Creo que creo

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Tener fe y dudar, ¿antagónicos o caras de una misma moneda?

Por Roberto Monarca

boletin@donbosco.org.ar

“A la tarde te escribo” 

“¡Dale!”

 

Seguramente, más de una vez hemos vivido esta situación, ya sea indicando que íbamos a escribir, o esperando el mensaje.

Y en esta sencilla frase, podemos identificar diferentes actitudes: las intenciones de quien asegura que va a escribir de querer realmente hacerlo, el grado de credibilidad que le da quien recibe el mensaje, si los motivos para encontrarse son significativos para ambos, qué voluntad real de encontrarse existe, si otras promesas similares fueron cumplidas.

Creer viene del verbo latino credere, que se origina en la expresión cor-dare, es decir, dar el corazón a alguien. Cuando decimos te creo, hacemos lugar en nosotros a esa persona, a lo que dice, y confiamos que lo que nos dice es cierto, es real, que es una promesa que se cumplirá. Creer en alguien es tenerle fe.

Creerle a alguien implica también un riesgo. No estamos plenamente seguros de lo que se nos promete se cumplirá, y tampoco es una certeza científica. Damos nuestro asentimiento hacia alguien porque la persona que nos lo dice ha cumplido con su palabra anteriormente, y nos da motivos para creer que la seguirá cumpliendo.

¿Y con Dios?

Igual. Antes de creerle a Dios, creemos en Dios, es decir, le hacemos lugar a Dios en nuestra vida, y luego damos nuestro sí a lo que Dios nos propone. La fe, más que creer en verdades, es encontrarme personalmente con un Dios que también quiere encontrarse con cada uno de nosotros para seguir proponiéndonos su sueño de felicidad plena para todos.

La fe viene como respuesta a una dimensión profunda del ser humano: la búsqueda de la verdad y el bien. Desde los primeros pasos, el ser humano se interroga por el sentido más profundo de la vida y de la existencia, y en esta búsqueda la persona se encuentra con Dios que trata casi desesperadamente de recordarle su propuesta inicial de armonía y felicidad plena; de vivir en comunión con él, de encontrarle así sentido a la vida y a las distintas situaciones que nos toca enfrentar.

Creer es arriesgar, confiar, entregarse a un Dios-misterio que permanece siempre tras el velo de la fe.

Y en la fe, como en toda decisión personal, entran en juego la libertad y la elección, y hay una dosis de riesgo y de duda. Creer es arriesgar, confiar, entregarse a un Dios-misterio que, por más real que sea, por más intensamente experimentado que haya sido, permanece siempre tras el velo de la fe. 

Que sí, que no

El ser humano es un ser libre. Y esto le abre a una existencia que se construye por medio de opciones. Pero como no puede conocer ni medir de antemano el éxito de sus decisiones, se arriesga. No lo hace en la oscuridad total, porque no habita en un mundo vacío. Vive con otros seres humanos y se mira en ellos para construir su recorrido.

Habrá un momento de decisión en que cada persona se enfrente al riesgo y la duda de dar o no su sí, y, en cuanto a la fe, para creer está invitada a dar un paso de decirle un sí a Dios que supera las razones que recibe. No es que Dios nos convence, o creemos porque no nos queda otra, sino que, desde lo más profundo de nuestro corazón, aún con dudas e incertidumbres, le decimos que sí a Dios y a su propuesta. Dios no impone, busca siempre, y propone.

La fe es dinámica

Decimos ante todo que la fe es respuesta de la persona a Dios que le sigue proponiendo un proyecto de vida de felicidad plena. Una propuesta que Dios ofrece porque nos ama y una respuesta nuestra que también se da por reconocernos amados por Dios.

Dios es quien toma la iniciativa en querer encontrarse con cada uno y recordar su propuesta. Por eso se dice que la fe es gracia de Dios, es decir, un regalo de Dios, algo gratuito, que Dios ofrece a todos.

Además, por la fe participamos de la vida de Dios, y participando de esa vida ya participamos de la eternidad.

En este ida y vuelta dinámico, creer es hacer lugar en la propia vida a la palabra definitiva de Dios, reconocer como verdadera la Buena Nueva de que Dios resucitó a Jesús de Nazaret, y en el mismo movimiento, dejarse tocar y transformar por el amor de Dios, encontrándole sentido a la propia vida, superando el profundo vacío que nos genera el no saber por qué vivimos y por qué hacemos lo que hacemos, todos los días.

Crecer en la fe significa tratar de crecer día a día en esta sintonía con Dios, un camino con dudas e incertidumbres, que para ser recorrido necesita ir conociendo cada vez más el significado de la propuesta de vida plena de Jesús, y tratar de vivirla cada día en todas las dimensiones de la vida, sabiendo que de esa manera nuestra vida irá encontrando su sentido más profundo. 

La fe no es un remedio mágico que nos soluciona todos los problemas de la vida.

De la misma manera, la fe no es un remedio mágico que nos soluciona todos los problemas de la vida. Creer es entrar en un proceso permanente de búsqueda, que nos permite afrontar la vida con una profunda convicción: existimos para la felicidad plena, y Dios, a través de Jesús, nos revela cómo lograrla. 

Mojones de Dios

¿Cómo? Dios se revela en la historia, personal y social, en la vida de cada día. Cuando encontramos situaciones donde podemos reconocer verdad, bondad, belleza, servicio desinteresado, alegría profunda, paz aún en medio de situaciones difíciles, son reflejos y signos de que Dios nos está hablando desde allí. 

Todo el proceso de revelación de Dios encuentra su punto culminante en Jesús. Jesús nos revela al Padre, nos muestra cuáles son los criterios y las opciones de Dios, que él hace propias en su vida. Junto con sus palabras, su vida es la que nos muestra cómo vivir la respuesta a la propuesta de Dios.

La fe, entonces, es pensar como Jesús, amar como Jesús, obrar como Jesús, mirar la realidad como Jesús, no tanto para imitar y replicar sus acciones, sino para descubrir cómo actuó él, sus criterios y opciones, para que sean orientadoras para la propia vida.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2025

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