Me llamo Patrick O’Grady

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Por Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo Patrick. Nací en una familia católica de la verde Irlanda. Tuve la dicha de formar parte del grupo de siete jóvenes de mi país convocados por monseñor Lynch para enviar como misioneros a Toronto en Canadá. La primera idea de este arzobispo irlandés fue pedirle a Don Bosco que enviara a Canadá a sus salesianos, pero el santo turinés ya había comenzado las misiones en la Patagonia y no tenía a quién enviar. Igualmente el arzobispo nos dio la oportunidad de conocer a Don Bosco antes de ir a estudiar a un seminario para misioneros en Génova. Además nos dejó en libertad para quedarnos en Turín si era nuestro deseo.

Así llegamos una mañana al Oratorio de Valdocco los siete irlandeses sin hablar ni una palabra en italiano. Tuve suerte de hablar francés y poder comunicarme en esa lengua con Don Bosco, que acababa de celebrar la misa y se disponía a desayunar. Mientras nos acompañaba a los recién llegados al sencillo comedor del Oratorio, el santo nos enseñó las cuatro primeras palabras en italiano y nos dijo que con esas ya podríamos manejarnos en su casa: “Mangiare, bere, giuocare, pregare” (Comer, beber, jugar, rezar). ¡Todo un programa!

Yo fui el primero que elegí quedarme. Después me siguieron otros tres compañeros del grupo de los siete. Al año ya hice mis primeros votos como salesiano y enseguida fui convocado por monseñor Cagliero para viajar con él a América integrando una numerosa expedición misionera. Con el obispo salesiano no fuimos al norte sino al sur del continente. En San Nicolás de los Arroyos, donde se había abierto el primer colegio salesiano de la Argentina, comencé a dar clases de inglés. También llevamos a esas tierras el fútbol, que enseguida se difundió entre la peonada de las estancias, donde empezaron a llamarlo “el deporte de los curas”. El 24 de febrero de 1887 monseñor Cagliero me ordenó sacerdote en San Nicolás y un año después fui enviado a las Malvinas. Los salesianos estuvimos a cargo de la pequeña comunidad católica de las islas durante más de sesenta años.

Las necesidades de la Congregación en plena expansión me llevaron nuevamente a Italia, luego a Suiza, a la isla de Malta en el Mediterráneo, a Irlanda y a Australia. Cuando pasé los sesenta, que para aquellos tiempos ya era mucho decir, fui a San Francisco, en la costa oeste de los Estados Unidos, a reemplazar a mi paisano Bernardo Redahan que había fallecido allí.

En San Francisco era director y párroco mi tocayo Patricio Diamond, muy querido en esa comunidad y también del grupo de aquellos cuatro jóvenes que nos habíamos quedado con Don Bosco. En 1937 pude acompañarlo durante su última enfermedad y estar junto a él en el momento de su muerte. Mientras tanto yo ya había pasado los ochenta y tenía buena salud. En unos ejercicios espirituales le conté a un salesiano que Don Bosco me había predicho que yo moriría en el día de su cumpleaños. Así que había que pasar agosto, como dicen ustedes en la Argentina. Todo venía bien hasta que el 15 de agosto fui internado de urgencia y en la madrugada del 16 me despedí para reencontrarme con Don Bosco y con mis paisanos irlandeses con los que habíamos dado la vuelta al mundo siguiendo un ideal.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2024

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