Entrevista al padre Joaquín López Pedroza.

Por Juan José Chiappetti y Ezequiel Herrero
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Carmen de Patagones. Un grupo de chicos recién sale del colegio y se reúne en la plaza. No están solos, en medio de ellos se divisa la figura del padre Joaquín Lopez Pedroza, misionero salesiano español, de rostro alegre, caminar apacible y sonrisa cómplice.
La presencia de las cámaras y de los micrófonos, extraños invitados a ese encuentro que parece habitual, despierta algunas bromas y cargadas mutuas. Joaquín llegó hace 63 años a la República Argentina como misionero salesiano –en ese entonces todavía no se había ordenado sacerdote–, y no todos los pases para estar donde reconoce que es feliz se dieron uno tras otro, por lo que él mismo elige como título: “jugué de suplente y fui feliz».
Hoy con 83 años nos comparte su historia.
¿Cómo fue su infancia?
Nací en Guadix, un pueblo muy antiguo de la provincia de Granada en España. Pasé mi infancia junto a mis padres, éramos siete hijos… Cuando tenía once años y estaba en cuarto grado, un maestro que tenía un hermano salesiano nos hablaba mucho de religión y los domingos nos invitaba a ir con él a la iglesia.
Un día en el recreo con mis compañeros, nos comenzamos a preguntar: «¿El año que viene, ¿qué van a hacer?¿Qué van a estudiar?». Ellos respondían: “Yo voy a ser abogado”, “yo voy a ser ingeniero”. Cuando me tocó mi turno dije: «Yo voy a ser sacerdote».
Mi madre se enteró y me preguntó si eso era lo que quería, yo le dije que sí. Mi padre tenía un tío sacerdote, le hablaron para ver si podía pagar la beca del seminario de mi pueblo, porque mis padres con siete hijos no podían. El tío, contento de tener un sobrino sacerdote, aceptó. Y entré al seminario.
Pero a mí me gustaba más el deporte, el juego, no tanto el estudio. No me iba bien en latín, me aplazaron. Volví a rendir el examen, pasé a segundo año y me volvieron a aplazar. Entonces el tío me dijo: «si no te gusta el latín, no puedes ser sacerdote». Así que quedé afuera del seminario.
¿Y entonces qué hizo?
Mi papá tenía una panadería pequeña y ese verano me dediqué a repartir pan en bicicleta. Una tarde mi papá se encontró con sus amigos a tomar un café, y uno de ellos le preguntó, «¿Qué hace Joaquín repartiendo todavía pan? Ya volvieron los seminaristas”. Papá le explicó la situación. “Yo tengo un hijo salesiano, le voy a hablar a mi hijo Antonio”, le dijo su amigo. Así fue. El problema era que faltaban tres días para que comience el curso y ya era tarde, tendría que esperar hasta el próximo año.
Esa misma tarde, desde Galicia, un chico que iba a ir al aspirantado de los doscientos anotados, avisó que no iba a ir. Quedaba libre el número 191 de esa lista de doscientos. Entonces, Antonio, el hijo del amigo de mi papá, llamó al padre y le dijo: «Que le marque la ropa con el 191 y que venga enseguida, porque dentro de dos días comienza el curso«. Esa noche mi mamá, mi abuela, mi hermana mayor, mi madrina, todas cosiendo la ropa que yo ya tenía del seminario con el 191.
¿Y qué encontró ahí?
Yo no había oído hablar ni de Don Bosco, ni de los salesianos, ni de María Auxiliadora. ¿Qué me dijo Dios? Seminarista, no. Vas a ser salesiano. Y en ellos encontré una familia y mucha alegría. Encontré ganas de jugar, de divertirnos, de cantar, e incluso ganas de estudiar. Ese año me saqué 10 en latín.
¿Cómo llegó a ser misionero?
En el noviciado tuvimos un director salesiano que había estado en las misiones de Ecuador con los Jíbaros. Él nos hablaba permanentemente de las misiones, nos proyectaba diapositiva con fotos, imágenes de los indígenas de Ecuador. Al final del año, cuando hicimos la carta para hacer la profesión, nos dijeron, «los que deseen ir a las misiones, escribanlo». Y yo lo escribí. A fin del año mandaron a seis u ocho a Argentina, Chile, Brasil, pero a mí no me dijeron nada.
Dos años después, cuando comenzaba tercero de filosofía, el director me llamó y me preguntó: «¿Tú habías pedido ir a las misiones en el noviciado? ¿Quiere ir todavía?”. «No sé si me dejan mis padres», le dije, parecía que se me había apagado el fuego misionero.
Él me dijo que les escriba porque uno de mis compañeros tenía que ir a la Patagonia pero su familia no lo dejaba. Yo escribí deseando que me dijeran que no y mi madre me respondió: «¿Qué vas a ir a hacer a la misión? No eres sacerdote, no puedes predicar, no puedes rezar misa, no puedes confesar. ¿Qué vas a ir a hacer en medio de la selva?”.
Cuando se lo comento al director, él me dice que vuelva a escribirle a mi madre, y que le diga que mi destino no era la selva, que trabajaría con niños en un colegio. Entonces le volví a escribir, esta vez, deseando que diga que sí. Efectivamente, mi madre me contestó: «Si ese es tu deseo, puedes ir». Y ahí el padre Felipe me dijo que iría a la Patagonia, a Viedma, sede de la primera misión salesiana de la Patagonia.
Y Joaquín, ¿alguna vez en estos 65 años se preguntó por qué ser salesiano?
Después de que Dios me confirmara que mi vocación era salesiana y no del clero diocesano, la segunda manifestación de la voluntad de Dios de que me quería en la Patagonia fue al mes de mi ordenación sacerdotal.
Estaba en mi pueblo, en casa y mi padre se enfermó. Lo llevamos a Granada, le hicieron un estudio médico y el doctor, me dijo que mi padre no tenía solución, que tenía cáncer de estómago. Me lo dijo en la puerta de la capilla de la clínica. Entonces el médico se fue, yo entré a la capilla y le dije a Jesús: «Si quieres que vuelva a la Patagonia, que el médico se haya equivocado». Al mes lo llevamos de vuelta, le hicieron de nuevo el estudio médico, y nos dijeron que la imagen estaba limpia. Mi papá estaba bien.
Al año falleció. ¿Qué me quiso decir Jesús? ‘Tu lugar está en la Patagonia. No puedes dar marcha atrás’.
¿Y se ordenó aquí o en España?
Me ordené en Roma, y también lo hice supliendo. Fui a Roma a estudiar teología el lugar de un compañero que falleció. Ese año nos enteramos que el papa Pablo VI cumplía cincuenta años de sacerdote. Y se nos ocurrió hacerle un regalo. Le mandamos preguntar al secretario del Papa qué le podíamos regalar, por uno de nuestros profesores que trabajaba en el Vaticano. Le dijo y Pablo VI le contestó: «Dígale a los que terminan este año teología que el regalo se lo voy a hacer yo. Yo lo voy a ordenar de sacerdote”.
169 fuimos ordenados el 17 de mayo, domingo anterior a Pentecostés, delante de la fachada del Vaticano en la plaza de San Pedro.
¿Qué le agradece a Don Bosco y a Dios?
La vida, la familia que me regaló, el llamado que me hizo hacer salesiano, el haber descubierto a Don Bosco, haberme encontrado con María Auxiliadora. Si bien yo tenía una gran devoción a la Virgen de las Angustias, patrona de Granada, la Auxiliadora es otra imagen, es la Virgen de los tiempos difíciles, de la edad difícil.
A Dios le agradezco haberme enviado a la Patagonia. Yo quisiera morir en la Patagonia. Ser tierra de la Patagonia. Me he sentido muy feliz en mi vida salesiana, no he tenido dudas en la vocación. Y si las he tenido, el Señor me ayudó a sacarlas rápido.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2025