En primera persona

Compartir

Por: Néstor Zubeldía, sdb

nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo Domingo. Nací en un pequeño pueblo entre colinas y viñedos, a quince kilómetros de Turín. Mis padres eran campesinos y tenían que alimentar con su trabajo las ocho bocas de nuestra humilde familia. Apenas si pude estudiar algunos años. Recién a los veintitrés, conocí a Don Bosco. En el Piamonte todos hablaban de él y yo me acerqué a preguntarle sobre mi futuro. Enseguida me aceptó en el grupo de los que él llamaba “los hijos de María”. Éramos jóvenes que no habíamos participado de chicos en sus obras y en general tampoco habíamos podido estudiar, pero que dábamos esperanzas de vocación. Alternando el estudio con el trabajo de asistente de los más chicos, como era habitual en esa época en el Oratorio, en la Nochebuena de 1874 llegué a ser ordenado sacerdote.

Cuatro años después, me ofrecí para formar parte de la tercera expedición misionera que partía hacia América capitaneada por el padre Costamagna y con las primeras hijas de María Auxiliadora que cruzarían el mar. Mi bautismo de fuego en Buenos Aires fue nada menos que en La Boca del Riachuelo. Don Cagliero se había animado a llegar hasta ahí desafiando las advertencias de muchos. Poco después los salesianos nos instalamos en ese lugar para quedarnos.

Los comienzos no fueron fáciles. Ya de entrada, éramos sospechosos y estábamos amenazados. Enseguida se pasó de las palabras a los hechos. Un día, al bajar del tranvía, un desconocido casi me mata de un terrible golpe en la frente con una especie de manopla de hierro. Quedé tirado en la calle en un charco de sangre. Fue una especie de bienvenida a ese territorio hostil que hasta entonces estaba en manos de las sectas masónicas. Lamentablemente, entre ellas había muchos paisanos nuestros italianos. El trabajo fue paciente y a la vez incansable, para llegar a ganarnos a esa gente, empezando por los chicos, como nos había enseñado Don Bosco.

Unos años después, yo ya estaba en la Patagonia y empecé a recorrerla en barco, a caballo, a lomo de mula, en carro o a pie, si era necesario. Fui el segundo párroco de Viedma, cuando nuestra parroquia comenzaba en el río Negro y terminaba en el canal de Beagle. En la Navidad de 1886 me di el gusto de bautizar a orillas del río a Ceferino, uno de los hijos del cacique don Manuel Namuncurá. Estuve también entre los primeros salesianos en instalarnos en Bahía Blanca en 1890. Años después acompañé en el cruce de la cordillera desde Chile a las primeras hijas de María Auxiliadora que se instalaron en Junín de los Andes y fueron las maestras de la inolvidable Laurita Vicuña. Más de cincuenta veces atravesé la cordillera, hacia uno y otro lado. Algunos dicen que si se sumaran los ochenta mil kilómetros que recorrí, llegaría a dos meridianos de los que cruzan todo el globo terráqueo.

Domingo Milanesio nació en Settimo Torinese el 18 de agosto de 1843. Fue el prototipo de los misioneros itinerantes patagónicos de aquellos años, acostumbrado a todo tipo de sacrificios y privaciones que dejaron huellas en su recia contextura física y en su piel curtida por el sol y los vientos. En el lenguaje del Papa Francisco se podría decir que es el paradigma de la “Iglesia en salida”, que no se queda esperando sino que sale al encuentro de los hermanos, especialmente de los más pobres y marginados. Fue el primer salesiano que se comunicó con los mapuche en su propia lengua. Ellos, a su vez, lo llamaron en su idioma “patiru” (padre) Domingo. Murió en Bernal el 19 de noviembre de 1922, tras haberse despedido de sus hermanos salesianos como un patriarca bíblico.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JUNIO 2025

Noticias Relacionadas

Darle forma la Obra Salesiana

Historia salesiana  La figura de Américo Bonetti, escultor del barrio de La Boca.

Pequeños detalles para una gran aventura

De puño y letra. Don Bosco escribe al párroco de San Nicolás ultimando los preparativos de la primera expedición misionera.

En primera persona

En primera persona. Un relato en primera persona de Enrique Pozzoli.

Me llamo Juan Bernabé

En primera persona. Un relato en primera persona de Juan Bernabé.