¿Una explicación? La compasión

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Frente a la muerte y el dolor, lo que transforma no es nuestra teoría, sino pararnos del lado del que sufre.

Por Roberto Castello, sdb
castelloroberto@hotmail.com

El sistema de salud que lucha contra lo imposible. La inmensa voluntad de servicio que se manifiesta en organizaciones sociales o religiosas. En el barrio, la familia, la pareja o la comunidad que pelean por salir a flote en una realidad que se hace increíblemente difícil. Todo esto supera lo “ficcional” de muchas reflexiones que a veces se ensayan tratando de explicar lo que nos pasa, donde parece crecer con fuerza de convicción la idea de que será difícil pensar en realidades distintas a la actual. 

Parece crecer con fuerza de convicción la idea de que será difícil pensar en realidades distintas a la actual… ¿es realmente así?

Pero al mismo tiempo, la realidad y sus intentos por explicarlas se enfrentan como pocas veces a una experiencia trágica, por lo clara e incontrastable de su evidencia: la muerte. Frente a eso, todo lo que podamos decir parece poco, y cualquiera de nuestras teorías se queda corta.

¿Qué discutimos?

Hace tiempo voy constatando que muchas de las dimensiones que el Evangelio nos aporta para mirar la realidad han sido terciarizadas a construcciones ideológicas, políticas y científicas que se hicieron dueñas de estas expresiones. Y esta dinámica es legítima, porque aquellos y aquellas que podríamos expresarlas y hacerlas vida preferimos encerrarnos en disputas embarradas de libertad religiosa, espiritualidad necesaria o ritualidad expresiva. ¡Como si la vida cotidiana no revelara, de por sí, ninguna de estas dimensiones! Creer que la vida y la fe van paralelas es una discusión que “atrasa”. 

Atrapados por estos debates estériles nos quedamos fuera, por ejemplo, de la lucha de las mujeres por el respeto a su cuerpo y por su protagonismo social, económico y político, pero también religioso. Nos quedamos fuera de la integración de las diferencias y de la riqueza de la diversidad, e incluso llegamos a poner en duda el criterio de la Encarnación. Así es como muchos nos perciben como comunidades eclesiales insensibles a una realidad dolida y angustiada. 

Creer que la vida y la fe van paralelas es una discusión que “atrasa”. 

Frente a todo este camino, la muerte es una evidencia tan fuerte que nos deja en un silencio mareado y que no da respuesta. Día a día en nuestros espacios institucionales, eclesiales y sociales la falta de horizonte desborda nuestra capacidad de reacción. Más allá de las luchas insertas en realidades de pobreza, de hambre, de marginación, de vulneración, nos paramos estupefactos ante una realidad que nos atropella.

¿Qué esperamos?

Nos podemos hacer la pregunta: ¿es cierto que no tenemos esperanza? ¿Acaso el Evangelio se quedó sin su capacidad ínsita de iluminar? ¿O no será que aquellos que tenemos la pretensión de compartirlo, caímos en la trampa de creer que Dios es mágico y que nos podía sacar de este atolladero sólo con pedirlo? Si así fuera Dios, sería bueno apostar a concesionar nuestras iglesias… 

¿Es cierto que no podemos pararnos desde la perspectiva de una lucha que nos libere de miradas unilaterales, homogéneas y sofisticadamente perversas que nos hacen creer que los números de los descartados son parte de la respuesta de “crecimiento” para nuestro país?

Por la lógica del debate sobre las iglesias abiertas o cerradas que surcó buena parte de la cuarentena, es bueno pensar si no estamos cediendo a un establishment que prefiere no salirse de la comodidad de lo dado, frente a lo construido; de la verdad objetiva, frente a lo incierto; de una política aséptica que no transforma.

Hoy parece emerger una figura de un Jesús que toma partido, y surge otra pregunta: ¿cuál es la perspectiva que elegimos?

Y…  ¿qué hacemos?

En Lucas 7, 11-17, Jesús se para en la entrada de un pueblito, llamado Naim y observa lo cotidiano. Allí se percata de una mujer viuda que acompaña el cortejo fúnebre de su hijo. Siendo viuda y con un solo hijo, aquella mujer quedaría abandonada a su suerte. La desesperación de este cuadro inunda las entrañas de Jesús. Lo violento del texto es que Jesús no acude a ninguna de las fórmulas religiosas de su tiempo, sino que se acerca y resucita a ese joven. 

¿De dónde surge la mirada de Jesús en esa experiencia? La palabra que resuena con fuerza teologal es “compasión”. Dios allí no se puso a tratar de buscar la respuesta teórica que explicara lo que sucedía, sino que reaccionó con la lógica divina de encarnarse en esa historia. 

De lo dicho me surge pensar el porqué nos pusimos a buscar explicaciones, cuando lo que se nos pide es “compasión”. La certeza de la Vida es lo que confronta a Jesús y lo pone en el lugar de la mujer que despide a su hijo.

La lógica de la Vida mueve la esperanza del presente. No se buscan respuestas, porque no hay respuestas frente a la muerte, sino que se nos llama a darnos cuenta del otro, de la otra. Desde allí se quiebra el inmovilismo de la teoría para dar paso a la Vida. Y surge la esperanza que tampoco es mágica, pero que llama desde dentro a transitar la muerte para implotarla.

La esperanza de la que nos habla el Evangelio trata de una dinámica que moviliza el presente y la historia. La historia no es inerte, sino que está henchida de posibilidades, de miradas, y el “toque” de la Pascua la abre y la hace rica en oportunidades.

La lógica de la Vida mueve la esperanza del presente. No se buscan respuestas, sino darnos cuenta del otro, de la otra. De allí surge la esperanza.

Frente a la muerte y el dolor, no queda más que pararse al lado. Se trata de “com-padecerse” para entender y desde allí transformar. No transforma nuestra teoría, sino la lógica evangélica que se para del lado del que sufre. Siendo cierto, también, que esa opción surge de la certeza del Reino de Jesús.

Somos personas que entendemos y creemos en la Vida, por lo que la vida nos apasiona y nos abraza, y ahí no perdemos la esperanza. No sabemos exactamente cómo saldremos: lo que sí sabemos es que vamos haciendo procesos de liberación día a día. 

Sería peligroso entender este mensaje sólo como respuesta a la coyuntura presente. Se trata de una dinámica vital que recorre nuestro ser personas que nos entendemos desde la otra y el otro. No se trata de tolerarnos en las diferencias; de sostenernos en la vida porque hacemos una opción moral; de explicar el dolor, porque romantizamos mediáticamente la pobreza. Más bien, es entendernos a nosotros mismos siendo con las y los otros.

La esperanza surge de reconocernos en los otros. Entendernos desde ahí hace imposible el abandono y permite la “compasión”. No se trata de un acto de voluntad, sino de aceptar cómo hemos sido creados. Por lo que la Esperanza habita en nosotros, porque el Reino ha puesto su tienda entre nosotros. No es algo que perdimos, o que tenemos que encontrar, sino que se trata de reconocerla.

Renuevo la pregunta, ¿por qué perdimos la certeza de la vida, si la Vida habita en la historia? El tema es re-pensarnos como habitantes de este Reino, y no como coleccionistas de conciencias.

BOLETIN SALESIANO – OCTUBRE 2020

¿Una explicación? La compasión

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Frente a la muerte y el dolor, lo que transforma no es nuestra teoría, sino pararnos del lado del que sufre.

Por Roberto Castello, sdb
castelloroberto@hotmail.com

El sistema de salud que lucha contra lo imposible. La inmensa voluntad de servicio que se manifiesta en organizaciones sociales o religiosas. En el barrio, la familia, la pareja o la comunidad que pelean por salir a flote en una realidad que se hace increíblemente difícil. Todo esto supera lo “ficcional” de muchas reflexiones que a veces se ensayan tratando de explicar lo que nos pasa, donde parece crecer con fuerza de convicción la idea de que será difícil pensar en realidades distintas a la actual. 

Parece crecer con fuerza de convicción la idea de que será difícil pensar en realidades distintas a la actual… ¿es realmente así?

Pero al mismo tiempo, la realidad y sus intentos por explicarlas se enfrentan como pocas veces a una experiencia trágica, por lo clara e incontrastable de su evidencia: la muerte. Frente a eso, todo lo que podamos decir parece poco, y cualquiera de nuestras teorías se queda corta.

¿Qué discutimos?

Hace tiempo voy constatando que muchas de las dimensiones que el Evangelio nos aporta para mirar la realidad han sido terciarizadas a construcciones ideológicas, políticas y científicas que se hicieron dueñas de estas expresiones. Y esta dinámica es legítima, porque aquellos y aquellas que podríamos expresarlas y hacerlas vida preferimos encerrarnos en disputas embarradas de libertad religiosa, espiritualidad necesaria o ritualidad expresiva. ¡Como si la vida cotidiana no revelara, de por sí, ninguna de estas dimensiones! Creer que la vida y la fe van paralelas es una discusión que “atrasa”. 

Atrapados por estos debates estériles nos quedamos fuera, por ejemplo, de la lucha de las mujeres por el respeto a su cuerpo y por su protagonismo social, económico y político, pero también religioso. Nos quedamos fuera de la integración de las diferencias y de la riqueza de la diversidad, e incluso llegamos a poner en duda el criterio de la Encarnación. Así es como muchos nos perciben como comunidades eclesiales insensibles a una realidad dolida y angustiada. 

Creer que la vida y la fe van paralelas es una discusión que “atrasa”. 

Frente a todo este camino, la muerte es una evidencia tan fuerte que nos deja en un silencio mareado y que no da respuesta. Día a día en nuestros espacios institucionales, eclesiales y sociales la falta de horizonte desborda nuestra capacidad de reacción. Más allá de las luchas insertas en realidades de pobreza, de hambre, de marginación, de vulneración, nos paramos estupefactos ante una realidad que nos atropella.

¿Qué esperamos?

Nos podemos hacer la pregunta: ¿es cierto que no tenemos esperanza? ¿Acaso el Evangelio se quedó sin su capacidad ínsita de iluminar? ¿O no será que aquellos que tenemos la pretensión de compartirlo, caímos en la trampa de creer que Dios es mágico y que nos podía sacar de este atolladero sólo con pedirlo? Si así fuera Dios, sería bueno apostar a concesionar nuestras iglesias… 

¿Es cierto que no podemos pararnos desde la perspectiva de una lucha que nos libere de miradas unilaterales, homogéneas y sofisticadamente perversas que nos hacen creer que los números de los descartados son parte de la respuesta de “crecimiento” para nuestro país?

Por la lógica del debate sobre las iglesias abiertas o cerradas que surcó buena parte de la cuarentena, es bueno pensar si no estamos cediendo a un establishment que prefiere no salirse de la comodidad de lo dado, frente a lo construido; de la verdad objetiva, frente a lo incierto; de una política aséptica que no transforma.

Hoy parece emerger una figura de un Jesús que toma partido, y surge otra pregunta: ¿cuál es la perspectiva que elegimos?

Y…  ¿qué hacemos?

En Lucas 7, 11-17, Jesús se para en la entrada de un pueblito, llamado Naim y observa lo cotidiano. Allí se percata de una mujer viuda que acompaña el cortejo fúnebre de su hijo. Siendo viuda y con un solo hijo, aquella mujer quedaría abandonada a su suerte. La desesperación de este cuadro inunda las entrañas de Jesús. Lo violento del texto es que Jesús no acude a ninguna de las fórmulas religiosas de su tiempo, sino que se acerca y resucita a ese joven. 

¿De dónde surge la mirada de Jesús en esa experiencia? La palabra que resuena con fuerza teologal es “compasión”. Dios allí no se puso a tratar de buscar la respuesta teórica que explicara lo que sucedía, sino que reaccionó con la lógica divina de encarnarse en esa historia. 

De lo dicho me surge pensar el porqué nos pusimos a buscar explicaciones, cuando lo que se nos pide es “compasión”. La certeza de la Vida es lo que confronta a Jesús y lo pone en el lugar de la mujer que despide a su hijo.

La lógica de la Vida mueve la esperanza del presente. No se buscan respuestas, porque no hay respuestas frente a la muerte, sino que se nos llama a darnos cuenta del otro, de la otra. Desde allí se quiebra el inmovilismo de la teoría para dar paso a la Vida. Y surge la esperanza que tampoco es mágica, pero que llama desde dentro a transitar la muerte para implotarla.

La esperanza de la que nos habla el Evangelio trata de una dinámica que moviliza el presente y la historia. La historia no es inerte, sino que está henchida de posibilidades, de miradas, y el “toque” de la Pascua la abre y la hace rica en oportunidades.

La lógica de la Vida mueve la esperanza del presente. No se buscan respuestas, sino darnos cuenta del otro, de la otra. De allí surge la esperanza.

Frente a la muerte y el dolor, no queda más que pararse al lado. Se trata de “com-padecerse” para entender y desde allí transformar. No transforma nuestra teoría, sino la lógica evangélica que se para del lado del que sufre. Siendo cierto, también, que esa opción surge de la certeza del Reino de Jesús.

Somos personas que entendemos y creemos en la Vida, por lo que la vida nos apasiona y nos abraza, y ahí no perdemos la esperanza. No sabemos exactamente cómo saldremos: lo que sí sabemos es que vamos haciendo procesos de liberación día a día. 

Sería peligroso entender este mensaje sólo como respuesta a la coyuntura presente. Se trata de una dinámica vital que recorre nuestro ser personas que nos entendemos desde la otra y el otro. No se trata de tolerarnos en las diferencias; de sostenernos en la vida porque hacemos una opción moral; de explicar el dolor, porque romantizamos mediáticamente la pobreza. Más bien, es entendernos a nosotros mismos siendo con las y los otros.

La esperanza surge de reconocernos en los otros. Entendernos desde ahí hace imposible el abandono y permite la “compasión”. No se trata de un acto de voluntad, sino de aceptar cómo hemos sido creados. Por lo que la Esperanza habita en nosotros, porque el Reino ha puesto su tienda entre nosotros. No es algo que perdimos, o que tenemos que encontrar, sino que se trata de reconocerla.

Renuevo la pregunta, ¿por qué perdimos la certeza de la vida, si la Vida habita en la historia? El tema es re-pensarnos como habitantes de este Reino, y no como coleccionistas de conciencias.

BOLETIN SALESIANO – OCTUBRE 2020

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