Está en nuestras manos

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Llamados a ser levadura que hace crecer la vida.

a.      El Reino de los Cielos es como la levadura:

El Evangelio de Mateo compara al Reino de los Cielos con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina (Mt. 13, 33), haciendo que fermente todo.

En varias ocasiones el texto compara la presencia del Reino con una realidad pequeña que termina por transformar lo que toca. La semilla de mostaza (Mt. 13, 31) o con un grano que muere en tierra (Jn 12, 23 – 24), etcétera. Se trata siempre de lo poco que tiene incidencia en el todo.

En referencia a la levadura se da, además, la dinámica de algo que, desde dentro, potencia lo mucho. La harina, que no tiene vida, comienza a tenerla por contacto de estos gramos de levadura. El fermento hincha, agranda, hace flexible, y no lo hace solo, necesita también el agua y el azúcar.

Lo inerte y lo vivo, lo insulso y lo dulce, lo seco y el agua, serán dinámicas que nos ayudarán a entender la potencia del Evangelio que no se juega en lo violento, o la prepotencia de lo mucho, o lo llamativo de lo vistoso. Se trata del silencio, del contacto, de lo interior e invisible, pero que arrastra, e implota el todo, y lo abre para dar vida. Y se trata de dar vida, porque la masa se fermenta para producir pan.

b.      Lo poco para lo mucho:

El Reino, o la misión por el Reino, se acciona en pequeños gestos. No se trata de actos grandilocuentes. El cotidiano, lo permanente, la asistencia, la escucha, se vuelven presencias que tienen en cuenta al otro y a la otra.

Jesús entra en contacto con la dignidad humana en los modos de tocar, de mirar, de levantar, de estar atento al llanto de una viuda (Lc. 7, 11 – 17). Recorre, actúa, describe la acción de Dios en las acciones del camino. Se trata de la atención a la humanidad de los otros/as, pero no en lo espectacular de los rituales del templo, sino en la ritualidad de la caricia, de la ternura que da cuenta de un Amor que no era merecido, y que ahora vuelve su mirada a los últimos.

c.       Se fermenta en el silencio:

La masa para fermentar necesita tiempo. No se puede apurar, sino la masa queda aplastada y dura. La espera espesa, hace esponjosa la masa.

La espera habla de procesos, de tiempos. No apura o condena, ni acecha con prejuicios, sino que atiende al modo en que la masa leva.

Es un tiempo que necesita, además, de un lugar templado. No crece en el frío, sino en la calidez del espacio contenido que deja fermentar.

La masa que fermenta se parece al proceso de acompañamiento, de lo educativo que sabe esperar sin imponer, que sabe acompañar sin adelantar finales, que sabe abrir el horizonte sin saber a dónde va la vida. Mientras se espera el crecimiento, la masa leva en silencio, no hace ruidos, pero crece.

d.      Y la masa fermentada se amasa para dar vida:

La masa que se fermenta y leva debe ser amasada. No solo la levadura fermenta por contacto, sino que también necesita de las manos que la mezclan y la amasan.

No hay cambios si no hay contacto, si no hay compromiso, si no se trata de “hacerse cargo”.

Las manos tienen que entramarse con la masa. Los dedos penetran en la harina con el agua, la levadura, el azúcar, evitando los grumos, esperando que se amalgame el preparado, con la ansiedad de ver si se unifica todo, o queda desarmado. A veces, necesita más agua, a veces nos quedamos cortos con lo dulce o lo salado, a veces el compromiso con la masa queda en intenciones.

El pan necesita de nuestras manos, no se hace la mezcla si no nos hacemos cargo de lo que vamos viviendo, haciendo, caminando.

Jesús está atento a la humanidad. Se arroja tanto a la vida de los otros y otras, que se entrama, que mete los dedos en las heridas para resucitarlas, implotarlas en vida.

El modo en que los pobres, los marginados, los dolientes, se daban cuenta del Amor, era en el contacto de Jesús. Pone saliva en la boca (Mc. 7, 33), o en los ojos (Jn. 9, 6), come con los que no merecen el Reino (Mc. 2, 16). Y esta certeza de un Amor merecido que vuelve la vista a la humanidad victimal (Mc 5, 21 – 34) da alegría por saberse amado/a. Da la suficiente fe que cura.

e.      Y nos damos cuenta que la Vida crece:

El Reino está presente, no se ve, pero se va generando en el interior de la historia. De la historia personal, y la de los hermanos y hermanas (Mc. 4, 26 – 34). Ser conscientes que la Vida crece, o que la masa se fermenta más allá de nosotros, nos da potencia para hacernos cargo.

En una realidad donde la violencia apura los juicios, o los resultados, que pretende que las cosas sean como nos gustan, la lógica de la masa fermentada quiebra los mandatos sociales que adelantan prejuicios sobre lo que los otros y las otras tienen que hacer o como deben ser.

La masa fermentada nos habla del azúcar de lo tierno, el compromiso de la mirada atenta, el hacernos cargo con nuestras manos. Pero también acepta que la Vida está presente y es gratuita. No se puede apurar, pero se puede esperar, no se puede pretender, pero se puede proponer, no se puede quebrar, pero se puede alentar.

La masa crece tocada por la levadura en un espacio cálido, con la pizca del azúcar de la ternura, que está atenta a la dignidad y con el agua de la Palabra que da cuenta del Amor. 

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BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – FEBRERO 2023

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