“Don Bosco me permitió conocer el amor de Dios”

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Entrevista al padre Rafael Mañas.

Por Valentina Costantino

boletin@donbosco.org.ar 

“Yo siempre había soñado con ser ingeniero industrial, me gustaban las matemáticas. Pero estaba esta otra pregunta, que picaba cada tanto. Y bueno, por un lado, la dirección espiritual que fui recibiendo, por otro lado, las preguntas que uno se va haciendo, llega el momento en que hay que decidirse. Hice mi opción vocacional en Semana Santa de quinto año. Nadie lo supo”.

Desde la Casa Zatti de San Isidro, provincia de Buenos Aires, el padre Rafael Mañas nos comparte un recorrido que inicia en 1933 en la ciudad de Bahía Blanca, en el exacto momento en que sus hermanas hacían una lista de nombres de mujer, su padre entraba en la habitación y anunciaba: «No busquen más nombres, se va a llamar Rafael, como yo. Es varón».

¿Qué recuerdos tiene de su infancia?

Hice el nivel inicial en el colegio María Auxiliadora. Mi papá falleció cuando era chico. Mis hermanas habían emigrado a Buenos Aires en búsqueda de estudio y trabajo. Y yo, que me había quedado en Bahía Blanca con mi mamá, frecuentaba el Oratorio del colegio Don Bosco. Lo recuerdo con mucho cariño.

Después nos mudamos y pasé al colegio San Francisco en el barrio de Almagro, ciudad de Buenos Aires. Vivía a tres cuadras del colegio, terminaba las clases de mediodía, me iba a almorzar y después volvía a jugar. Como no teníamos tantas posibilidades económicas, en vacaciones iba al colegio a jugar a la paleta con los curas y con otros compañeros. En quinto año me fui habituando a ir por la mañana a misa, ayudar a los salesianos y luego compartir el desayuno con ellos.

¿Cuándo supo que quería seguir esta vocación?

En el colegio había un grupo: Acción Católica. Éramos amigos que nos encontrábamos dentro del colegio o en nuestras casas. Vivíamos la amistad, celebrábamos nuestras fiestas. Todo eso fue carburando dentro de mi corazón, y cada tanto surgía la pregunta: ¿qué voy a hacer con mi vida? 

Yo siempre había soñado con ser ingeniero industrial, me gustaban las matemáticas. Pero estaba esta otra pregunta, que picaba cada tanto. Y bueno, por un lado, la dirección espiritual que fui recibiendo, por otro lado, las preguntas que uno se va haciendo, llega el momento en que hay que decidirse. Hice mi opción vocacional en Semana Santa de quinto año. Nadie lo supo.

En 1950 terminé el secundario. A los dos o tres días de terminado el curso, fui a hablar con el director y le dije: «Padre, me voy al seminario». “¿Cómo no me lo dijiste antes? ¡Lo hubiéramos dicho en la fiesta de fin de curso!”. “Precisamente por eso no se lo dije, porque no quería que lo ‘propagandizara’ todavía”. Yo estaba todavía conectándome con mi familia, con mis parientes, con mis amigos.

Dicho y hecho, en 1951 entré al aspirantado. Fue un cambio de vida, por supuesto.

¿Qué momentos lo marcaron a lo largo de su vida? 

En primer lugar, el conocimiento que fui recibiendo de Don Bosco y de los santos salesianos. En aquel momento estaba en auge la figura de Domingo Savio y se iba recordando a Ceferino Namuncurá.

En el último año de teología, el padre Benito Santequia nos marcó ciertas pautas pastorales que nunca me voy a olvidar: «Nunca se nieguen cuando les pidan una charla, una conferencia, un gesto de confesión, un encuentro con gente, una misión… Acepten siempre. Aunque no se sientan preparados, busquen el tiempo y eso los va a ayudar a formarse.

También estuve en la clausura del Concilio Vaticano II el 8 de diciembre de 1965. En ese entonces estaba estudiando Ciencias de la Educación y Catequesis en nuestra Universidad de Roma. Estuvimos en la plaza durante la clausura. donde Pablo VI dio algunas charlas que nos marcaron mucho. 

Ser consagrado, ¿te hace entender más o mejor a Dios?

Dios es ininteligible. Y toda la vida vas a estar buscándolo, acercándote, pidiéndole, sintiéndolo y encontrándote experiencias interiores tan fuertes que son las que te marcan y te hacen sentirte cristiano, hijo de Dios. El bautismo, la consagración religiosa, todo eso aporta a tu vivencia interior.

A medida que después uno va “practicando” el sacerdocio va encontrándose con la gente, sobre todo a través del sacramento de la reconciliación, la confesión. Te encontrás con lo más íntimo de las personas, el poder llegar a la interioridad y captar la experiencia que otros hacen de Dios. Los retiros, los ejercicios espirituales, te van alimentando de una forma muy especial.

¿Qué es lo primero que piensa cuando le mencionan a Don Bosco?

Padre y maestro, pero padre sobre todo. Es ese corazón amable que te recibe, que te perdona, que está al lado, que te comprende y que te manda.

Pienso en mi paso por Villa Itatí. Me decían que había 45 mil habitantes en ese pequeñísimo espacio de unas manzanas. Nunca me pasó nada, siempre recorrí la villa, participé en incontables velatorios de jóvenes muertos por la droga, por la policía o por tiroteos entre ellos. Participando de una experiencia allí en el taller de los cartoneros, vi la entrega de esta gente para mantener su familia, para valorizar el trabajo que podían hacer.

En Semana Santa hacíamos el Vía Crucis, recorríamos la villa. En medio de los descartados de la sociedad, el aprecio, los abrazos, el cariño. Son experiencias inolvidables.

Tanto en Itatí como en Bernal como en San Miguel en La Plata, y aquí, en San Isidro, en la casa Zatti, una palabra que me sintetiza sería cercanía. El sistema preventivo de Don Bosco. consiste en participar, acercarte. Don Bosco se entregaba, se regalaba a los jóvenes. No digo que yo haya logrado una cosa así, pero tanto en las parroquias en las que estuve, como ahora, la palabra es “estar”, cercanía.

A Don Bosco le agradezco por las oportunidades que he tenido en la vida. Él fue el intermediario del amor de Dios. Él fue el que me llamó, o por lo menos, de quien yo sentí la llamada a seguirlo como salesiano sacerdote en medio de los jóvenes, en medio de la gente, en parroquias, en la diócesis, en los cursos.

¿Y cuando le mencionan a María Auxiliadora?

Siendo ya sacerdote, estuve en Córdoba con mi familia. Y en un momento del camino, el auto pegó una costalada e hizo una especie de trompo. En ese momento lo único que se escuchó fue a mi mamá decir: «María Auxiliadora». Eso se me grabó de una forma tan inolvidable. En un momento de dificultad o de peligro, mi mamá pensó en Ella.

El altar de la Virgen tiene una especie de atracción, de hipnotismo, de imán, que hace que uno participe de alegrías y dolores porque necesita confiárselos solamente a ciertas personas. Y ninguna como María, Auxilio de los cristianos.

Usted tiene mucha experiencia editorial, ¿cómo inicia esa parte de su vida?

Comencé siendo un editor suelto en la inspectoría de La Plata. Se recibían muchas revistas y material de Italia, Francia y España, y se seleccionaba lo que parecía que podía ser útil para las comunidades salesianas. Se copiaban, se fotocopiaban y se distribuían por las comunidades, sobre todo para los retiros mensuales y para las lecturas que diariamente hacían las comunidades. Después eso fue creciendo y se fueron traduciendo algunos libros que llegaban sobre todo de Italia, que fuimos pasándolos a la Editorial Don Bosco de Buenos Aires y ahí se multiplicaron.

De ahí fue saliendo el proyecto de publicar textos de catequesis para todo el primario y secundario. Un día hicimos estadísticas que iban en esta línea: la catequesis que recibiste en tu secundario, ¿para qué te sirve? 

Juntamos un montón de respuestas, y se hizo la síntesis en las carencias con las que se iban nuestros muchachos. En los textos de catequesis, si bien afrontaban temas importantes, no siempre daban respuestas para la vida.

A partir de esto nació lo que después se llamó “Hoja de Ruta”, un libro en el que tomamos como metodología el análisis crítico. El aprender a criticar la realidad y a dar respuestas humanas y cristianas frente a los grandes problemas de la vida. 

Lamentablemente fue conflictivo por el hecho de que no fue aceptado en buena parte por la dirección catequística del Episcopado y por los obispos. Fue cuestionado y prohibida su utilización, sobre todo en determinadas diócesis.

¿Qué aprendió desde que llegó a la Casa Zatti?

En este tiempo crecí en forma exponencial en el Sacramento de la Reconciliación. Y en el trato con los hermanos, ahora con los enfermos. Somos dieciséis en la comunidad, es muy lindo poder ser hermano de muchos hermanos. Hay mucha gente que me conoce, que se acerca, me busca y, cuando se puede, hay confesiones.

Acá estoy. Viviendo hasta que el Señor me mantenga la mecha encendida. Yo le doy gracias por todo lo que me sigue dando y regalando. Y muy feliz.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2025

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