¿A qué “huele” la Navidad?

Compartir

Un niño nos trae un aire nuevo.

Por Lautaro Muñoz
lautarom927@gmail.com

Hace unos días, una amiga escribió en su estado de WhatsApp: “¡Ya huele a Navidad!” En broma le pregunté: “¿Y a qué huele exactamente?”. Durante un par de horas el tema dio para diversos comentarios, y ahí quedó la cosa. Días más tarde la frase regresó a mi memoria. Ciertamente la Navidad huele a muchas cosas, pero muchos aromas nos han desbordado de tal manera que a menudo nuestra vida no es capaz de percibir sus olores auténticos…

En casa, la Navidad huele a turrón, confites y pan dulce, a ricas comidas, a botellas de sidra y ananá fizz, a encuentros con aquellos que están lejos, a niños escribiendo cartas para pedir su regalo. A familias que dejan a un lado sus rencores por un tiempo y comparten la mesa, a recuerdos de la infancia, al reencuentro con los primos, al calor del hogar.

En la tele y en las redes, la Navidad huele a ricos perfumes, a juguetes, a sorteos y a películas, series y dibujos animados sobre esta temática. Son la expresión de nuestros deseos de diversión, de atracción, de fiesta, de riqueza, de superar la crisis o de olvidarla por un momento, de distraernos.

En la calle, la Navidad huele a consumo, a regalos, a compras, a señores gordos vestidos de rojo. Huele a luces de colores, a adornos navideños, a excesivos gastos en medio de una crisis económica. Y precisamente por eso, también huele a personas sin techo, pasando frío cada  noche, y calor día tras día, a pobres mendigando una limosna, a inmigrantes y personas en situación de calle que acuden a comedores, a ancianos que sienten más que nunca su soledad.

Hace dos mil años, la Navidad no olía agradablemente

En un pesebre, fuera de la ciudad, entre animales y pastores no podía oler precisamente “a rosas”. María tuvo que dar a luz en un pesebre, un lugar que no tenía nada de lujoso, porque no había sitio en la ciudad. Allí olía a exclusión, pobreza, humildad, ocultamiento y pequeñez. Con suerte, lo único que podía disimular un poco ese olor eran el incienso y la mirra que le trajeron los magos de Oriente.

María tuvo que dar a luz en un pesebre. Allí olía a exclusión, pobreza, humildad, ocultamiento y pequeñez.

Y ahí, entre olores de ovejas, burros y mulas, nació el Hijo de Dios, y vino a este mundo la mejor de las esencias, en el pequeño frasco de un bebé. En definitiva allí olía a verdadera humanidad. Dios quiso acercarse tanto a los seres humanos, que se hizo uno de nosotros. Y su perfume se fue derramando para sanar a muchos, se vació por completo dando su vida por todos y nos hizo respirar un aire nuevo, diferente, mucho mejor: la Vida.

El que había nacido fuera de la ciudad, morirá igualmente excluido, incomprendido, despreciado. Pero el olor de su amor entregado y de su Resurrección nos haría presentir el aroma de lo que nos espera en el futuro, y de lo que estamos llamados a vivir ya en el presente.

Por eso, nuestra Navidad también huele a muchas personas que no descansan en estas fiestas para atender a los necesitados en hospitales, asilos, hogares, comedores, o incluso en la calle, entregando su tiempo en los pesebres de la exclusión, la droga, el fracaso escolar, la soledad, la enfermedad.

La mejor de las esencias vino a este mundo en el pequeño “frasco” de un bebé.

Y también tiene el aroma de las familias que se unen a celebrar sencilla y fraternalmente la Nochebuena, que gozan con la compañía y el cariño de sus seres queridos. 

Y sobre todo, huele a tantas personas, creyentes o no, que han comprendido dónde está la esencia, y se han dedicado a extender su perfume para hacer que muchos otros respiren esperanza.

Don Bosco solía decir a sus jóvenes que no debían envidiar a los pastores que iban a Belén a ver al niño Jesús: “Benditos pastores, digamos. Pero no debemos envidiarles, porque su fortuna es nuestra también. Jesús mismo, que fue visitado en el pesebre, se encuentra hoy en la Eucaristía. Y no hay nada más agradable para Él que visitarlo con frecuencia”.

Si logramos encontrarnos con Jesús en el que sufre, en el que está sólo y peor la está pasando, entonces tendremos una feliz Navidad.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – DICIEMBRE 2021

¿A qué “huele” la Navidad?

Compartir

Un niño nos trae un aire nuevo.

Por Lautaro Muñoz
lautarom927@gmail.com

Hace unos días, una amiga escribió en su estado de WhatsApp: “¡Ya huele a Navidad!” En broma le pregunté: “¿Y a qué huele exactamente?”. Durante un par de horas el tema dio para diversos comentarios, y ahí quedó la cosa. Días más tarde la frase regresó a mi memoria. Ciertamente la Navidad huele a muchas cosas, pero muchos aromas nos han desbordado de tal manera que a menudo nuestra vida no es capaz de percibir sus olores auténticos…

En casa, la Navidad huele a turrón, confites y pan dulce, a ricas comidas, a botellas de sidra y ananá fizz, a encuentros con aquellos que están lejos, a niños escribiendo cartas para pedir su regalo. A familias que dejan a un lado sus rencores por un tiempo y comparten la mesa, a recuerdos de la infancia, al reencuentro con los primos, al calor del hogar.

En la tele y en las redes, la Navidad huele a ricos perfumes, a juguetes, a sorteos y a películas, series y dibujos animados sobre esta temática. Son la expresión de nuestros deseos de diversión, de atracción, de fiesta, de riqueza, de superar la crisis o de olvidarla por un momento, de distraernos.

En la calle, la Navidad huele a consumo, a regalos, a compras, a señores gordos vestidos de rojo. Huele a luces de colores, a adornos navideños, a excesivos gastos en medio de una crisis económica. Y precisamente por eso, también huele a personas sin techo, pasando frío cada  noche, y calor día tras día, a pobres mendigando una limosna, a inmigrantes y personas en situación de calle que acuden a comedores, a ancianos que sienten más que nunca su soledad.

Hace dos mil años, la Navidad no olía agradablemente

En un pesebre, fuera de la ciudad, entre animales y pastores no podía oler precisamente “a rosas”. María tuvo que dar a luz en un pesebre, un lugar que no tenía nada de lujoso, porque no había sitio en la ciudad. Allí olía a exclusión, pobreza, humildad, ocultamiento y pequeñez. Con suerte, lo único que podía disimular un poco ese olor eran el incienso y la mirra que le trajeron los magos de Oriente.

María tuvo que dar a luz en un pesebre. Allí olía a exclusión, pobreza, humildad, ocultamiento y pequeñez.

Y ahí, entre olores de ovejas, burros y mulas, nació el Hijo de Dios, y vino a este mundo la mejor de las esencias, en el pequeño frasco de un bebé. En definitiva allí olía a verdadera humanidad. Dios quiso acercarse tanto a los seres humanos, que se hizo uno de nosotros. Y su perfume se fue derramando para sanar a muchos, se vació por completo dando su vida por todos y nos hizo respirar un aire nuevo, diferente, mucho mejor: la Vida.

El que había nacido fuera de la ciudad, morirá igualmente excluido, incomprendido, despreciado. Pero el olor de su amor entregado y de su Resurrección nos haría presentir el aroma de lo que nos espera en el futuro, y de lo que estamos llamados a vivir ya en el presente.

Por eso, nuestra Navidad también huele a muchas personas que no descansan en estas fiestas para atender a los necesitados en hospitales, asilos, hogares, comedores, o incluso en la calle, entregando su tiempo en los pesebres de la exclusión, la droga, el fracaso escolar, la soledad, la enfermedad.

La mejor de las esencias vino a este mundo en el pequeño “frasco” de un bebé.

Y también tiene el aroma de las familias que se unen a celebrar sencilla y fraternalmente la Nochebuena, que gozan con la compañía y el cariño de sus seres queridos. 

Y sobre todo, huele a tantas personas, creyentes o no, que han comprendido dónde está la esencia, y se han dedicado a extender su perfume para hacer que muchos otros respiren esperanza.

Don Bosco solía decir a sus jóvenes que no debían envidiar a los pastores que iban a Belén a ver al niño Jesús: “Benditos pastores, digamos. Pero no debemos envidiarles, porque su fortuna es nuestra también. Jesús mismo, que fue visitado en el pesebre, se encuentra hoy en la Eucaristía. Y no hay nada más agradable para Él que visitarlo con frecuencia”.

Si logramos encontrarnos con Jesús en el que sufre, en el que está sólo y peor la está pasando, entonces tendremos una feliz Navidad.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – DICIEMBRE 2021

Noticias Relacionadas

El misterio más grande

Acompañamiento espiritual. Encontrarse con Dios, acompañando la vida de los jóvenes.

¿La gran olvidada?

Espiritualidad. No hay fe cristiana sin cruces.

Hoy perdí tiempo conmigo

Espiritualidad. El privilegio de poder hacer una pausa.

«Me enojé con Dios»

Espiritualidad. Enojarse don Dios: una manera de rezar.