Los de afuera son hermanos

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Cientos de venezolanos encuentran apoyo y esperanza en la obra salesiana de Almagro

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Es miércoles por la tarde en la Basílica de María Auxiliadora de Almagro, Buenos Aires. En una de las galerías de los salones parroquiales, unas cuarenta personas comparten merienda y charla. Para los que necesitan algún medicamento, está el dispensario. Para los que necesitan abrigo, está el ropero. También hay donaciones de alimentos y contactos para conseguir un trabajo.

Y para los que necesitan una mano, alguien que los escuche y un abrazo, están ellos: Ana, Mabel y Carlos. Desde hace tres años reúnen y animan una comunidad cada vez más grande de venezolanos, inmigrantes agradecidos de encontrar en este rincón de la ciudad algo parecido a lo que dejaron allá: un hogar.

“Recibir, proteger, promover e integrar” 

Ana y Carlos son esposos. “Any” tiene 70 años y Carlos 72. Vecinos del barrio “de toda la vida”, con hijos exalumnos, son salesianos cooperadores y colaboradores desde siempre, ya sea en la parroquia, en el oratorio o yendo de misioneros. A ellos se suma Mabel, “Maby”, cuñada de Any.

Hace tres años el padre Vicente Richetti, en ese entonces párroco, notaba que cada vez más venezolanos participaban de la eucaristía. El dato no pasaba inadvertido para Carlos: “Pleno invierno y venían a misa en manga corta”. “No traían abrigo. Con eso empezamos”, dice Any.

Lo que comenzó como un café después de misa fue mutando en un organizado sistema de apoyo al migrante por el que ya pasaron cuatrocientas personas… “Nos guiamos por los cuatro objetivos que nombró el Papa —cuenta Carlos—: recibir, proteger, promover e insertar en la sociedad”. Any completa: “Carlos se encarga de las planillas donde dejan sus datos”. Ella se encarga luego de escucharlos —“la única forma de saber qué necesitan”— y finalmente Maby les prepara un paquete con ropa de abrigo y algunos alimentos.

Lo que comenzó como un café después de misa fue mutando en un organizado sistema de apoyo al migrante.

Todo lo que haga falta 

Los caminos de la solidaridad luego se tornan impredecibles. Carlos organiza reuniones con personas que vienen a ofrecer trabajo: “Hoy tenemos gente laburando en Campana y en Vaca Muerta —cuenta—”. Y al mismo tiempo para quienes comienzan a buscar trabajo tanto Ana como Carlos ofrecen presentarse como contactos de referencia, mientras los ayudan con la validación de sus títulos.

En otra ocasión fue Maby quien se encargó de juntar gasa, algodón y todas las cosas necesarias para que Erica —que se venía aguantando las contracciones hasta que su marido cobre— pudiera dar a luz a Christopher. Y, como si fuera poco, Any y Carlos recibieron cuatro días en su casa a una familia hasta que consiguieron lugar donde hospedarse.

Incluso los mismos venezolanos ayudan a los recién llegados con los trámites migratorios. Muchos dejaron todo en Venezuela, incluyendo su documentación. En ese caso, Any y Carlos los contactan con la Conare, Comisión Nacional para los Refugiados. Otras personas de la parroquia brindan gratuitamente atención médica y psicológica.

Maby, Any y Carlos: dando una mano sin pedir nada a cambio.

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Empezar de nuevo

“Con más de cuatro millones de venezolanos viviendo en el exterior, la gran mayoría en países de América del Sur, este es el éxodo más grande en la historia reciente de la región”, dice la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados.

Unas ciento sesenta mil tienen residencia legal en Argentina. Dinora es una de ellas. Ya por jubilarse, con sus hijos terminando la universidad, a uno de ellos le detectan una enfermedad neurológica: “Tuvimos que decidir: los alimentos o los medicamentos”. Vendió todo lo que tenía para costear la salida del país, en un viaje que la llevó hasta la frontera con Brasil, luego hasta la ciudad de Manaos y desde allí en avión a Buenos Aires, en octubre del año pasado.

Toda la vida estuvo vinculada con los salesianos. A pocas semanas de llegar ya estaba en el grupo: “Fue una bendición para nosotros, por la acogida de Any y Carlos, la sensibilidad que tienen. Sienten suyo el drama nuestro y se movilizan. Hoy estamos viviendo todos en un departamento con las colchonetas que nos consiguió Any”.

Los problemas de salud de su esposa empujaron a Arriz, exalumno salesiano, a venir para Argentina. Consiguió trabajo en un puesto de diarios, luego como seguridad en un restaurant. De paseo se cruzó con la Basílica. “Aquí decimos que el señor Carlos y la señora Any son los ángeles que Dios nos puso en el camino. Más que pedir, tenemos que agradecerle a Dios por todo lo que tenemos”, dice Arriz.

“Fue una bendición para nosotros. Any y Carlos sienten suyo el drama nuestro y se movilizan”, dice Dinora.

Sin figurar 

“Un día recibimos un WhatsApp que decía: ‘Gracias por la comida, por la ropa, por el calzado, pero necesitamos algo más, la Palabra de Dios’”, cuenta Carlos. Juntaron treinta Biblias. Hoy organizan encuentros bíblicos, de oración, y participan en las celebraciones de la parroquia. “Me ayudaron mucho a crecer en la fe. No hay otra manera que vos vivas esto si no tenés fe”, dice Any.

A los venezolanos, que son mayoría, se suman colombianos, ecuatorianos y peruanos. También algún tunecino y una chica de Rusia. “Acá no tenés fin de semana, tenés que trabajar y que te salga del corazón. Tenés que darte a los demás, que es lo que te pide Dios. Tenés que saber reírte y saber llorar”, aclara Carlos, con alguna lágrima en los ojos.

No manejan redes sociales, ni hacen flyers. La gente se entera por el “boca a boca”. “No nos gusta figurar —aclara Any—. Hoy lo estamos contando por Don Bosco, para que otros también lo hagan”.

 

Por Ezequiel Herrero y Santiago Valdemoros • redaccion@boletinsalesiano.com.ar

BOLETÍN SALESIANO – OCTUBRE 2019

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