El fruto de la Pascua del Señor se manifiesta en gestos humanos que curan y salvan.
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Mis queridos amigos del Boletín Salesiano, en esta oportunidad quisiera compartirles dos historias que pueden ser muy diferentes, pero que en el fondo tienen muchas cosas en común. En ellas pude ver la caricia de Dios a través de la acogida que un día les hizo Don Bosco a estas dos personas.
Me encontraba en Huancayo, una ciudad en la alta montaña del Perú, que se encuentra a 3200 metros de altitud. El motivo de la visita era celebrar la eucaristía con más de 680 jóvenes del movimiento juvenil salesiano de la Inspectoría, y junto a varios cientos de personas de la ciudad.
Al llegar, se acercó un antiguo alumno a saludarme, que viajó casi cinco horas para estar presente. Me dijo que su nombre era Alberto, y añadió: “Estoy aquí y he querido hacer este viaje para agradecer en su persona a Don Bosco, porque los salesianos me han salvado la vida”. Le pregunté por qué me decía eso y me contó que había sido un joven difícil; que dio “mucha lata” a los salesianos que lo habían acogido en uno de los hogares para muchachos con dificultad y que habrían tenido decenas de motivos para quitárselo del medio porque “era un pobre diablo, y sólo me podía esperar algo malo, pero ellos me tuvieron mucha paciencia. Y pude hacer mi camino, seguí estudiando. A pesar de mi constante rebeldía, siempre me dieron oportunidades. Hoy, soy un padre de familia, tengo una niña preciosa, y soy educador social. De no haber sido por lo que han hecho en mí los salesianos, mi vida sería muy distinta, si es que no se hubiera terminado ya”.
«De no haber sido por lo que han hecho en mí los salesianos, mi vida sería muy distinta, si es que no se hubiera terminado ya».
Le agradecí su gesto, sus palabras y su viaje; compartimos la comida y él regresó con su familia.
Cinco días después de este encuentro viajé al estado de Hyderabad, en el sur de la India. Una tarde me esperaba en la recepción de la casa salesiana una joven madre con su hija de seis meses. Se acercaron a saludarme. La muchacha, tiempo atrás, vivía sola en la calle, hasta que un salesiano la llevó a un centro de acogida. Ella fue una de las niñas que pudo tener un hogar junto a otras jóvenes. Los salesianos, junto a educadores, se aseguraron de su formación y atención a todas las necesidades esenciales. Ese camino la llevó a ser profesora del colegio salesiano en el que yo me encontraba.
Aquí está la clave de cómo muchas vidas se pueden transformar para el bien. ¿Cómo no podría ver en estas dos historias la mano de Dios que nos alcanza a través del bien que nosotros podemos hacer? Y ese “nosotros” somos todos los que en cualquier parte del mundo, en cualquier situación de vida y profesión, creemos en la humanidad y dignidad de toda persona, y creemos que un mundo mejor se debe seguir construyendo.
Les deseo a todos una Feliz Pascua del Señor; y para quienes se sientan lejos de esta certeza de fe, les deseo todo el bien, con cordialidad.
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Don Ángel Fernández Artime
Rector Mayor de los Salesianos
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ABRIL 2023