En una sociedad donde todos quieren ser protagonistas, María elige otro camino.

Por: Marcos Aguirre
maguirre@donbosco.org.ar
Cuando el ángel Gabriel, enviado de Dios, visitó a María y le propuso ser la Madre del Salvador, Ella guardó este anuncio en su corazón y meditó acerca del significado del mismo. El texto bíblico nos revela que finalmente María aceptó e inició su largo proceso de aprendizaje que la llevaría a configurarse como Mujer –Madre y Auxiliadora– atenta a las necesidades de todos para comunicarlas a su Hijo, con la certeza que Él sabría qué hacer con aquello que Ella iba sugiriendo. Su estilo de maternar a Jesús fue configurándose con un sello propio: reflexivo, atento y discreto. Y de esto encontramos atisbos desde aquella escena con el Ángel Anunciador hasta nuestros días.
Custodio y Auxiliadora
Ella, ejercitando la dimensión creyente y paciente de la fe, fue aprendiendo a vivir la misión encomendada, no como protagonista sino como una auxiliar imprescindible. Esta característica con la cual ejerce su rol es clave en el proceso de fe de todos y cada uno de nosotros. En la larga lista de aprendices de la fe, José, su esposo, ocupa el primer lugar.
Vemos a la Anunciada, y ahora portadora de Luz, mientras José, maduraba en fe respecto de aquello que acontecía en las vidas de su esposa y de su Hijo por nacer. Y, desde entonces, los dos muy unidos, él como Custodio y ella como Auxiliadora, se acompañan en el camino trazado por el Hijo.
Estos son algunos relatos para confirmar este importante rol secundario que ocupan María y José en los Evangelios de Jesús.
Cuando, para cumplir con el mandato del emperador Augusto, la Pareja Sagrada se traslada a Belén, tierra originaria de la familia del carpintero. Ella llega con su embarazo casi a término. Ahí el custodio y la auxiliadora encuentran el Pesebre donde nace el niño. María y José iban entendiendo su lugar en esta Historia: custodiar y auxiliar al Hijo. Definitivamente José y María fueron percibiéndose y adiestrándose en el ejercicio de su rol, éste de Custodio y aquella de Auxiliadora (cfr. Lc 2,1-19)
Fueron Custodio y Auxiliadora de Jesús cuando se desató la persecución de Herodes que terminó siendo una masacre de recién nacidos, el Custodio y la Auxiliadora, dejándolo todo, llevaron al Niño a lugar seguro, fue tiempo de destierro en Egipto. El Custodio, avezado ya en el arte de escuchar el silencio, pasado un tiempo entendió que era momento propicio para regresar a Nazaret. (cfr. Mt 2,13-23).
En la sombra de su Hijo
Estos relatos dejan entrever la profunda, sencilla y elocuente educación que José y María transmitieron con sus vidas a su hijo y cómo este aprendió de ellos, de tal modo que aún, sin citarlos, los tiene presentes porque fueron ellos quienes lo iniciaron en la contemplación profunda de la realidad donde emerge la sabiduría del Padre que hizo todo lo creado y alimenta el corazón del creyente.
Jesús nunca nombra ni a María ni a José pero, sin forzar el texto, podemos sentir su presencia en un segundo plano, allí vuelven los años vividos juntos en Nazaret, son enseñanzas cotidianas de entrecasa que dieron origen a relatos que nos remiten al reino. Allí María y José quedaron en las sombras, en un segundo plano. Ellos eligieron, como lugar para vivir, estar a la sombra de su Hijo.
Algunos ejemplos donde podemos entrever la atención con que Jesús niño y adolescente seguía a José y a su madre, que simultáneamente también es maestra, auxiliadora y discípula.
Cuando Jesús ya en plena vida pública enseñaba acerca “que el reino está cerca” (Mc1,15), y para transmitir tan grande novedad recurre a comparaciones como la alegría de aquella mujer que perdió una de las diez monedas de plata que tenía, buscó en cajones, repisas, armarios y alacenas, luego la barrió toda la casa encontrarla y llena de alegría llama a sus amigas para festejar con ellas (cfr. Lc 15.8-10).
Imaginemos que Jesús relata una mínima escena familiar ocurrida durante su infancia: María guardaba cuidadosamente los pocos pesos que eran fruto del trabajo de José y los habrá perdido, afanosamente dio vuelta la casa hasta encontrar las monedas que permitirían comer a su familia. La búsqueda tuvo un final feliz, volvió la alegría a la familia y María llamó a sus vecinas y todas festejaron.
Con un poco de levadura…
Lo mismo cuando Jesús mostraba el pan bendecido, multiplicado, partido y repartido como un modo continuo de encontrarnos los creyentes entre nosotros y con Él (Mt 14, 13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17 y Jn 6, 1-15). La teología del pan, como profundo misterio del encuentro y comunión con Dios y los hermanos y hermanas: “El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa” (Mt 13,33). Va naciendo en esa mirada sentipensante del niño y adolescente Jesús que mira embelesado el pan por María amasado. ¡Si no la habrá visto amasando a su madre y como ella le hace notar que un poco de levadura mezclada en la harina leva toda la masa!
María y José como educadores no necesitaron firmar la autoría de los saberes que su hijo hizo contenido de sus predicaciones.
Jesús va aprendiendo de su madre a preguntarse ante los acontecimientos de la vida. ¿Qué significa esto? María y José como educadores no necesitaron ni quisieron firmar la autoría de estos saberes que su hijo hizo contenido de sus predicaciones. Ellos eran todo para su hijo, fondo donde él se destacaba, y con eso les bastaba para sentirse felices. Nunca buscaron el protagonismo y Jesús se hizo fuente inagotable de enseñanza para sus discípulos de aquella época y de la nuestra.
Estos son solo algunos ejemplos de una posible lectura de los Evangelios. Ojalá con espíritu abierto percibamos tanto el perfume de María como la presencia de José en varios dichos y gestos de Jesús. Ojalá disfrutemos de contemplar los relatos evangélicos desde esta perspectiva familiar.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2025