El padre Zini le puso letra al “alma correntina”: su poesía se volvió canto para la Iglesia y para todo el pueblo. Falleció en agosto a los 80 años.
Por Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar
“Soy un pájaro herido de nostalgia, la distancia me ha vuelto soñador.
Llevo el alma sangrando despedida y un camalote azul de corazón”.
Más de una vez Julián Zini se “pintaba entero” en la letra de sus canciones. O al menos así nos parece a quienes seguimos disfrutando de su poesía. Su voz, en cambio, se apagó el pasado 16 de agosto en su Corrientes natal, a los ochenta años, después de pelearle duro al cáncer.
Los diarios anunciaron que había muerto “el cura chamamecero”. El anuncio no llegó a los medios de comunicación por el obispado, sino por el presidente del Instituto de Cultura de la provincia. Es que el padre Zini ya no era sólo de la Iglesia, sino de todos los correntinos, y en especial del mundo de la música y la cultura.
El homenaje en su provincia fue en el teatro más importante de la capital y transmitido por distintos medios. Un reconocimiento que lógicamente se hizo espectáculo, con mucha música, y que llevó por título “Ñande Julián”, que quiere decir “nuestro Julián”; en yopará, como se llama a esa mezcla de español y guaraní, tan típica de él como de su gente.
“Verás que es difícil pero hermoso este andar
con alma de profeta y oficio de juglar…
cantándole, diciéndole al pueblo su verdad.
Ahora somos ríos, que son mientras se van,
que siempre están de paso
y mueren al llegar…
Después, después seremos árbol
que arraiga y que se da
que es sombra, aroma y fruto
y se abre a la amistad…”
(Nuestros sueños y la distancia)
Dicen que el paí Julián le puso letra al alma correntina. Que nadie como él supo definir la “correntinidad”. Pero más que con largos ensayos teóricos, con su poesía, a la vez fina y popular, que se volvió canto para la Iglesia pero también para el recital chamamecero. Que dio letra al fogón popular y a la vez a los actos patrios o a la campaña de concientización sobre el cuidado del Acuífero Guaraní. Julián le cantó a su tierra, a su gente: a su paisano más célebre, don José de San Martín, como también a “los Ramones”, los jóvenes correntinos que dejaron su vida en Malvinas.
Ordenado en 1967, participó en aquellos años del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, lo que tiempo después le valió figurar peligrosamente en las listas de la Triple A. Se negó a exiliarse, a pesar de haber recibido amenazas para irse del país: “Gracias a Dios no estuve preso, —contó en una entrevista—. Me querían obligar a irme, pero me quedé”.
Con los años integró varios conjuntos musicales junto a los cuales recorrió su provincia y casi toda la Argentina. Participante habitual en el Festival del Chamamé en Corrientes, alguna vez llegó también al Festival Nacional del Folclore en Cosquín. Escribió numerosos libros. En 2005 recibió en el Senado de la Nación el “Tributo a la Trayectoria” en el campo de la cultura popular.
Nunca olvidó ese “avío del alma” que había heredado de su tierra y de su gente. Y se preocupó de que tampoco los suyos lo olvidaran. A sus paisanos que debieron migrar lejos, les recordaba:
“Sepa que en su alma lleva usté otro avío
que es como una herencia de amor familiar;
se lo dio su gente, su pago querido,
y en su sangre joven se ha de retornar.
Le hablo de esas ganas de brindarse a todos,
del corazón grande, valiente y capaz,
de jugarse entero y encontrar el modo
de salir a flote en la adversidad.
Le hablo de esa mano tendida y abierta,
con el gesto antiguo de la caridad,
mano de chamigo que se da sin vueltas,
del que abre la puerta y ofrece su pan (…)”
(Avío del alma)
El pasado sábado 23 de agosto sus compañeros de años en la música lo recordaron emocionados: Mario Bofill, Rosita Leiva, Julio Cáceres y Santiago “Bocha” Sheridan. También hicieron llegar su mensaje Antonio Tarragó Ros, el Chango Spaciuk, Teresa Parodi, Luis Landriscina y el gobernador de Corrientes. El orfebre Juan Carlos Pallarols obsequió una rosa labrada con metal reciclado de material bélico de Malvinas, que quedará como recuerdo en el Museo del Chamamé.
Y hasta el papa Francisco se hizo presente con un hermoso mensaje de su puño y letra en el que consideró a Julián “uno de los grandes poetas del pueblo” a quien dedicó “un gracias tan grande como su corazón lo merece”.
Cantando a un amigo chamamecero fallecido, Julián había escrito años atrás en Flores del alma:
“Compadre, todos sabemos
que el cielo es la inmensa casa de nuestro Dios,
y de ustedes la gente resucitada
y es una fiesta sin fin en esa paz deseada,
con eternos acordeones y celestiales guitarras.
Allí creemos que están como quien goza y descansa (…)
con nuestros viejos queridos,
con toda la muchachada.
Que Dios los tenga en su gloria
en su gran musiqueada…”
Unos años atrás, para un documental, el paí Julián contaba que cuando la municipalidad le había regalado una parcela en el cementerio, él había conseguido que no fuera en el sector del clero sino entre los músicos. Y agregaba sonriendo: “porque ahí de noche se debe poner interesante…”.
“Musiquero que te fuiste
por la senda azul del agua,
corazón chamamecero
que te volviste calandria.
Aquí estamos tus amigos
parados en la barranca,
frente al remanso infinito,
con estas flores del alma…”.