Por Néstor Zubeldía //
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Me llamo Evasio. Nací en un pueblito italiano de la provincia de Asti. A los diecisiete años llegué a Turín. En esa época entre los muchachos del Oratorio comentábamos los hechos extraordinarios que veíamos cotidianamente en Don Bosco, ya sea cuando nos adivinaba los pecados en la confesión o cuando nos predecía el futuro. Recuerdo como si fuera hoy que un día, mientras yo regaba las flores frente a su habitación, Don Bosco me dijo sonriendo: “Te voy a poner al cuidado de mi jardín. ¿Estás contento?”. Le respondí enseguida: “No, señor Don Bosco. Yo deseo ser sacerdote o médico”. “Un día serás ambas cosas, me dijo él muy seguro, pero no aquí sino en la Patagonia”.
Unos años después tuve que dejar el Oratorio para hacer el servicio militar. Me tocó ayudar al médico en el hospital de campaña. Haciendo algo que siempre me atrajo, aprendí un montón. Al tiempo volví al Oratorio y comencé el noviciado. El 11 de octubre de 1885, junto a un grupo grande de compañeros, hice mis primeros votos como salesiano en manos de Don Bosco. Más tarde viajé a América junto a monseñor Cagliero para ser misionero en la Argentina. Él me ordenó sacerdote en Carmen de Patagones. Y enseguida me tocó hacerme cargo del primer hospital de la Patagonia, que el mismo obispo había fundado en Viedma. ¡A mi juego me llamaron!
Si al principio, a causa de mi baja estatura, todos me decían “el curita” o “el padre chiquito”, pronto se impuso el nuevo apelativo de “el padre dotor” que me puso la gente del campo. A veces llegaban de muy lejos para que los curara de su enfermedad o aliviara su dolor. Más de una vez tenía que salir corriendo a caballo, incluso en medio de la noche, ante algún pedido desesperado. Lamentablemente no faltaron las acusaciones de ejercicio ilegal de la medicina, las denuncias y hasta algunos atentados contra mi vida.
Pero el cariño de la gente, las campañas de firmas para que no dejara de atenderlos y la defensa del gobernador, me permitieron seguir con mi tarea. “Ha empleado su ciencia con la prudencia de un sabio y con el desinterés de un apóstol”, escribió el gobernador Gallardo al Ministro del Interior de la Nación. “Y si se quisiera prohibírsele el ejercicio de la medicina se presentaría un verdadero problema que esta gobernación no encontraría modo de resolver”. ¡Qué emoción indescriptible cuando mis pacientes agradecidos, sacando plata no sé de dónde, me regalaron una placa de oro en agradecimiento por mis servicios de más de veinte años!
¡Lástima que ahora me siento tan agotado que ya no puedo más! Me quedo dormido en cualquier parte sin darme cuenta y estoy al límite de mis fuerzas. ¡Menos mal que hace un tiempo empezó a trabajar con nosotros en la farmacia y en el hospital este muchacho Zatti, tan bien dispuesto! Vino de Bahía Blanca casi desahuciado por la tuberculosis. Yo le dije que si prometía a la Virgen dedicar toda su vida a los enfermos Ella lo sanaría. Gracias a María Auxiliadora ya se está recuperando. Dios proveerá. Él nunca abandona a sus hijos enfermos y necesitados.
Evasio Garrone nació en Grana, Italia, en 1861. Dedicó a los enfermos de la Patagonia casi toda su vida sacerdotal, desde 1889 hasta su muerte en 1911, a los cuarenta y nueve años de edad. La ciudad de Viedma, agradecida, le levantó un monumento de bronce en el cementerio y puso su nombre a una calle céntrica. Tuvo a su cuidado al beato Ceferino Namuncurá y a San Artémides Zatti, ambos enfermos de tuberculosis. Este último fue su sucesor al frente del hospital San José por casi cincuenta años. Recién en 1945 se inauguró en Viedma el primer hospital público, que hoy lleva el nombre del santo discípulo del “padre dotor”.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2024