Entre la admiración y el dolor

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El último mensaje del cardenal Ángel Fernández Artime, como Rector Mayor de los salesianos.

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Saludo muy cordialmente a todos los amigos y amigas de Don Bosco que con interés se acercan al Boletín Salesiano, este instrumento de comunicación que tanto amaba Don Bosco y que él mismo fundó para dar a conocer la realidad de las casas salesianas en el mundo y el bien que se hacía.

Hoy les estoy saludando por última vez desde esta página. A partir del 16 de agosto, en el día en el que hacemos memoria del nacimiento de Don Bosco, termina mi servicio como Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco. Siempre es un motivo para dar gracias. A Dios ante todo, a la congregación y a la Familia Salesiana, a tantas personas queridas y amigas, a tantos amigos y amigas del carisma de Don Bosco, muchos de ellos bienhechores.

Y deseo que también en esta ocasión mi saludo conecte y transmita algo de lo que he vivido recientemente. Me refiero a la alegría que llenó mi corazón en la República Democrática del Congo, en la región de Goma, hoy golpeada por verse inmersa en un conflicto bélico.

La casa de Don Bosco, la casa de todos

Fue hace tres semanas, cuando después de visitar Uganda –en el campo de refugiados de Palabek que, afortunadamente, gracias a las ayudas y el trabajo
salesiano de estos años se ha convertido en un lugar donde decenas de miles de personas se han establecido y han encontrado nueva vida–, atravesando Ruanda llegué a la frontera en la región de Goma, hermosa tierra y rica naturaleza, y también por eso mismo codiciada y deseada de tal modo que
las armas ‘hablan’. Tristemente, a causa de conflictos armados, en esa región hay más de un millón de personas desplazadas que han tenido que dejar su casa y su tierra. También nosotros tuvimos que dejar la presencia salesiana de Sha-Sha al haber sido ocupada militarmente. Y resulta que ese millón de desplazados ha llegado a la ciudad de Goma, y en uno de sus barrios, Gangi, está la presencia salesiana ‘Don Bosco’.

Mi alegría ha sido inmensa al ver el bien que se hace. Centenares de muchachos y muchachas tienen allí su casa. Varias decenas de adolescentes han sido recogidos de la calle y viven en la casa de Don Bosco. Allí mismo, a causa de la guerra, tienen su hogar ochenta y dos bebés, hasta recién nacidos, incluso niños y niñas pequeñitos que han perdido a sus padres o han sido dejados ‘abandonados’ al no tener modo de cuidar de los propios hijos. Y allí, en ese otro Valdocco, una comunidad de tres religiosas de San Salvador, junto con un grupo de señoras, todas ellas sostenidas por la casa salesiana con ayudas que llegan gracias a la generosidad de los bienhechores y la Providencia, cuidan de esos bebés y esos pequeños.

En la Casa de Don Bosco viven ochenta y dos bebes y niños que han perdido a sus padres a causa de la guerra.

Cuando los visité las hermanas habían vestido de fiesta a todos, a los bebés incluso que dormían en su cunita. ¡Cómo no sentir el corazón lleno de alegría ante esta realidad de bondad, a pesar del dolor que produce el abandono y la guerra!

varios centenares de personas que con motivo de mi visita se acercaron a saludarme. Forman parte de los 32 mil desplazados que han dejado sus casas y tierras a causa de las bombas y han venido buscando refugio. Ellos lo han encontrado en los campos de juego y los terrenos de la casa Don Bosco de Gangi. No tienen nada, viven en unos pocos metros cuadrados de tierra bajo unas lonas o telas. Esta es su realidad. Juntos buscamos cómo encontrar alimento cada día.

Pero ¿saben qué es lo que más me ha impresionado? Que cuando estuve con estas cientos de ” personas –mayoritariamente ancianos y mamás con niños, ya que la mayoría de los hombres no han podido venir a causa del conflicto armado–, no habían perdido su dignidad y no habían perdido ni la alegría ni la sonrisa. Me he quedado maravillado y con el corazón triste ante tanto sufrimiento y pobreza, por más que nosotros estemos poniendo, en el nombre del Señor, nuestro granito de arena.

Los dones no vencen

Y otra gran alegría me la he llevado al recibir un testimonio de vida que me ha hecho pensar en adolescentes y jóvenes de nuestras presencias. Entre los huéspedes de estos días en el Sacro Cuore, nos visitó una extraordinaria pianista que ha recorrido el mundo dando conciertos y que ha formado parte de grandes orquestas filarmónicas.

Ella es antigua alumna de los salesianos y ha tenido a un salesiano ya fallecido como gran referente y modelo. Quiso ofrecernos este concierto en el atrio del templo del Sacro Cuore como homenaje a María Auxiliadora, quien tanto ama y como agradecimiento por todo lo que ha sido hasta ahora su vida.

Y digo esto último porque nuestra querida amiga nos ha ofrecido un maravilloso concierto, con una calidad excepcional a sus 81 años de edad. Venía acompañada de su hija. Y con esa edad, movía sus manos con una agilidad maravillosa y estaba sumergida en la belleza de la música. El tiempo se había detenido para ella en esa hora. Y mi corazón salesiano no
podía no pensar en esos muchachos, muchachas y jóvenes que quizá no han tenido o ya no tienen nada que les motive en su vida.

Ella, nuestra amiga concertista, a sus 81 años vive con mucha paz y, como me decía, sigue ofreciendo el don que Dios le dio y cada día encuentra más motivos para ello. Otra lección de vida y otro testimonio que no deja indiferente el corazón.

Por eso mis amigos y amigas, gracias de todo corazón por todo lo bueno que juntos vamos haciendo. Por poco que sea ayuda a que nuestro mundo sea un poquito más humano y más bello. Que el buen Dios les bendiga.

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Cardenal Ángel Fernández Artime

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2024

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