María, ruega por nosotros

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Preguntas sobre una oración simple y profunda

Por Alejandro Gómez, sdb
agomez@donbosco.org.ar

Con el inicio del mes de mayo comienza a vivirse la efervescencia del mes de María Auxiliadora. En ese clima parroquial, Ana, una madre que está haciendo su catequesis para recibir los sacramentos de iniciación cristiana, me hizo una serie de preguntas. El diálogo que se generó es el telón de fondo de estas líneas que les comparto.

Una frase con historia

“¿Cuál es el origen de esa frase, ‘María Auxiliadora, ruega por nosotros’? ¿Tiene historia ?”, me preguntó. Fuimos a Google y escribimos la pregunta. Inmediatamente nos apareció como respuesta: “María, auxilio de los cristianos, es un título antiguo dado a María, madre de Jesús. San Juan Crisóstomo, nacido en torno a los años 345-350 y obispo de Constantinopla desde el año 398, la llamaba ‘Auxilio potentísimo, fuerte y eficaz de los que siguen a Cristo’”.

Así como la salvación es para todos, para todos es también el auxilio de María

Pero mi memoria me llevó rápidamente y sin esfuerzo a la lectura de la pasión del Señor según San Juan que proclamamos el Viernes Santo. Allí nos narra el evangelista que “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’”. Personalmente pienso que es ese estar junto a la cruz de Jesús el lugar teológico en el que la tradición de la Iglesia descubre el origen del auxilio de la Madre. Y así como la salvación es para todos, para todos es también su auxilio.

Mientras pensaba esto recordé un hecho de mi infancia. Estábamos con mi familia en la casa de unos tíos que vivían en el campo, cuando de un momento a otro empezamos a escuchar tenuemente: “Auxilio mamá, auxilio”. Mi madre, sin importarle nada más, salió a buscar a Pablo, mi hermano más pequeño, y lo hizo en la dirección correcta. Él, inquieto, se había trepado al aljibe y se había caído en su interior. Allí se encontraba, tomado de la tapa de madera, flotando sobre la reserva de agua de lluvia y gritando una y otra vez: “Auxilio mamá, auxilio”. Mamá fue la primera en llegar, el primer rostro que Pablo vio desde el fondo del pozo. Le habló con calma y seguridad y llamó a papá, quien felizmente lo pudo sacar agarrado de la soga y el balde de la cisterna.

En mi experiencia, la madre siempre ha sido auxilio seguro. Por eso me parece natural que desde siempre la Iglesia haya acudido a María, la mujer madre, como Auxiliadora.

Nos hace más humanos

Todavía no había terminado, y mientras estaba cerrando la respuesta, Ana me sorprendió con una serie de nuevas preguntas: ¿Por qué le tenemos que pedir a María que ‘ruegue por nosotros’? ¿No lo hace ya sin que se lo pidamos? ¿Y qué pasa con los que no son ‘nosotros’? ¿Podemos rezar por otros o por todos?”

El encuentro alcanza plenitud cuando el otro se transforma en prójimo para mí.

Abrumado por tantas preguntas rompí en carcajadas, pero me quedé con el “nosotros” que aparecía en casi todas ellas y volví a viajar en el tiempo. Muchos años atrás, en la ciudad de Resistencia, Chaco, tuve la posibilidad de participar de una conferencia de Lucio Gera, un sacerdote católico, teólogo y docente de la Universidad Católica Argentina, en la que dos palabras me trajeron una luz que experimenté tan salesiana que guardé para siempre en mi mente y en mi corazón: gratuidad y “nostridad”.

Tratando de esbozar una respuesta recurrí al término “nostridad”. Allí advertí una vertiente para empezar a saciar al menos en algo tantos interrogantes. La nostridad surge del encuentro con los otros, porque es en el encuentro donde nos vamos moldeando y haciendo más humanos, como afirma el filósofo Emmanuel Levinas, “lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre”

Todo hombre es mi hermano y yo soy responsable él

El encuentro alcanza plenitud cuando el otro se transforma en prójimo para mí. El amigo, la madre, el padre, el hijo, el esposo, el vecino; todo ser humano debe transformarse en prójimo para alcanzar plenitud. Aquí es esclarecedora la parábola del buen samaritano. En ella vemos reflejadas todas las actitudes que podemos tener frente a la presencia del otro, que nos interpela e irrumpe en nuestras vidas. Podemos decirle “no” al encuentro y pasar indiferentes frente a él; o podemos detenernos, decir “sí”, ayudar al herido en lo inmediato y más, y sobre todo dejarnos conmover hasta las entrañas, estableciendo una relación de “projimidad”.

Estamos todos

“¡Ana!”, le dije, “allí está el sentido profundo del ‘ruega por nosotros’; nos incluye a todos, todos estamos en ese nos-otros, también los que lo ignoran. ¿Sabés?” Debemos aspirar a la plena “projimidad”, a la perfecta convivencia de la humanidad entera en la búsqueda del bien supremo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que “todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. Eso es ágape, es donación, es éxodo hacia el otro, que se caracteriza por salir de uno mismo, de los propios egoísmos, hasta dar lugar a esa nostridad en la cual el encuentro alcanza plenitud y trascendencia. No es teoría, es experiencia en lo cotidiano de lo que nos define como personas y nos conduce a la plenitud. Todo hombre es mi hermano y yo soy responsable él.


Ciertamente quedó mucho sin responder, pero ya no había más tiempo, así que juntos terminamos rezando: “María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”. Quizá, el más sentido en mucho tiempo.

BOLETÍN SALESIANO – MAYO 2021

María, ruega por nosotros

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Preguntas sobre una oración simple y profunda

Por Alejandro Gómez, sdb
agomez@donbosco.org.ar

Con el inicio del mes de mayo comienza a vivirse la efervescencia del mes de María Auxiliadora. En ese clima parroquial, Ana, una madre que está haciendo su catequesis para recibir los sacramentos de iniciación cristiana, me hizo una serie de preguntas. El diálogo que se generó es el telón de fondo de estas líneas que les comparto.

Una frase con historia

“¿Cuál es el origen de esa frase, ‘María Auxiliadora, ruega por nosotros’? ¿Tiene historia ?”, me preguntó. Fuimos a Google y escribimos la pregunta. Inmediatamente nos apareció como respuesta: “María, auxilio de los cristianos, es un título antiguo dado a María, madre de Jesús. San Juan Crisóstomo, nacido en torno a los años 345-350 y obispo de Constantinopla desde el año 398, la llamaba ‘Auxilio potentísimo, fuerte y eficaz de los que siguen a Cristo’”.

Así como la salvación es para todos, para todos es también el auxilio de María

Pero mi memoria me llevó rápidamente y sin esfuerzo a la lectura de la pasión del Señor según San Juan que proclamamos el Viernes Santo. Allí nos narra el evangelista que “Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer, ahí tienes a tu hijo’”. Personalmente pienso que es ese estar junto a la cruz de Jesús el lugar teológico en el que la tradición de la Iglesia descubre el origen del auxilio de la Madre. Y así como la salvación es para todos, para todos es también su auxilio.

Mientras pensaba esto recordé un hecho de mi infancia. Estábamos con mi familia en la casa de unos tíos que vivían en el campo, cuando de un momento a otro empezamos a escuchar tenuemente: “Auxilio mamá, auxilio”. Mi madre, sin importarle nada más, salió a buscar a Pablo, mi hermano más pequeño, y lo hizo en la dirección correcta. Él, inquieto, se había trepado al aljibe y se había caído en su interior. Allí se encontraba, tomado de la tapa de madera, flotando sobre la reserva de agua de lluvia y gritando una y otra vez: “Auxilio mamá, auxilio”. Mamá fue la primera en llegar, el primer rostro que Pablo vio desde el fondo del pozo. Le habló con calma y seguridad y llamó a papá, quien felizmente lo pudo sacar agarrado de la soga y el balde de la cisterna.

En mi experiencia, la madre siempre ha sido auxilio seguro. Por eso me parece natural que desde siempre la Iglesia haya acudido a María, la mujer madre, como Auxiliadora.

Nos hace más humanos

Todavía no había terminado, y mientras estaba cerrando la respuesta, Ana me sorprendió con una serie de nuevas preguntas: ¿Por qué le tenemos que pedir a María que ‘ruegue por nosotros’? ¿No lo hace ya sin que se lo pidamos? ¿Y qué pasa con los que no son ‘nosotros’? ¿Podemos rezar por otros o por todos?”

El encuentro alcanza plenitud cuando el otro se transforma en prójimo para mí.

Abrumado por tantas preguntas rompí en carcajadas, pero me quedé con el “nosotros” que aparecía en casi todas ellas y volví a viajar en el tiempo. Muchos años atrás, en la ciudad de Resistencia, Chaco, tuve la posibilidad de participar de una conferencia de Lucio Gera, un sacerdote católico, teólogo y docente de la Universidad Católica Argentina, en la que dos palabras me trajeron una luz que experimenté tan salesiana que guardé para siempre en mi mente y en mi corazón: gratuidad y “nostridad”.

Tratando de esbozar una respuesta recurrí al término “nostridad”. Allí advertí una vertiente para empezar a saciar al menos en algo tantos interrogantes. La nostridad surge del encuentro con los otros, porque es en el encuentro donde nos vamos moldeando y haciendo más humanos, como afirma el filósofo Emmanuel Levinas, “lo humano del hombre es desvivirse por el otro hombre”

Todo hombre es mi hermano y yo soy responsable él

El encuentro alcanza plenitud cuando el otro se transforma en prójimo para mí. El amigo, la madre, el padre, el hijo, el esposo, el vecino; todo ser humano debe transformarse en prójimo para alcanzar plenitud. Aquí es esclarecedora la parábola del buen samaritano. En ella vemos reflejadas todas las actitudes que podemos tener frente a la presencia del otro, que nos interpela e irrumpe en nuestras vidas. Podemos decirle “no” al encuentro y pasar indiferentes frente a él; o podemos detenernos, decir “sí”, ayudar al herido en lo inmediato y más, y sobre todo dejarnos conmover hasta las entrañas, estableciendo una relación de “projimidad”.

Estamos todos

“¡Ana!”, le dije, “allí está el sentido profundo del ‘ruega por nosotros’; nos incluye a todos, todos estamos en ese nos-otros, también los que lo ignoran. ¿Sabés?” Debemos aspirar a la plena “projimidad”, a la perfecta convivencia de la humanidad entera en la búsqueda del bien supremo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra que “todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. Eso es ágape, es donación, es éxodo hacia el otro, que se caracteriza por salir de uno mismo, de los propios egoísmos, hasta dar lugar a esa nostridad en la cual el encuentro alcanza plenitud y trascendencia. No es teoría, es experiencia en lo cotidiano de lo que nos define como personas y nos conduce a la plenitud. Todo hombre es mi hermano y yo soy responsable él.


Ciertamente quedó mucho sin responder, pero ya no había más tiempo, así que juntos terminamos rezando: “María, auxilio de los cristianos, ruega por nosotros”. Quizá, el más sentido en mucho tiempo.

BOLETÍN SALESIANO – MAYO 2021

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