Por: Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar
Me llamo Francisco. Nací en Mornés, el mismo pueblo de María Mazzarello. Nuestras familias eran muy pobres. Mi papá, carnicero, había muerto cuando yo, que era el mayor de siete hermanos, tenía sólo diecisiete años. Tuve que dejar de estudiar y ponerme a trabajar de zapatero. A los veintitrés me casé con María Brígida y tuvimos dos hijos: Juan y Luis. Pero ella, como tantos en el pueblo, se contagió en la epidemia de cólera y murió. La Mazzarello también se había enfermado gravemente cuidando a sus parientes en la epidemia de tifus, pero logró sobrevivir. Ni nuestro pequeño pueblo ni nuestras vidas fueron las mismas después de que conocimos a Don Bosco. El 7 de octubre de 1864 llegó a caballo al frente de sus muchachos en uno de esos famosos paseos de otoño que de repente llenaban de vida y de alegría los pueblitos de la campaña. Los chicos del Oratorio, además de su entusiasmo y sus gritos, traían también la banda de música, el teatro y una catequesis que entusiasmaba a todos.
Con el tiempo, nuestro párroco don Pestarino terminó haciéndose salesiano. María Mazzarello, que ya dirigía un grupo de chicas en la parroquia, inició años después la nueva Congregación de las Hijas de María Auxiliadora. Y yo, que con catorce años más que ella para ese tiempo ya había podido estudiar y era el maestro del pueblo, le pedí a Don Bosco poder hablar con él. En un rato le hice algunas preguntas y le conté mi historia. Le pedí lugar en sus colegios para mis hijos y para mis sobrinos que también habían quedado huérfanos por el cólera. Y le ofrecí mi vida para lo que él necesitara. Unos meses después ya vestí la sotana y me hice salesiano. En Italia llegué a ser el ecónomo general de la Congregación. Pero todavía faltaba algo más. Don Bosco me pidió ponerme al frente de un grupo de más de veinte salesianos que partían para América. Y me nombró inspector salesiano en Buenos Aires, sucesor de don Cagliero. Siempre sentí que el desafío superaba mis fuerzas. Pero nunca le dije que no a Dios ni a Don Bosco.
La tarea misionera no me resultó fácil. En Buenos Aires todos recurrían a nosotros. En ese tiempo fundamos la primera escuela de artes y oficios de la Argentina que después terminó siendo el colegio Pío IX en Almagro. También nos hicimos cargo de la primera parroquia salesiana del mundo, nada menos que en el barrio de La Boca, que estaba lleno de paisanos nuestros italianos muy revoltosos y “anti curas”. Por algo don Cagliero hablaba con picardía de “la boca del diablo”. Desde allí salieron en barco los primeros salesianos y las hijas de María Auxiliadora que en ese tiempo se instalaron en Carmen de Patagones. Finalmente empezábamos a cumplir el sueño de Don Bosco de llegar a la Patagonia. Lástima que mi salud empeoró hasta el día que, en medio de una revolución con balaceras y muertos en las calles de Buenos Aires, sentí que ya no podía más con mi vida.
Francisco Bodratto nació en Mornés el 18 de octubre de 1823. A los cuarenta y un años, maestro de escuela, viudo y con dos hijos, decidió hacerse salesiano. Cinco años después fue ordenado sacerdote y en 1876 llegó a Buenos Aires al frente de la segunda expedición misionera salesiana. El 4 de agosto de 1880, a los tres años de vivir en la Argentina, murió de cáncer de estómago en Almagro, que en esos días era el epicentro de los combates callejeros sobre el final del mandato del presidente Nicolás Avellaneda. Tenía cincuenta y seis años y era el inspector salesiano de América.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – DICIEMBRE 2024