Hijas de María Auxiliadora comparten su experiencia de misión.

Por: Maria Ausilia De Siena, FMA
ausilia@cgfma.org
El 14 de noviembre de 1877 se realizó la primera expedición misionera de las Hijas de María Auxiliadora. Aquel día seis religiosas –Ángela Vallese de 23 años; Teresa Gedda de 24; Ángela Cassulo de 25; y Giovanna Borgna, Ángela Denegri y Teresina Mazzarello de 17– se embarcaron junto a don Giacomo Costamagna y otros salesianos desde el puerto de Génova y se instalaron en Montevideo, Uruguay. Dos años más tarde llegaron a Buenos Aires.
A casi 150 años del primer viaje del Instituto, las hermanas Margarita Guillén y Maria Nguyen comparten su experiencia como misioneras en distintas partes del mundo.
Con el corazón abierto
Soy Margarita Guillén, Hija de María Auxiliadora, de la Inspectoría «Santísimo Salvador”, Centro América Norte (CAM). Hace siete años fui enviada como misionera a Mato Grosso do Sul, Brasil, donde la Inspectora y las hermanas me acogieron con mucho cariño.
Allí trabajé con niños, adolescentes y jóvenes, dedicándome en particular a la obra social de Campo Grande, junto a los más pobres de la ciudad. La oración es lo que más me ha ayudado en la vida misionera: orar siempre, ir de la mano de María y Jesús, sin olvidarlos nunca. Y también mirar el rostro sonriente de los niños, jóvenes y adolescentes con los que he trabajado.
Otra gran ayuda han sido las relaciones interpersonales con mis hermanas de la Inspectoría Mato Grosso do Sul.
Hace un tiempo, esta Inspectoría se ha unido con otra, y ahora se llama Inspectoría «Nossa Senhora Aparecida». Aquí trabajo en el Noviciado, que se encuentra junto a la casa de Hermanas mayores. Trabajo con entusiasmo y alegría, sobre todo porque las dos novicias actuales necesitan sentirse acogidas: una es indígena y la otra viene de la ciudad de São Paulo. Son personas diferentes, pero ambas muy amables. Les ayudo en lo que puedo, sobre todo con la música. El mismo servicio dedico a las hermanas mayores de esta casa.
Esta dedicación me ayuda, me hace crecer en ardor misionero y me hace continuar con alegría este camino que Dios me ha regalado: ser misionera en algún lugar del mundo. Así vivo mi misión.
A las nuevas misioneras les dejo esta reflexión: vayan donde Dios las lleve, con el corazón abierto. Porque la mies es mucha, pero los obreros pocos. La Iglesia las necesita a cada una de ustedes, de nosotras, para hacer presente en el mundo el amor de Jesús, la paz, la justicia, la esperanza, como nos decía el Papa Francisco. No tengamos miedo. Dificultades las tendremos siempre, pero Dios está con nosotras, María Auxiliadora está con nosotras; nos acompañan y preparan el camino.
Gracias a todos los que escuchan la llamada de Jesús: «Ven conmigo». Estén muy contentas de responder siempre, como yo me siento feliz de ser misionera y estar dispuesta, libre, para decir: «Yo voy».
“A través de las dificultades, crezco en la fe”
Soy la hermana Maria Nguyen, de Vietnam. Soy misionera en la Inspectoría «Nuestra Señora de la Paz» – África Meridional –Sudáfrica, Lesoto y Zambia–. Trabajo en Sudáfrica desde 2012.
Durante estos doce años de misión, he trabajado como educadora en Educación Infantil y, en los últimos cuatro años, como directora. Los fines de semana, me ocupo de un grupo de jóvenes, del coro y soy catequista en la parroquia. He tenido el privilegio de trabajar con niños pobres y familias inmigrantes.
Este era mi sueño y mi motivación cuando me llamaron para ser Hija de María Auxiliadora y Misionera Ad Gentes. Los niños vienen de Mozambique, Eswatini, Lesotho, Malawi, Zimbabwe. Vivían en chabolas –»shacks»–. Son pobres no sólo materialmente, sino también porque sus familias se han dispersado y ellos viven con la madre o la abuela. Por eso, sus estudios también se resienten.
Cuando fui educadora en Primaria durante un año, si un niño faltaba a clase algunos días, tenía que ir a su chabola a buscarlo y saber por qué no había venido. Al cabo de unos años, volví de visita a la escuela, y los niños corrieron hacia mí abrazándome y diciéndome: «Sor María, ¿por qué no vuelves a enseñarnos Religión y hablarnos de Jesús?». Me sentía feliz de que siguieran sedientos de Jesús. Me encanta mi misión entre los pobres.
Elegí como lema de mi vocación misionera, del Evangelio de San Mateo (28,19-20): “Id y haced discípulos a todas las gentes, bautizandolas (…) Yo estoy con vosotros todos los días”. Aunque yo no he bautizado a nadie en doce años, siempre que puedo, esté donde esté y me encuentre con quien me encuentre, intento llevarles a Jesús y el carisma salesiano, poco a poco. Esta es la misión principal para la que he sido enviada, y estoy convencida de que Jesús está siempre conmigo en las alegrías y en las penas, como ha prometido.
La Eucaristía diaria, el encuentro con Jesús en cada momento –sobre todo en la oración personal, contándole todo, fiándome de Él– el Sacramento de la Reconciliación: son medios que me ayudan a acercarme a Él y a reemprender el camino. Además, María es mi Madre y Maestra, siempre me acompaña. Cuando tengo dificultades, leo las cartas de la Madre Mazzarello y rezo con ella.
Algunas misioneras mayores son también un gran ejemplo para mí por su espíritu salesiano, su vida de oración y su servicio incondicional; me animan, me sostienen y rezan por mí. Les estoy muy agradecida.
A las nuevas misioneras quisiera decirles ¡Ánimo! Jesús las ha llamado y elegido. Estará siempre con ustedes. Hagan lo que Él les diga y no descuiden nunca su vida de oración. No podemos evitar las dificultades en la vida y en la misión. Pero cuantas más dificultades tengo, más se fortalece mi relación con Jesús. Él me da fuerza, amor y guía. A través de las dificultades, crezco en la fe. Él nunca me deja sola. La misión Ad Gentes es una vocación especial: el encuentro con Jesús, la relación profunda con María y con los demás, son los mejores medios para vivirla con amor, esperanza, alegría y paz.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2025