Las causas de muerte no escapan, desde luego, a la estadística. Nuestra devaluada salud pública no ha tenido en este tiempo la capacidad de decirnos la verdad acerca de cuáles son los males que ocasionan mortalidad y no se pregunta sobre hechos que el empirismo coloquial nos relata a diario. No obstante, las muertes violentas en adolescentes y niños no siempre han sido objeto y mucho menos “sujeto” de estudio para la epidemiología argentina.
Las estadísticas de muertes violentas, no contemplan, no quieren contemplar -aparte de los homicidios, accidentes de tránsito, suicidios y traumatismos varios- a las muertes por desnutrición y a los muertos en vida en donde las secuelas del hambre, transforman un sueño de futuro, en un terror diurno y nocturno y tendrán que conformarse con ser “casos aislados”. Su ninguneo sistemático nos obliga a comprar números que nunca pueden ser corroborados.
¿Acaso los Ni-Ni, no son almas en pena que deambulan buscando una sonrisa sanadora para su agonía? ¿Acaso el Paco no es el perdigón que llega para quedarse en todos los territorios fértiles que son nuestros pibes?
Luciano Arruga, que quizá sería un ni-ni, es emblema de la desaparición en democracia y de la intacta práctica represiva de las fuerzas del estado y nos recuerda todos los días que la mentira de la “violencia social” no es casual. Néstor Femenía, niño qom asesinado por desnutrición, es el último ícono de la violencia estatal y mediática, cuyas imágenes circulan por los caminos del software, del papel prensa o de la pantalla led, sólo para alimentar la voracidad -paradójicamente- del amarillismo mediático espasmódico. Todas son violencias y por lo tanto promotoras de la muerte.
Durante los tiempos corrientes de esta pobre democracia, donde el estado se jacta de estar presente, nos encontraremos que los datos son sólo fantasmas burlones, en el mejor de los casos. Aparecen, si es que lo hacen, en forma desperdigada y sin tener sustento científico y, me atrevo a decir, con una alta carga de desconfiabilidad.
El Ministerio de Salud de la Nación informó que en el año 2013 murieron 891 personas en la Argentina a causa de la desnutrición. Según estos registros oficiales, menores de 14 años fallecidos por esta causa fueron 62. No tarda en reconocer que la mayor cantidad de desnutridos según este organismo vive en el Gran Buenos Aires y en los cordones suburbanos. Pero los casos más extremos se encuentran en el noreste y noroeste de la Argentina, en donde se registran muchas zonas donde el agua no es potable, no hay acceso a cloacas ni buena higiene ambiental.
Pero si quisiéramos no llamar a las cosas por su nombre, y si no dijéramos que el hambre es un crimen, y sólo nos dedicáramos a analizar números de muertes juveniles en un sentido “literal”, tampoco se encuentran datos en organismos oficiales confiables acerca de muertes en adolescentes, y mucho menos por represión de organismos estatales.
Podemos sí, citar datos de la CORREPI, cuyo último informe señala 218 desaparecidos en democracia, 2.778 asesinados por el aparato represivo estatal desde el 25 de mayo de 2003 y 4.321 desde diciembre de 1983.
Encontramos también datos de la SAP (Sociedad Argentina de Pediatría), del 2013 que menciona que muertes que podrían evitarse, como los accidentes viales y los suicidios, constituyen las principales causas de defunción entre los 15 y 24 años.
La “casa del encuentro” dice existen alrededor de 21 chicas adolescentes de entre 15 y 18 años, asesinadas por año.
Podríamos seguir hurgando, en los confines de la web, de ministerios, podríamos echar mano en las tramperas de las oficinas encuestadoras, con la ingenua premisa de buscar certezas donde no las hay, para tener de dónde agarrarnos, sólo con la convicción de que la indignación nos podría ayudar a remover tanto silencio, para hacer visibles a los invisibles. Aquellos muertos por el paco que se constituye como la nueva picana de nuestros tiempos, los asesinados por el hambre, y los asesinados por balas y cárceles, estas últimas sin perder costumbres de estado terrorista. En sus certificados de defunción, se escribirá el clásico paro cardio- respiratorio, falla multiorgánica, herida de arma de fuego, suicidio, muerte dudosa o violenta, pero no dirá que el germen de la violencia estatal fue el patógeno, que lo acorraló, para restarle vida a nuestra vida. Su muerte evitable es una hipótesis que la ciencia aún no redactó. Las defunciones de los muertos en vida, desnutridos y NI-NI, cuyo único pecado fue ser niño o adolescente pobre, aún no se inscriben en el registro civil; con azar, les espera al decir de Alberto Morlachetti, al menos un remedio que le demore la muerte. ¿Cuantos sumarían todos ellos, niños y jóvenes, a quienes la bala policial, el paco, y el hambre los tiene en la mira? Para luego borrarlos de la estadística, desaparecerlos, esconderlos. La epidemia de dolor por los niños, niñas y adolescentes que no están aún no se presenta por resolución ministerial, sólo adquiere vuelo mediático propagandístico para reclamar imputabilidad o para exponer obscenamente sus siluetas abofeteadas por el hambre.
Ninguna marcha, ninguna movilización, ni silenciosa ni ruidosa se ha convocado por ellos. En estos tiempos donde la disputa de las calles es la disputa por el poder, la única frase que cabe es: violencia es mentir.
Por Ignacio Pizzo
Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar