El hábito no hace al monje

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Cosplay: mucho más que una fiesta de disfraces.

Con la colaboración de Cristian Squitieri y Mariana Montaña
redaccion@boletinsalesiano.com.ar

En el mes de septiembre más de cincuenta mil seguidores del animé, gaming y manga asistieron al Anime-Con Argentina en el predio de La Rural, en el barrio porteño de Palermo. Se trata solo de una de las tantas propuestas vinculadas a la cultura japonesa que se desarrollan en nuestro país. 

Durante las últimas dos décadas este tipo de eventos paulatinamente fue cobrando difusión en diarios, revistas, medios de comunicación y especialmente en las redes sociales. Junto con este desarrollo aparecen también adolescentes y jóvenes que se interesan por una cultura que para muchos puede parecer lejana, pero que en Argentina tiene cada vez más adeptos. Comida, música, literatura, videojuegos, dibujos animados, entre otros, ocupan el tiempo y la atracción de chicos y chicas, quienes con el deseo de asemejarse a alguno de sus personajes favoritos se abocan al Cosplay.

Ponerse en el lugar del otro

¿De qué se trata? El término “Cosplay” deriva de la lengua inglesa y significa jugar disfrazado; no es más que la interpretación de un personaje de ficción, que puede surgir de algún videojuego, cómic, animé, serie o película. Pero no se trata solo de la vestimenta, sino que implica la representación e interpretación actoral de ese personaje: se actúa, se siente, se vive como él, lo cual implica también por supuesto la confección de trajes.

Esta actividad surge en Japón a principios de los años ‘70 en los “comic market”, locales o pequeños eventos donde los comerciantes de cómics y mangas se caracterizaban para vender sus productos a los fans que iban a comprar. Sin embargo, no es hasta el año 1983 cuando la revista My Anime utiliza por primera vez el término como tal.

No se trata solo de la vestimenta, sino que tiene que ver con la representación e interpretación actoral de ese personaje: se actúa, se siente, se vive como él.

En Argentina inicia con la llegada de los dibujos animados japoneses a la televisión en las década del ‘80 y principios de los ‘90. Esa exposición, cuando todavía no había Internet y “abrirse al mundo” era bastante más difícil, fue la que provocó un mayor interés en niños y adolescentes por esta temática. A mediados de los ‘90 empezaron a surgir algunos eventos independientes, y ya para finales del siglo y principios de los 2000, Láser, una revista que se especializaba en el manga y animé en nuestro país, fue una de las primeras en promocionar este tipo de eventos, favoreciendo su popularidad.

Hoy, existen muchos eventos de este tipo en el país y en otras partes del mundo: la Anime-Con, Comic-Con, Feria Ciruja. Incluso en el jardín japonés de la Ciudad de Buenos Aires casi todos los fines de semana se realizan sesiones de fotos para fanáticos del Cosplay. Si bien ninguna de estas propuestas es igual a otra algo que todas tienen en común es que cuentan con un segmento de Cosplay donde se encuentran principalmente adolescentes, jóvenes y jóvenes adultos.

Disfrutar el juego

Presenciar un evento multitudinario donde los participantes se encuentran disfrazados de un personaje de animé japonés puede parecer extraño en nuestra cultura occidental todavía hoy, a pesar de que ya llevamos varias décadas de un movimiento económico-social que atraviesa nuestros sentidos: la globalización.

La idea de vestir la casaca de nuestro club preferido en cualquier evento no es descabellada, usamos esos colores en muchas prendas, validamos los precios de esos objetos deseados que queremos lucir frente a otros. El mismo sentimiento de pertenencia a la comunidad del equipo que amamos, se traslada en este caso a los personajes de una historia de héroes y heroínas. No solamente vestir como ellos, el esfuerzo de lograr el parecido más auténtico, se asemeja a poder adquirir todas las virtudes de ese personaje. Asimilar toda su historia, porque yo quiero reaccionar también como él, como ella, ante cualquier adversidad.

Como en todos los aspectos, este ritual puede preocupar si se da con obsesión y rigidez, si la necesidad de querer igualar a un personaje hace que se pierdan rasgos de mi personalidad. Una cosa es jugar a que somos ellos y otra es desearlo en el aspecto real, olvidando quiénes somos en esencia. 

Cada objeto cultural esconde también un universo de sentido que arma red con otros que desconocemos.

Sin embargo, esto no es una razón para cerrarle las puertas a una cultura que ha alcanzado la atención de tantos jóvenes y adultos en tantas partes del mundo. Y si bien no se trata de una “filosofía de vida”, en el fondo está el deseo de  no perder al niño interior, no dejar morir la fantasía, y el placer de disfrutar el juego. Muchos chicos y chicas tienen superhéroes preferidos y eligen interpretarlos cada vez que pueden. El cosplay es interpretado por quienes lo practican como una puerta a esos espacios y momentos, es volver a disfrutar eso era motivo de felicidad de niños y niñas, es no perder la alegría y el gusto por las fantasías. De eso se trata cosplay, es jugar disfrazado. Y luego, como cuando se juega al fútbol, existe el momento de poner una pausa y volver a la rutina. 

La cultura japonesa tiene aristas de sentido muy incomprensibles para un occidental. Muchas veces nos puede gustar algo de allí: una comida, un objeto típico, un jardín bien armado. Cada objeto cultural esconde también un universo de sentido que arma red con otros que desconocemos, que además no son fáciles de aprender sólo conociendo el idioma, o viendo un video en redes. Meterse en esa cultura puede ayudar, tomar la vestimenta, hacerla propia, jugar y disfrutar con ello es un buen modo para lograrlo. Principalmente si me conecta con otros que sienten y piensan como yo que, en el fondo, es lo que buscamos todos.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2023

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