«No creen en nada»

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¿No creen en nada?

Por: Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar

“Estos pibes no creen en nada, todo les da igual.” “A misa no van ni por error”, “En este mundo sin Dios, es imposible pretender que crean.” “No respetan nada, en el templo están con el celular, toman mate.” “Para las nuevas generaciones los dioses habitan en las pantallas o en las canchas de fútbol.” “ Mucha vida parroquial y después los ves en Instagram en cada foto.” “La clase de catequesis, las celebraciones, el retiro, todo les fastidia, ya no sé qué más podemos hacer”.

¿Será así? ¿Será realmente que todo les da igual? El individualismo y la superficialidad que caracterizan a la sociedad del tercer milenio no invitan a detenerse y conectar con el interior, pero la Historia ya demostró que, por muy adversas que sean las condiciones, los grandes interrogantes siempre están ahí, provocando la sed, la pluma y la creatividad de los jóvenes que se les animan.

¿No estaremos mirando los termómetros equivocados? O estamos tan acostumbrados a pensar que la vía privilegiada de acceso a Dios es el cumplimiento de algunos preceptos, que no imaginamos otros atajos. ¿Y si en lugar de concentrarnos en nuestros termómetros los miramos a ellos, a ellas?

Lo que ellos y ellas dicen

¿En qué creen nuestros jóvenes? ¿Qué cosas dan sentido a su vida? ¿Qué enciende sus corazones? ¿Qué cosas son sagradas para ellos? ¿En dónde tienen puesta su confianza? ¿Qué les pasa con la fe que queremos transmitirles y hacerles experimentar?

Los trabajos de investigación hechos por la UCA y por el CONICET sobre más de nueve mil alumnos del último año de escuelas religiosas muestran que más del sesenta por ciento se considera católico independientemente de haber recibido o no el Bautismo, aunque la mitad se declara poco religioso y dice que esa fe tiene poca o ninguna incidencia en su vida.

Sin embargo, un buen número señala que haber participado de alguna experiencia solidaria marcó un salto en su vida de fe. Otro dato curioso: casi el noventa por ciento refiere que la oración personal es una práctica habitual.

¿En qué creen nuestros jóvenes? ¿Qué les pasa con la fe que deseamos transmitirles?

En otra encuesta, el ochenta por ciento describió el modo de vincularse con Dios eligiendo alguna de estas formulaciones “siento que está ahí y yo me acerco cuando necesito.” “Lo siento dentro mío, converso con él diariamente”. “Lo siento cerca y su presencia me regala cierta paz”. A ese grupo se suma otro veinte por ciento que respondió: “Quisiera sentirme más cerca pero no sé cómo hacerlo”.

Los números dicen poco de la experiencia de fe, que es siempre en términos de encuentro y lleva en cada caso el sello personal de los protagonistas, su sentir y su modo particularísimo de habitar esa relación, pero es interesante ver que una enorme mayoría tiene el ejercicio de la oración personal y siente posible el diálogo con Él. Y una porción importante del resto quisiera sentirse más cerca de Dios aunque no sabe cómo hacerlo. ¿No es esta una hermosa punta para empezar a tejer?

Ensayando algunas claves de lectura

No hace mucho, en medio de una experiencia pastoral de verano, más de cien jóvenes expresaron mediante diferentes creaciones artísticas qué rasgos
del Dios que conocieron a través de su familia, la escuela, los grupos, les resultaban contrarios a su sensibilidad religiosa. Entre otras cosas dijeron:

“No creemos en un dios que exige que renunciemos a ser felices y disfrutar la vida, ni en un dios ‘de mostrador’ que cambia favores por sacrificios y decide la suerte de cada mortal según sus méritos”.

“No creemos en un dios que ya resolvió de antemano la vida de cada uno y tiene un plan secreto que tenemos que descubrir y seguir. Y menos todavía en uno que abre o cierra la puerta de su Casa según criterios de raza, género, ideología, ni en el que desde lejos se dedica a controlar y juzgar las decisiones, las actitudes y, sobre todo, los sentimientos de las personas”.

“No creemos en un dios obsesionado con la sexualidad, que se molesta con las polleras cortas”.

En cambio, los convoca fuertemente: “el Dios que acoge a todos y a todas, que se compadece con el más frágil y se separa de los espacios de poder”. “Un Dios-Amor que nos invita a amar fuerte y a vivir intensamente, que no está atento a los papeles ni al cumplimiento de las reglas sino al corazón de las personas”.

Por otra parte, se evidencia que los jóvenes se identifican profundamente con el valor de la amistad, la familia, la ecología, la justicia, la solidaridad y la libertad. La familia, los amigos y Dios son parte del universo de lo sagrado, que ellos mismos definen como “aquello que de alguna manera habla de Dios”. “Aquello que no se discute”. “Lo prioritario, lo más importante”.

Lo cantamos, lo declaramos, lo rezamos: un Dios que ama la vitalidad, el bullicio, los ensayos y las búsquedas de los jóvenes.

¿Hay alguien ahí?

El límite más claro de estas reflexiones posiblemente sea el tema del mal. ¿Cómo puede ser que Dios permita la guerra? ¿Por qué se enferman y mueren los niños? ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué no hace algo?

Nada nos deja en mejor lugar para ir a buscarlo que la experiencia de haber llegado a nuestro propio límite. Cuando nos quedamos sin palabras frente a la maravilla de la Creación, cuando tocamos fondo y sentimos que nuestras fuerzas no alcanzan, cuando nos chocamos con el misterio de la Vida y de la Muerte y nos sentimos frágiles y necesitados como niños, entonces, aparece esa voz que resuena dentro: “Tiene que haber Algo o Alguien más”.

Nada nos deja en mejor lugar para ir a buscar a Dios que la experiencia de haber llegado a nuestro propio límite.

Los jóvenes no reniegan de Dios, al contrario, buscan incansablemente “Algo o Alguien” que dé sentido a lo que parece no tenerlo, que ofrezca un abrazo sin condiciones en el que poder sostenerse cuando todo se derrumba. Sus preguntas no buscan datos, buscan significaciones, claves de lectura de la vida. ”Tiene que haber algo más…”.

Cuando ese fueguito comienza a encenderse, puede pasar que le caigamos encima con un baldazo de preceptos, verdades y advertencias que terminan sofocándolo, pero también podemos mantenernos cerca y con delicadeza acercarle el soplido suave de nuestra propia experiencia de fe, nuestras propias preguntas, nuestra necesidad de Dios y, sobre todo, nuestra convicción de que Él está donde está la Vida.

“Creemos en un Dios que ama a los jóvenes”

Lo cantamos, lo declaramos, lo rezamos. Un Dios que ama la vitalidad, el bullicio, los ensayos, las búsquedas de los jóvenes, lo que ellos son y lo que ellos aman, que conoce sus lenguajes, participa de sus ritualidades y se sienta en la ronda a escuchar lo que tienen para contarle. Conoce sus preocupaciones, celebra sus conquistas y abraza sus fragilidades. Un Dios paciente con nuestros tiempos y respetuoso de nuestras elecciones, un Dios-Misterio que no se ofende por los intentos de nuestra razón ni por las dudas de nuestro corazón. Un Dios Espíritu que despeina la vida cuando la toca y renueva el aire de cualquier lugar.

Tal vez tengamos que empezar por interrogar nuestra fe, y averiguar si el Dios en el que creemos tiene la fuerza suficiente para suscitar semejante revuelta. Si es así, no hay mucho más que hacer, solo disfrutar con ellos y ellas la experiencia de caminar juntos rezando la vida.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2024

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