Senderos nuevos para sueños nuevos

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María Mazzarello y el comienzo de una misión para las jóvenes más pobres del mundo.

María y Petronila también aprendieron el oficio de modistas, y eso les permitió enseñarlo a otras jóvenes para ofrecerles nuevas oportunidades de trabajo y educación. Ilustración: Carlos Julio Sánchez

Por Graciela Recchia, fma
gracielarfma@hotmail.com

“Cuando aquel día, por el sendero de los huertos, Maín me reveló su sueño,
nunca creí que el Señor nos llamase junto con otras, a cuidar de los jóvenes.

 La fuerza nos venía del Espíritu,
la sintonía carismática al ver a Don Bosco,
el ánimo por el entusiasmo de Maín. 

Hicimos cosas aparentemente pequeñas,
sintiéndonos dentro de la misión de la Iglesia,
con un carisma que es don para todos los jóvenes”.

(Actas CG XX, p. 22 y 32)

María Mazzarello, “Maín”, tenía 21 años cuando se trasladó al pueblo con su familia. El cambio le permitió estar más presente en la Asociación de las Hijas de la Inmaculada donde, haciendo experiencia comunitaria en una parroquia entusiasta y comprometida, iba madurando su proyecto de vida al servicio de las jóvenes de su pueblo.

Pero una situación inesperada pone en crisis su existencia: la epidemia del tifus de 1860 y su disponibilidad para atender a sus tíos enfermos, aún sintiendo muy cerca la posibilidad del contagio. Su “¡Voy yo!”, expresado en libertad, brotó de su fuerza interior para atravesar el miedo que le provocaba esa circunstancia; y puso también de manifiesto el latir de su corazón que la venía impulsando a andar con valentía por senderos nuevos y desconocidos, con la única seguridad que da el Señor a quien se abandona confiadamente a Él.

Taller, casa, familia: la experiencia cotidiana va ensanchando el corazón hacia horizontes sin fronteras.  

Débil y muy pálida después de la enfermedad, apenas se podía mantener en pie. El tifus había debilitado su cuerpo. Debía descansar más, comer mejor…: “¿Qué hago de mi vida? ¿Cuál es el anhelo de mi corazón? Señor, ¿qué quieres de mí?”

Buscaba y buscaba en su interior: en la fuente de un amor grande, don de Dios que llena de sentido su existencia, estaba vivo un gran deseo por hacer el bien a las niñas y jóvenes de su pueblo. Pero, ¿cómo? Sentía que algo estaba dejando atrás y algo distinto y atrayente se iba acercando confusamente. “¿Qué es, Señor? ¿Y si aprendiera a coser?”

“A tí te las confío”

Un hecho absolutamente inesperado contribuyó a que tomara la decisión de aprender el oficio de modista para reunir a las chicas que finalizaban los únicos dos años de escolaridad que tenían en el pueblo: pasando por la colina de Borgoalto, cerca de su casa, le pareció ver frente a ella un edificio semejante a un colegio con numerosas niñas que jugaban. 

Se detuvo a contemplarlo llena de estupor y dijo para sí: “¿Qué es lo que veo? Aquí no ha estado nunca este edificio. ¿Qué sucede?” Y oyó como una voz que le decía: “A ti te las confío”. María quedó confundida. Pero de una cosa sí estaba segura: En Mornese hay muchas chicas y yo debo ocuparme de ellas. Es Dios quien lo quiere”.

En el sendero “de los Huertos”, al costado de la parroquia, Maín comparte su proyecto con su amiga Petronila. Iban y venían intentando concretar un sueño en el contexto de ese tiempo. Petronila la miraba atónita. ¡Qué cosas se le ocurrían a su amiga! Al escucharla sentía cómo cambiaría el ritmo de su vida, tan ordenada y tranquila ¡No es que la idea de reunir a las chicas y enseñarles a coser no le encantara también a ella! Pero necesitaba tener la certeza de que aquello no iba a ser una locura:

“Recuerda bien que el fin principal será apartarlas de los peligros, ayudarlas a ser más buenas y enseñarles especialmente a conocer y a amar al Señor
— “¿De qué viviremos, Maín?”
— “Viviremos de nuestro trabajo. Lo que ganemos lo pondremos en común. De este modo podremos emplear toda nuestra vida para Dios y para las chicas. ¿Te gustaría, Petronila?”
Antes de que su amiga respondiese, Maín añadió el gran anhelo de su corazón:
— “Desde ahora tomaremos la decisión de que cada puntada de la aguja sea un acto de amor a Dios. Ven, vamos a visitar un momento a Jesús. Sólo Él puede iluminarnos. Y la Virgen nos ayudará.”

En poco menos de un año, Maín y Petronila aprendieron el oficio de modista. Las señoras comenzaron a confiarles trabajos de costura y que enseñaran el oficio a sus hijas. ¡El sueño se estaba haciendo realidad! En 1862, Teresa Pampuro, una Hija de la Inmaculada que también se sentía atraída por el proyecto, dispone un salón de su casa para iniciar el taller para las chicas de Mornese.

La experiencia oratoriana tiene en su esencia estar en movimiento. El espacio resultó pequeño enseguida y hubo que trasladarse a otro lugar. Meses más tarde alquilaron otra casa más amplia y luminosa, adecuada para el taller, con un patiecito atrás para jugar. Y cuando dos niñas necesitaron quedarse también de noche, fue preciso buscar otra casa con una habitación más para armar el dormitorio. 

Taller, casa, familia: la experiencia cotidiana va ensanchando el corazón hacia horizontes sin fronteras. El deseo de dedicar toda la vida a las jóvenes del pueblo se va haciendo atrayente. Algo muy grande y hermoso se iba gestando en lo sencillo.

El logo oficialdel Instituto de las Hijas de María Auxiliadora por la celebración de sus 150 años de vida.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2022

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