Cuando anular al otro es más fácil que tratar de entenderlo.
Por Mariana Montaña
marianammm@gmail.com
Una marca conocida de alfajores es sospechada de utilizar semillas transgénicas en uno de sus productos: CANCELADA. Una actriz de Hollywood pasa determinada edad, ya no se tiñe el pelo y se niega a realizarse cirugías: CANCELADA. La “cancelación” se ha vuelto una práctica corriente en tiempos de tecno-sociabilidad. Cuando una persona o institución se expresa en contra de lo esperado de ella, es anulada socialmente, ha roto las expectativas que se tenían sobre su accionar, nos ha defraudado.
Este mecanismo puede ser punta del reclamo ciudadano, pero también esconde el deseo de retirar del mundo lo que nos molesta; la necesidad de gestar una cultura a nuestra medida, donde todos compartan nuestras elecciones y mismas ideas políticas.
Cada uno en su burbuja
Cancelando se vive en la ilusión de sentirnos todopoderosos al menos en el pequeño espacio del que somos protagonistas: nuestro primer entorno, familiares y amigos. Aunque esto no es nuevo: releyendo el Antiguo Testamento, sería como el “chivo expiatorio” en las antiguas ceremonias, se elige una presa a quien se le atribuyen todas las culpas de la comunidad para luego sacrificarla. En tiempos actuales, las redes sociales tienden a exacerbar esto mismo, resulta muy sencillo, desde la comodidad de nuestros dispositivos móviles juzgar a quien no tenemos enfrente.
“Pensar es difícil, es por eso que la gente prefiere juzgar”, escribió Carl Jung. Esta premisa nos ayuda a identificar que siempre es más fácil negar lo que nos disgusta que tratar de ponernos en el lugar del otro e interpretar lo que quiere decir. Es la negación del pensamiento complejo, acostumbrados a manejarnos entre argumentaciones simples esgrimidas en pequeños comentarios, estos signos no alcanzan para evidenciar la complejidad del otro como tal. De fondo, en este escenario de vínculos entramados, está muy presente la intolerancia.
“La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad”, detalla el papa Francisco en Fratelli Tutti. “Pero hoy todo se puede producir, disimular, alterar. Esto hace que el encuentro directo con los límites de la realidad se vuelva intolerable. Como consecuencia, se opera un mecanismo de ‘selección’ y se crea el hábito de separar inmediatamente lo que me gusta de lo que no me gusta, lo atractivo de lo feo. Con la misma lógica se eligen las personas con las que uno decide compartir el mundo”. (FT 47)
Siempre es más fácil negar lo que nos disgusta que tratar de ponernos en el lugar del otro y comprender lo que quiere decir.
Si a esto le sumamos la certeza de que las plataformas digitales funcionan generando “burbujas” de sentido que son establecidas por nuestro propio recorrido virtual, esa huella digital que dejamos nos conecta con otras publicaciones que adhieren a nuestros propios intereses; descartando lo diferente.
Otro perjuicio que estamos experimentando es que, por miedo a ser “cancelados”, muchos guardamos nuestras opiniones, pero también se castiga el silencio. Si tal o cual famoso no salió a opinar sobre el tema de agenda en los medios, también es cancelado. De una institución se espera que se exprese de forma políticamente correcta; si se sale de ese marco de conductas, recibe reclamos, ya que se busca moralizar el lenguaje.
En nuestras escuelas
En la miniserie La directora (The Chair, Netflix, 2021), una profesora experta en Inglés es elegida para presidir el departamento. Por ser asiática, madre soltera y mujer nueva en el rol, se enfrenta a múltiples exigencias. En ese contexto, un profesor de su área es acusado de racismo y tal evento es sacado de contexto en todas las redes sociales. Los vínculos se ven debilitados, reinando el desconcierto y la falta de diálogo.
La “huella digital” que dejamos en las redes sociales nos conecta con publicaciones que adhieren a nuestros propios intereses; descartando lo diferente.
La escena en la que la directora intenta una conversación entre estudiantes y educadores, evidencia que no existe escucha receptiva ni se da espacio al silencio constructivo. Allí sobrevuela un sesgo: la incapacidad de los adultos de entender la cultura juvenil. ¿No será que el pensamiento crítico ha mutado en las expresiones juveniles?
Esta fuerza del discurso “cancelado” puede trasladarse a cualquier lado. A veces serán los adultos, a veces entre los mismos jóvenes. No hay quien dirija qué lo causa o a quién le toca esta semana. Esto nos permite, en nuestras escuelas, volver a las bases del patio oratoriano y prevenir para acondicionar un escenario de confianza.
Pistas para educadores
- Fomentar el diálogo profundo, el que nos lleva a pensar críticamente, aceptando discursos disonantes.
- Generar publicaciones en nuestras redes donde se expresen los proyectos pastorales y educativos, demostrando la diversidad que habita en nuestros jóvenes.
- Educar a nuestro “algoritmo” para ver publicaciones variadas, donde se admitan todas las voces. Los jóvenes ya lo hacen, ¡pueden ser buenos tutores!
- Hablar de la “cancelación” en nuestras aulas, en el patio, en el oratorio: ¿fue justo, estuvo bien, de qué sirvió?
Las redes sociales como herramienta de comunicación de un mundo híbrido nos permiten abrirnos a situaciones que nunca hubiéramos imaginado, nos divertimos y compartimos la vida digitalmente. Como contrapartida, estamos cada vez más ansiosos. Aún nos queda tiempo de hacer una pausa y, como nos pide Francisco en Fratelli Tutti, “reiteradas veces he invitado a desarrollar una cultura del encuentro, que vaya más allá de las dialécticas que enfrentan. Es un estilo de vida tendiente a conformar ese poliedro que tiene muchas facetas, muchísimos lados, pero todos formando una unidad cargada de matices” (FT 215). Animémonos a reconocer al otro y sus diferentes facetas, gestando múltiples espacios de encuentro.
BOLETIN SALESIANO – MARZO 2022