“¿Dónde están mis pequeños misioneros?”

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La visita de los primeros misioneros salesianos al Papa antes de cruzar el océano.

Por: Néstor Zubeldía, sdb

nzubeldia@donbosco.org.ar

La cuidadosa preparación de la primera expedición salesiana a la Argentina, que Don Bosco planificó con mucho esfuerzo hasta en los detalles, incluyó también una visita de los jóvenes misioneros al papa Pío IX en Roma. Probablemente ninguno de esos muchachos, criados en un ambiente de pobreza campesina, había viajado antes a la Ciudad Eterna. Por eso, tal como lo había previsto el santo, la ayuda y la compañía del cónsul Gazzolo comenzó a resultar providencial para ese grupo de peregrinos inexpertos.  

Roma había sido proclamada como nueva y definitiva capital del Reino de Italia, después de Turín y Florencia, apenas cuatro años antes, tras la invasión de las tropas de Garibaldi a lo que hasta entonces habían sido por siglos dominios pontificios. El largo viaje en tren desde Turín ya sería toda una aventura para los misioneros. Por si fuera poco, la ropa de gala que estrenarían para el encuentro con Pío IX y con los cardenales de la curia, se había convertido en motivo de diversión para esos muchachos sencillos, acostumbrados al atuendo del trabajo en el campo y a la vida cotidiana en el Oratorio. Pero al llegar todos juntos a la estación Porta Nuova de Turín, se dieron cuenta de que la valija con la ropa de etiqueta había quedado olvidada en Valdocco. Entonces, Cagliero, Il capo del grupo, se hizo cargo de traerla lo antes posible, con el tiempo más que justo para subir corriendo al tren, esquivando en el camino a los carabineros que pretendían cortarle el paso. ¡Valente bersagliere!, comentó admirado un pasajero cuando vio a ese cura de sotana que subía transpirado al tren en movimiento después de haber arrojado la valija desde el andén.

“¿Dónde están mis pequeños misioneros?”, preguntó sonriente el Papa cuando salió al encuentro de ese grupo de jóvenes.

El domingo 31 de octubre, los misioneros fueron recibidos en audiencia por el cardenal Antonelli, secretario de estado del Papa. El lunes al mediodía, volvieron al Vaticano guiados por el cónsul Gazzolo, que no se había olvidado de lucir su colección de condecoraciones en el pecho, para el encuentro con Pío IX. Probablemente mal asesorado sobre el modo de vestir de los eclesiásticos en América, Don Bosco había hecho grandes sacrificios para comprar esos aparatosos sombreros, grandes cruces y largas capas para los sacerdotes y una especie de levitas o smoking para los coadjutores. “¿Dónde están mis pequeños misioneros?”, preguntó sonriente el Papa cuando salió al encuentro de ese grupo de jóvenes cuyas edades iban desde los 19 hasta los 31 años y que parecerían más bien parte de una fiesta de disfraces. 

Gazzolo y don Cagliero, los dos acompañantes mayores, habían sido recibidos primero a solas por el Pontífice, en su estudio privado. Después, el Papa salió a saludar y bendecir al resto del grupo y también a las pocas Hijas de la Misericordia que habían ido en representación de las quince religiosas que viajarían a América en el mismo barco que los primeros salesianos.

Apenas concluída esa experiencia para todos inolvidable, Cagliero envió un telegrama a Don Bosco, a quien imaginamos ansioso a la espera de noticias. El mensaje ocupa solo un renglón, evitando palabras para abaratar costos, como era habitual en ese tipo de comunicación:


Hoy misioneros audiencia cordialísima Padre Santo – Antonelli. Bendición apostólica todas nuestras casas.

Cagliero

Roma, 1 noviembre 1875


El mensaje del día siguiente consta de algunos renglones más y puede leerse manuscrito en el reverso de una típica tarjeta postal de la época con fotos de Roma. Lo firmó con cierta preocupación don Fagnano, quien vendría a América ya designado como director de la primera comunidad salesiana de este lado del mar. Fagnano tenía entonces 31 años y hasta poco antes del viaje a la Argentina formaba parte de la comunidad salesiana de Varazze, en la costa ligur, no muy lejos de Génova. A diferencia de la mayor parte del grupo, él no se había ofrecido para la misión, sino que el mismo Don Bosco le había pedido ese servicio. Fagnano no era hombre de asustarse ante los desafíos. Al contrario, para entonces ya había trabajado en la Cruz Roja acompañando a las tropas garibaldinas y además, a pedido de su propio tocayo Garibaldi, que sabía de su valentía y su audacia, había sido oficial en esas tropas que conmovieron la Península.

Fagnano le había puesto como condición a Don Bosco poder partir sin decírselo antes a la familia.

Sin embargo, el valiente Fagnano temía no poder soportar las lágrimas de su madre en la despedida. Por eso, le había puesto como condición a Don Bosco poder partir sin decírselo antes a la familia. De allí la preocupación de que apareciera su nombre en la prensa tras la visita al Papa. Lo mismo que los nombres de los dos más jóvenes, Allavena y Gioia que, como no habían cumplido aún con el servicio militar, iban a salir del país clandestinamente.


Queridísimo Don Bosco:

Don Cagliero desea publicar nuestros nombres en La Unidad Católica. Si fuera posible después de la partida, bien. Pero antes, me parece una imprudencia. Yo deseo partir sin que los míos lo sepan. Y Allavena y Gioia…

El Padre Santo nos recibió con afecto paternal “¿Dónde están mis pequeños misioneros?” A los coadjutores preguntó por el oficio de cada cual. 

Si ha escrito ayer a La Unidad Católica, y aquí, en Roma, a un diario, mire que los nombres no se publiquen antes de la partida. Mañana a las 8 se partirá. Arrivederci!

José Fagnano

Roma, 2 de noviembre de 1875.


Esta vez no se trata de largas cartas que atravesaron el mar, escritas por personas que aún no se conocían, sino de breves mensajes de familia, redactados en formatos propios de la situación y de la época. Aun así, nos permiten asomarnos una vez más a los preparativos, las complicaciones y las emociones que, ciento cincuenta años atrás, acompañaron a aquellos salesianos intrépidos de la primera expedición misionera a la Argentina.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JUNIO 2025

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