeras, en las que ya hacía tiempo había pensado con gran ilusión….

Algunos años más tarde, en 1876, se lo contó al Papa Pío IX y luego a varios salesianos. Don Lemoyne agrega: “Al principio, Don Bosco creyó que se trataba de los pueblos de Etiopía, después pensó en los alrededores de Hong-Kong y en los habitantes de Australia y de las Indias; sólo en el 1874, cuando recibió apremiantes invitaciones para enviar a los salesianos a Argentina, comprendió claramente que los nativos que había visto en el sueño eran los indígenas de la inmensa región, entonces casi desconocida, de la Patagonia”. 

Un modo oratoriano de evangelizar

Don Bosco continúa su narración como quien ve una película u observa una serie por televisión, pero no puede intervenir en los hechos. Divisa a un grupo de misioneros de variadas órdenes religiosas que intentan evangelizar a esas tribus. “Los observé atentamente, pero no reconocí a ninguno. Se mezclaron con los indígenas, pero ellos, apenas los veían, se les echaban encima y los mataban. Después de observar esas horribles matanzas, me dije: – ¿Cómo convertir a esta gente tan indómita?” .

“Otros misioneros que se acercaban a los indígenas con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos. Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos”.

Y continúa: “Vi entretanto en lontananza un grupo de otros misioneros que se acercaban a los indígenas con rostro alegre, precedidos de un pelotón de muchachos.” Sorprende vivamente la descripción de esta segunda camada de misioneros. No se acercan con la predicación, ni el ofrecimiento de un catecismo, ni con la cruz en la mano, su identificación es su rostro alegre, y su estrategia evangelizadora es ir precedidos por un pelotón de muchachos. ¡Los muchachos evangelizan a sus mayores! 

De hecho Don Bosco los reconoce: son sus misioneros: “Los miré atentamente y vi que eran nuestros salesianos. Los primeros me eran conocidos”. Delante de sus ojos descubre a los portadores de su misma vocación, a los que él envió y que le reflejan su mismo modo de actuar, su corazón oratoriano.

El milagro es posible

Don Bosco tiembla de miedo y quiere impedir que se acerquen a los indígenas, pero no puede. Los acontecimientos no están en sus manos, no dependen de él.

“Quise hacerles volver atrás, cuando noté que su aparición había provocado la alegría en aquellas turbas que, bajaron las armas, cambiaron su ferocidad y recibieron a nuestros misioneros con las mayores muestras de cortesía. 

Y vi que nuestros misioneros avanzaban hacia los indígenas; les hablaban, y ellos escuchaban atentamente su voz; les enseñaban y aprendían prontamente; les amonestaban, y ellos aceptaban y ponían en práctica sus avisos».

El método salesiano funciona también en tierras lejanas y esencialmente radica en el modo de vincularse.

Maravillado, descubre que no sólo no se da el rechazo y la agresión que sufrieron los primeros misioneros, sino que los aborígenes se manifiestan receptivos, aceptan sus enseñanzas y hasta sus correcciones: les daban las mayores muestras de cortesía. El método salesiano funciona también en tierras lejanas. Esencialmente radica en el modo de vincularse. Se trata de ofrecer en las misiones, la misma propuesta original del Sistema Preventivo en su síntesis más concisa: procura hacerte querer.

María es la clave

“Seguí observando y me di cuenta que los misioneros rezaban el santo Rosario, (…) les abrían paso y contestaban con gusto a aquella plegaria. 

Los Salesianos se colocaron en el centro de la muchedumbre, que les rodeó, y se arrodillaron. Los indígenas echaron las armas a los pies de los misioneros y también se arrodillaron. Y he aquí que uno de los salesianos entonó el: Load a María; y aquellas turbas, todos a una voz, continuaron el canto tan al unísono y en tono tal, que yo, casi espantado, me desperté.” 

Los salesianos llegan con el rosario en la mano y los cantos de alabanza a la Virgen. Don Bosco queda admirado de la transformación de los indígenas que asumen la oración de María y sus cantos. Ella lo hace de nuevo, Ella lo hace todo.

Es necesario destacar que Don Bosco proyecta en estas imágenes del sueño, dos comprensiones que lo habitan: por un lado su imaginario condicionado irremediablemente por la cultura europea de la época y por los prejuicios ideológicos de tipo racista de la mentalidad imperante. Por otro lado le aflora, de manera muy contrastante, la potencia del carisma salesiano que late en su corazón. En este proyecto misionero su fe y su caridad profundas sobrepasan a sus mismos condicionamientos humanos. Nos dan la pista de una señal que debemos seguir también nosotros.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MARZO 2025

Noticias Relacionadas

MEMORIA DEL FUTURO

150 años. La llegada de la primera misión salesiana a América.