En 1880, Don Bosco designa a Pablo Albera como inspector para las nuevas obras salesianas de Francia. Hacia allí lleva el espíritu y el carisma del fundador.
Por Manolo Pérez, sdb
Centro Salesiano de Formación Permanente América
El 9 de julio de 1867, Don Bosco visitaba Mirabello: jugaba leyendo la mano de jóvenes y salesianos: serían militar, marinero, obispo. A Pablo Albera le dijo: “¿Estarás dispuesto a donde te mande, pero no de obispo sino de sencillo salesiano?”
En 1880 le propone ser provincial en Francia. Albera escribe a Don Bosco buscando cambiar su parecer. En octubre viaja a Turín. Don Bosco está en el patio, ni lo dejó abrir la boca: “¿Cómo, no estás todavía en Francia? ¡Vete enseguida!” Besó su mano, se encomendó a la Virgen, regresó a Génova por sus cosas y partió…
¿Provincial o inspector?
Los salesianos nacen, en Italia, en tiempos borrascosos anticlericales, lo mismo en Francia: el 29 de marzo de 1880 se decretó la clausura de 261 conventos y la expulsión de 5643 religiosos. Las sociedades benéficas sí podían ejercer sus derechos: eso eran los salesianos. Don Bosco, citando a San Ignacio, el 14 de septiembre de 1877 plantea la denominación laica y sus funciones: el superior no sería llamado “provincial”, sino “inspector”.
En Francia se palpaba fuertemente la veneración a Don Bosco y la simpatía por la obra salesiana. Don Bologna, director en Marsella, el 11 de octubre de 1881 le escribe: “Reconocemos el sacrificio que hace enviando a Don Albera a ser nuestro padre. Su experiencia, bondad y virtud nos hace desear tenerlo entre nosotros”. En 1882 eran 43 salesianos y 16 novicios en el país.
Desde 1877, los salesianos en Francia
Las presencias salesianas se expanden rápidamente en Francia. Desde 1878, en Marsella, surgirán en diversas ciudades: seis orfanatos con diversos talleres, múltiples oratorios, atención pastoral a la población, especialmente a los emigrantes, hasta una escuela agrícola en 1891. Hay varias constantes: los destinatarios eran jóvenes pobres y abandonados, y contaban con el apoyo efectivo de los Patronatos, salesianos cooperadores y obispos.
A fines de agosto, en 1883, llega Don Albera a Marsella, y el 4 de noviembre se realiza su nombramiento como inspector. Suscita cada día mayor credibilidad y aprecio en el clero, los cooperadores y los Patronatos. La fineza y mansedumbre en el trato, su sonrisa, su amabilidad abierta y cordial, la profunda espiritualidad cautivaron el corazón de los jóvenes, la confianza y el afecto de Salesianos e Hijas de María Auxiliadora.
El oratorio San León, en Marsella, también será escenario de misioneros: eran acogidos, festejados y despedidos como por otro Don Bosco. La primera vez, el 13 de noviembre de 1883, eran 20 salesianos y 12 Hijas de María Auxiliadora.
Don Bosco está presente
El cariño de Don Bosco por Albera era notorio: “Mi salud desde hace un tiempo está desmejorando cada día, pero mientras te escribo me parece estar perfectamente. Creo que esto sea efecto del gran placer con que te escribo”. Pero no sólo eran cartas. Lo visita varias veces, para apoyarlo en la misión, animar salesianos y jóvenes, dar conferencias y buscar ayudas económicas en diversas ciudades. En 1884 estaba achacoso y enfermo. Don Albera procuraba sólo que él fuera todo para todos. El doctor Combal le hace una consulta minuciosa: “Su organismo es como un traje gastado por el uso diario, el único remedio es el descanso”.
Hay una falsa alarma en febrero de 1885 en Francia: Don Bosco había muerto. Pero es en enero de 1888 cuando fue cierto que estaba grave. El 12 llega don Albera a Turín. No sabe si quedarse o retornar… Don Bosco lo ayuda a decidirse: “Tú cumple con tu deber yéndote. ¡Dios te acompañe! Rezaré por ti. Te bendigo de todo corazón”. Don Cerruti le promete que lo mantendrán informado. A los pocos días recibe un telegrama: Don Bosco se muere. Cuando lo recibió, ya había fallecido, pero le dará el tiempo para asistir a los funerales y despedir al Padre.
En Don Albera se prolonga la presencia de Don Bosco en Francia: le petit Don Bosco, “el pequeño Don Bosco”, así lo llamaban. Un exalumno de San León en Marsella lo testimonia: “Su porte modesto y humilde, su constante sonrisa, su manera amable de tratarnos, daban ánimo. No había recreo que no estuviera entre nosotros; venía a visitarnos en el comedor y la capilla. Hablaba poco, pero su presencia bastaba para hacerse respetar… Participaba frecuentemente en las reuniones semanales de la Compañía San Luis y del Santísimo Sacramento, sus palabras estimulaban a la piedad y a la virtud”.
BOLETIN SALESIANO – JULIO 2021