Encontrarse con Dios, acompañando la vida de los jóvenes.
Por: Ariel Solís Andaur, sdb
redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Dedicado a todos los jóvenes que me han abierto su corazón con la confianza de acompañarlos espiritualmente.
Don Bosco termina escribiendo en el sueño de los nueve años: “me eché a llorar y rogué al hombre que me hablase de forma que pudiera comprender”. El pequeño Juanito frente a la presencia de Dios, la Virgen y los jóvenes, se siente desbordado por la incomprensión de la situación. ¿Cuál es la situación? Es la misión.
La misión que Dios le da es educar a sus amigos. Don Bosco habla de niños porque él tenía la misma edad, pero luego cuando el sueño se le repite comienza a llamarlos jóvenes. La misión es acompañarlos. Juanito Bosco ya a sus nueve años advierte lo difícil que es acompañar, no es tarea sencilla, porque en definitiva no basta la pura disposición humana para hacerlo, sino, sobre todo, la gracia de Dios. “Yo te daré la Maestra”, es la confirmación de esto.
Juanito se echó a llorar porque no entendía su encuentro con los jóvenes, una persona tan inteligente como Don Bosco, con una capacidad racional increíble, pareciese difícil que no comprendiese aquello, aún en la repetición de los otros sueños. Porque existen cosas que no se pueden explicar, que son un misterio.
Inefable
El encuentro con los jóvenes en la pastoral, el acompañar la vida personal de un joven es siempre un Misterio –con mayúscula– porque en la fe, descubrimos que en cada joven habita Dios, y el encontrarnos con Él es siempre un Misterio. No porque no lo conozcamos, sino porque es difícil entenderlo con categorías lógicas y racionales, usando solo el intelecto. Es por ello, que me nace poder adjetivar este misterio como inefable.
Lo inefable, es aquello que no se puede explicar con palabras. La primera vez que me encontré con este término relacionado con nuestros sentimientos en una experiencia religiosa fue leyendo a Ratzinger cuando hablaba de la música en la liturgia, la música es inefable en el sentido de que permite expresar aquello que las palabras no pueden.
El acompañar la vida personal de un joven es siempre un misterio, porque en la fe, descubrimos que en cada joven habita Dios.
Cada vez que escucho a un joven que abre su vida, me recuerda la frase: “la familiaridad engendra afecto, el afecto engendra confianza. Esto abre los corazones”. Don Bosco escribe esa frase con una basta experiencia de acompañamiento espiritual a los jóvenes. Entonces, escucho a los jóvenes, quienes abren su corazón y el primer sentimiento es reconocerme muy pequeño, porque, advierto la presencia de Dios allí, en el interior del joven, por medio de lo que comparte. Me siento muy pequeño e indigno. La indignación surge de decirme que no tengo las herramientas suficientes para poder resolver la problemática que se me plantea, nace del impulso de querer solucionarlo, olvidándome de lo único que se me pide: estar y escuchar.
Pero no termina en la indignación, sino que da un giro a la contemplación. El sentirse pequeño e indigno dan paso a la contemplación. Cuando estamos frente a Dios –el Antiguo Testamento tiene varias historias que lo demuestran– nos sentimos así. Cuando contemplamos a Dios, las palabras sobran, es solo estar junto a Él, es solo mirarlo, es solo ser consciente de que cuando Él está, nada más hace falta.
Cuando contemplamos a Dios, las palabras sobran, es solo estar junto a Él, es solo mirarlo, es solo ser consciente de que cuando Él está, nada más hace falta.
Al terminar de escuchar a un joven, intento ordenarme mentalmente, organizar las ideas. Sin embargo, salgo de un feliz fracaso, puesto que, se me vuelve difícil poder hacerlo, porque a Dios no se le puede racionalizar del todo. Así mismo, no puedo racionalizar y detallar todo el encuentro, porque es mucho más que aquello que pueda incluso solo narrar, es siempre y mil veces, mucho más. De ahí que sea inefable.
Es inefable el encuentro con los jóvenes porque nos encontramos con Dios en la vida de ellos, y esto se nos escapa, nos desborda, no lo podemos comprender. Él es siempre más. Es por ello, que solo alcanzo a advertir la sabiduría de Don Bosco a sus nueve años. Al igual que él, no llego a comprender del todo, y me echo a llorar en los brazos de Dios, porque “el acompañar a los jóvenes es siempre una experiencia inefable”.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2024