¿Con qué nos quedamos?

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Las cosas que descubrimos, las que extrañamos, las que valoramos. Lo que queremos quedarnos y lo que no queremos llevarnos.

Un recorrido por este año tan especial para nuestro mundo desde la mirada del oratorio, que es casa, escuela, patio y parroquia.

Un enjambre de oportunidades vitales al que llamamos “patio”

Cipoletti, Neuquén

En nuestro horizonte salesiano el patio ocupa un lugar destacado. Ha sido, como en mi caso, el territorio de encuentros memorables en los que fuimos diseñando nuestras propias coordenadas vitales junto a otros y otras compañeros de camino. Es que un patio salesiano, como lo hemos experimentado drásticamente este 2020, no se identifica con el espacio “físico”, sino, más bien, constituye una red de raíces que brotan en todas direcciones, que abren a muchos sentidos de vida. 

Los patios están traspasados por historias entrañables de amistad, de responsabilidad por los otros, de alegrías compartidas, de decisiones y compromisos, de sueños abiertos al futuro por una experiencia plenificante del presente.

Quizá la oportunidad de este año nos invita a revisitar algunas fuentes originarias del “patio” que tanto amamos. Supimos seguir cantando “juntos” aunque no nos pudiéramos reunir en un mismo lugar, encontrando nuevas formas de arte en cuarentena. Por ausencia, nos dimos cuenta del valor que tienen los abrazos, las sonrisas, las miradas cómplices, las horas pasadas “gratuitamente” entre charlas, mates y guitarreadas. La cercanía en el lugar y el momento justo de un educador, una animadora, un amigo que a lo mejor este año echamos de menos, nos aumentó la conciencia que no son lujos sino “privilegios” de un estilo educativo.

En muchas de nuestras casas la quietud de los patios amplificó la resonancia de rostros, voces y nombres de personas de calle y familias del barrio o de la ciudad, de tantos hermanos y hermanas pobres golpeados por la dureza de la pandemia y sus efectos económicos. Y la convocatoria a la solidaridad nos hizo abrir las puertas para “patear y patiar” las calles con entregas de kits de sanidad, bolsones de alimentos, viandas. Jóvenes y adultos, animadores del MJS, exalumnas y exalumnos, padres y vecinos, consagrados y laicos aunados en “coreografías” del servicio y la atención al territorio. ¡Cuánto deseamos que estos nuevos patios hayan aportado más claridad de Evangelio a nuestros proyectos educativo pastorales!

“Calles que se vuelven patios” y “patios que se vuelven calles”, invitación a “oratorianizar” las existencias allí donde la vida de tantas y tantos “nos empuja y siempre pide más”, como cantara Teresa Parodi.

Hugo Vera, sdb
La Boca, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ La fuerza para seguir adelante a pesar de las dificultades y el aporte solidario e invisible de muchos jóvenes.
Exequiel. Bariloche, Rio Negro

El miedo, el encierro y la paranoia, pero sobre todo no poder estar en el patio.
Jony. Trelew, Chubut

+ El preocuparnos por nuestros mayores, preguntarles cómo andan, si necesitan que les hagamos un mandado.
El ver al otro como alguien de quien me tengo “que proteger”.
María Fernanda. Rosario, Santa Fe

+ Esos matecitos compartidos, virtuales y presenciales, con sabor a “presencia amorosa”, mirar (nos) a los ojos; acompañar (se) en lo que sea y como sea.
La indiferencia, la soledad, el odio en redes, no poder abrazarse…
Flor. Santiago del Estero

Rosario, Santa Fe

El año de la escuela resiliente

Estamos llegando al final del año que nadie imaginó. Como en esas películas “pochocleras” en las que de repente el mundo conocido se rompe, el 2020 nos desafió a transformarnos y poner a prueba si el concepto de “resiliencia” es aplicable a las escuelas.

Si con ese término se define la resistencia frente a la adversidad y la capacidad de reconstruirse, nuestros colegios merecen que se los califique como “resilientes”. Porque luego de asimilar el golpe que supuso la pandemia, encontramos el modo de estar cerca para enseñar y aprender, tejiendo la trama comunitaria, buscando una nueva consistencia sin perder los rasgos de identidad.

Por eso rescato que la escuela se puso a prueba y estuvo a la altura del desafío. Y lo hizo apoyándose en tres pilares, a cuál más salesiano: esfuerzo, creatividad y empatía.

Esfuerzo, para aprender a manejar nuevas herramientas —así, en sentido amplio— al momento de generar el hecho educativo. Multiplicar el tiempo de retroalimentación de actividades entre docentes y alumnos. Y hacer todo eso sin descuidar la vida de los propios, en la familia y la comunidad religiosa.

Creatividad, para resolver ante los imprevistos cotidianos, abordar los contenidos de materias que requieren “tocar el mismo suelo al mismo tiempo” —y en las agrotécnicas, eso es literal—, con la variada conectividad de cada persona.

Empatía, para sostener a quienes no estaban pudiendo con las nuevas reglas del juego, por las múltiples razones que se fueron evidenciando, incluido el desánimo y la tristeza.

Está claro que deseamos volver a la escuela, al ruido del patio, el clásico pizarrón y los entornos didácticos donde producimos conocimiento tanto como alimento. Porque el contacto estrecho es lo nuestro, lo del corazón que educa. Pero no será porque este año “no tuvimos clases” —de las frases más injustas que pueden escucharse—, sino porque nos debemos el abrazo, y será más emotivo cuando los barbijos dejen de taparnos la sonrisa.

La escuela resiliente recuperará su forma, que nunca será la anterior. Es imposible que el 2020 nos deje inalterados. Nos desafiará a pensar en el modo de sostener todo lo bueno que aprendimos. Y cuando suene un celular en el momento y el lugar inapropiado, seremos más condescendientes. Al fin y al cabo, será el sonido de una herramienta.

Juan José Miras
Rector. Escuela Agrotécnica Salesiana “Ambrosio Olmos”
Río Cuarto, Córdoba

“Nunca permitas que una buena crisis se desperdicie” 

Eso dice el político norteamericano Emanuel Rahm, y ahí estuvimos con la escuela, con la oportunidad de hacer cosas que alguna vez creímos imposible.

Pusimos un paréntesis a varias certezas, nos preguntamos, buscamos lo que había, vimos lo posible más que lo que faltaba y creamos presencia.

Tenemos razones para estar felices corriendonos de una idea “nostálgica” de escuela, con la convicción que estamos construyendo una mejor; nuestra escuela que ya no educa en un mundo posible sino en un mundo cambiante, donde el colectivo nos encuentra, nos rescata y nos salva como comunidad educativa salesiana aprendiendo en la incertidumbre.

Fueron tiempos de co-construir, de cuestionar y cuestionarnos, donde aprendimos que no estuvimos encerrados sino que había mucho lugar hacia “adentro”. Y en ese adentro encontramos una escuela viva, de pie, trabajando en red. No se detuvo el tiempo sino que se abrieron oportunidades donde la pedagogía del acompañamiento encontró una vez más propósitos compartidos. Pensamos lo impensado, aprendimos que las respuestas no están de un solo lado, que la salida nunca es individual y que sin la pedagogía de la cooperación se pierde humanidad.

Extrañamos lo conocido pero encontramos los tiempos propios de aprendizaje, extrañamos el encuentro pero fuimos creadores de nuevos espacios; la confianza cobró nuevos sentidos y se visibilizó en los detalles más mínimos; sostuvimos intactas las convicciones poniendo a prueba los medios. No hubo abrazos de encuentro pero apareció el valor de la palabra que abriga.

Al final —¿o al principio?— lo que tenemos es el “nosotros” hecho escuela, sabiendo que mejorar es construir sobre lo hecho y aventurar en esta cadena de sostenimiento que supimos transitar como familia, como equipo de conducción, como cuerpo docente, como estudiantes, desde cada una de las trayectorias. No seremos los mismos, pero este tiempo inédito puede haber sido el rescate y la renovación de los sentidos más profundos cuando de educar se trata.

Marianela Spagnuolo
Docente de nivel medio
La Plata, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ Las reuniones y formaciones virtuales que achiquen distancias y permitan a muchos acceder.
¡No poder compartir el mate!
Vanessa. Corrientes

+ El uso de las herramientas virtuales para complemento de la educación en sala de clases y así aprovechar mejor el tiempo compartido con los chicos en la escuela.
Martín. Posadas, Misiones

+ El acompañamiento a los hijos, en vez de buscarles espacios fuera de la casa. Valorar la naturaleza, la toma de conciencia que ella es parte de nosotros y nosotros de ella.
El miedo, la desconfianza, la desesperanza y la falta de trabajo.
Graciela. Ensenada, Buenos Aires

+ El gran valor que tiene el “encontrarnos cara a cara”.
El miedo a abrazar al otro.
Candela. San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires

Salió a su encuentro, lo abrazó, lo besó… e hizo fiesta.

San Justo, Buenos Aires

Este tiempo de pandemia y aislamiento nos desafió a salir al encuentro de la comunidad y del barrio. Nos exigió “inventar” e innovar para transmitir el Evangelio con alegría y anunciar la esperanza de la Resurrección.

Retomamos la conciencia de nuestra pertenencia común, de que la mejor forma de cuidarnos es cuidar y proteger a los que están al lado. El papa Francisco nos aseguró que “nadie se salva solo” y “nos dimos cuenta que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”.

Por eso, y ya que Cristo ubicó la caridad como la mayor regla de la vida cristiana, el vislumbrar las consecuencias desfavorables de la pandemia nos llevó a abrazar a los hermanos más afectados. A los mayores que viven solos, a los que viven en situación de calle, a los que viven al día, a los extranjeros, a las familias numerosas hacinadas en casas pequeñas, a los estudiantes venidos desde el interior del país y que quedaron solos, a los que perdieron su trabajo… 

A ellos y a muchos otros los hemos abrazado con una respuesta que intentó ser generosa. También es cierto que a muchos no hemos podido llegar, y eso hace resonar en nuestros oídos la pregunta del Buen Padre: “¿Dónde está tu hermano?” Nos deja inquietos y movilizados. 

Muchos fueron el abrazo de Dios y de la Iglesia para sus hermanos. No se dejaron vencer por el cómodo sedentarismo y con urgencia se hicieron cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad. Se multiplicaron las cocinas para la elaboración de viandas. Se adecuaron espacios para el armado de bolsones de alimentos, para la distribución de ropa, abrigo, frazadas. Se armaron grupos de voluntarios para hacer llamadas telefónicas y acompañar a personas solas, enfermas o con enfermos de COVID-19. Se ayudó económicamente en situaciones críticas. Se armaron bolsas de trabajo.

Las redes sociales asumieron un papel fundamental en la comunicación y el contacto, especialmente para sostener la dimensión espiritual, sacramental y festiva de la comunidad parroquial. Sin duda, el mundo digital fue un modo de ayudarnos a mantener viva la vida comunitaria y de facilitarnos el encuentro con Jesús.

La soledad de la Pascua, las tímidas visitas a las calles de la parroquia de las imágenes de María Auxiliadora durante mayo, el frío silencio de los patios y templos del 16 de agosto… todo nos hace esperar gozosos el reunirnos para hacer fiesta. No podemos prescindir de la fiesta que comienza en la celebración comunitaria de Dios que nos tanto hace bien, que nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.

Alejandro Gómez, sdb
Párroco. María Auxiliadora
Rosario, Santa Fe

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ Alguna misa dominical online, las reflexiones online, el Boletín Salesiano online…
Daniel. La Plata, Buenos Aires

+ La conciencia de que somos Iglesia no solo yendo al templo.
Lili. Bahía Blanca, Buenos Aires

La soledad por la que pasaron los enfermos, aquellos que no pudieron recuperarse y no tuvieron una despedida digna de sus familiares, y como ha sido naturalizada la muerte…
Mirta. San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires

 + Reconocer que somos débiles cuando pensamos individualmente y fuertes cuando nos unimos para cuidarnos y respetarnos entre nosotros y a la naturaleza.
María. Quilmes Oeste, Buenos Aires

“Estar en casa”, tan bueno y tan distinto

Chubut

Sabemos que hay cosas que no pueden apurarse. La vida necesita tiempo para desplegarse y dejarse ver; las personas necesitamos tiempo para abrir el corazón, incluso con los más cercanos. Y este año tuvimos ese tiempo. Un tiempo que nos permitió vernos de una manera distinta, de descubrir en los que viven con nosotros aristas que nunca habíamos visto, sencillamente porque no pasamos juntos el tiempo suficiente como para que se muestren. 

Un tiempo-espacio compartido que alcanzó para que aparecieran los problemas propios de la convivencia pero también para que encontráramos la manera de resolverlos, que nos ofreció la oportunidad de hacer proceso juntos y también de acompañarnos en los procesos personales. Un espacio-tiempo que nos regaló un conocimiento más profundo de aquellos con quienes vivimos porque nos puso en situación de ser testigos cercanos de las tristezas y de los entusiasmos que atravesaron el espíritu de cada uno, de las certezas que nos dieron valor y de los interrogantes que nos inquietaron. Este poder estar juntos sin apuro fue, sin duda, de lo mejor que nos trajo el 2020.

De todas maneras, ese disfrute también dio lugar a que se hiciera más claro algo que ya sabíamos: la expresión “estar en casa”, que tiene esa enorme fuerza vital, que representa el lugar de lo conocido, de la acogida, del cuidado, del consejo, de la confianza, del afecto, de los corazones abiertos, puede nombrar experiencias muy distintas. Hay muchos para quienes —por razones muy diversas— la “casa”, el hogar familiar, es un lugar difícil de habitar; para algunos, definitivamente imposible. Esta conciencia es parte de lo que deberíamos llevarnos al 2021, para poder acompañar esas realidades complejas que exigen de nosotros voz y compromiso.

Y en esto de quedarnos en casa también hubo lugar para descubrir y extrañar cosas lindas. Una de ellas fue la enorme cantidad de gestos de cariño y cercanía con que sembramos lo cotidiano; a veces, sin notarlo. Fue cuando tuvimos que renunciar a ese contacto que nos dimos cuenta de cuánta necesidad tenemos de él. De limpiarnos las lágrimas cuando estamos tristes, de hacer montoneras cuando nos invade la alegría, de acariciarnos, de palmearnos la espalda. De alzar a los chicos, de acurrucar en un abrazo a los abuelos. De hacernos cosquillas, de soplar una herida, de correr al encuentro del que llega y prolongar el apretón con el que parte.

Esas manifestaciones que teníamos naturalizadas y que hoy nos resulta tan difícil refrenar tienen un brillo que ilumina todas las escenas que imaginamos a futuro. Cuando el tiempo llegue —¡porque va a llegar!—, no nos mezquinemos ningún gesto y hagamos de cada encuentro una fiesta de ternura y cercanía.

María Susana Alfaro
Casada y mamá de tres hijos jóvenes. Psicóloga y pastoralista.
Ramos Mejía, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ El tiempo que hemos estado juntos en casa, como familia, nos acercó más.
Susana. Banfield, Buenos Aires

+ El valor de lo humano, de lo sociables que somos, de la búsqueda y necesidad de Dios.
El no compartir con quienes queremos, el no poder abrazarnos, el dolor y la pérdida de tantos sin despedirnos.
Cristina. Chaco

+ Esos mensajes o audios preguntando cómo estás, diciendo “te extraño” o “quiero verte”…
El desánimo, la tristeza.
Saravay. Corrientes

+ Las ganas de cuidar al otro y nuestra responsabilidad.
El enojo y el desacuerdo, el pensar primero en uno, y creer que lo que les pasa a los demás es su problema y no es mío…
Orlando. Avellaneda, Buenos Aires

Gracias a todos los lectores del Boletín Salesiano que colaboraron con centenares de comentarios y opiniones a través de WhatsApp. Algunos fragmentos de ellos se ven reflejados en esta nota.

Agendá nuestro teléfono para que estemos en contacto:

+54 9 11 2161 4550.

BOLETIN SALESIANO – DICIEMBRE 2020

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Las cosas que descubrimos, las que extrañamos, las que valoramos. Lo que queremos quedarnos y lo que no queremos llevarnos.

Un recorrido por este año tan especial para nuestro mundo desde la mirada del oratorio, que es casa, escuela, patio y parroquia.

Un enjambre de oportunidades vitales al que llamamos “patio”

Cipoletti, Neuquén

En nuestro horizonte salesiano el patio ocupa un lugar destacado. Ha sido, como en mi caso, el territorio de encuentros memorables en los que fuimos diseñando nuestras propias coordenadas vitales junto a otros y otras compañeros de camino. Es que un patio salesiano, como lo hemos experimentado drásticamente este 2020, no se identifica con el espacio “físico”, sino, más bien, constituye una red de raíces que brotan en todas direcciones, que abren a muchos sentidos de vida. 

Los patios están traspasados por historias entrañables de amistad, de responsabilidad por los otros, de alegrías compartidas, de decisiones y compromisos, de sueños abiertos al futuro por una experiencia plenificante del presente.

Quizá la oportunidad de este año nos invita a revisitar algunas fuentes originarias del “patio” que tanto amamos. Supimos seguir cantando “juntos” aunque no nos pudiéramos reunir en un mismo lugar, encontrando nuevas formas de arte en cuarentena. Por ausencia, nos dimos cuenta del valor que tienen los abrazos, las sonrisas, las miradas cómplices, las horas pasadas “gratuitamente” entre charlas, mates y guitarreadas. La cercanía en el lugar y el momento justo de un educador, una animadora, un amigo que a lo mejor este año echamos de menos, nos aumentó la conciencia que no son lujos sino “privilegios” de un estilo educativo.

En muchas de nuestras casas la quietud de los patios amplificó la resonancia de rostros, voces y nombres de personas de calle y familias del barrio o de la ciudad, de tantos hermanos y hermanas pobres golpeados por la dureza de la pandemia y sus efectos económicos. Y la convocatoria a la solidaridad nos hizo abrir las puertas para “patear y patiar” las calles con entregas de kits de sanidad, bolsones de alimentos, viandas. Jóvenes y adultos, animadores del MJS, exalumnas y exalumnos, padres y vecinos, consagrados y laicos aunados en “coreografías” del servicio y la atención al territorio. ¡Cuánto deseamos que estos nuevos patios hayan aportado más claridad de Evangelio a nuestros proyectos educativo pastorales!

“Calles que se vuelven patios” y “patios que se vuelven calles”, invitación a “oratorianizar” las existencias allí donde la vida de tantas y tantos “nos empuja y siempre pide más”, como cantara Teresa Parodi.

Hugo Vera, sdb
La Boca, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ La fuerza para seguir adelante a pesar de las dificultades y el aporte solidario e invisible de muchos jóvenes.
Exequiel. Bariloche, Rio Negro

El miedo, el encierro y la paranoia, pero sobre todo no poder estar en el patio.
Jony. Trelew, Chubut

+ El preocuparnos por nuestros mayores, preguntarles cómo andan, si necesitan que les hagamos un mandado.
El ver al otro como alguien de quien me tengo “que proteger”.
María Fernanda. Rosario, Santa Fe

+ Esos matecitos compartidos, virtuales y presenciales, con sabor a “presencia amorosa”, mirar (nos) a los ojos; acompañar (se) en lo que sea y como sea.
La indiferencia, la soledad, el odio en redes, no poder abrazarse…
Flor. Santiago del Estero

Rosario, Santa Fe

El año de la escuela resiliente

Estamos llegando al final del año que nadie imaginó. Como en esas películas “pochocleras” en las que de repente el mundo conocido se rompe, el 2020 nos desafió a transformarnos y poner a prueba si el concepto de “resiliencia” es aplicable a las escuelas.

Si con ese término se define la resistencia frente a la adversidad y la capacidad de reconstruirse, nuestros colegios merecen que se los califique como “resilientes”. Porque luego de asimilar el golpe que supuso la pandemia, encontramos el modo de estar cerca para enseñar y aprender, tejiendo la trama comunitaria, buscando una nueva consistencia sin perder los rasgos de identidad.

Por eso rescato que la escuela se puso a prueba y estuvo a la altura del desafío. Y lo hizo apoyándose en tres pilares, a cuál más salesiano: esfuerzo, creatividad y empatía.

Esfuerzo, para aprender a manejar nuevas herramientas —así, en sentido amplio— al momento de generar el hecho educativo. Multiplicar el tiempo de retroalimentación de actividades entre docentes y alumnos. Y hacer todo eso sin descuidar la vida de los propios, en la familia y la comunidad religiosa.

Creatividad, para resolver ante los imprevistos cotidianos, abordar los contenidos de materias que requieren “tocar el mismo suelo al mismo tiempo” —y en las agrotécnicas, eso es literal—, con la variada conectividad de cada persona.

Empatía, para sostener a quienes no estaban pudiendo con las nuevas reglas del juego, por las múltiples razones que se fueron evidenciando, incluido el desánimo y la tristeza.

Está claro que deseamos volver a la escuela, al ruido del patio, el clásico pizarrón y los entornos didácticos donde producimos conocimiento tanto como alimento. Porque el contacto estrecho es lo nuestro, lo del corazón que educa. Pero no será porque este año “no tuvimos clases” —de las frases más injustas que pueden escucharse—, sino porque nos debemos el abrazo, y será más emotivo cuando los barbijos dejen de taparnos la sonrisa.

La escuela resiliente recuperará su forma, que nunca será la anterior. Es imposible que el 2020 nos deje inalterados. Nos desafiará a pensar en el modo de sostener todo lo bueno que aprendimos. Y cuando suene un celular en el momento y el lugar inapropiado, seremos más condescendientes. Al fin y al cabo, será el sonido de una herramienta.

Juan José Miras
Rector. Escuela Agrotécnica Salesiana “Ambrosio Olmos”
Río Cuarto, Córdoba

“Nunca permitas que una buena crisis se desperdicie” 

Eso dice el político norteamericano Emanuel Rahm, y ahí estuvimos con la escuela, con la oportunidad de hacer cosas que alguna vez creímos imposible.

Pusimos un paréntesis a varias certezas, nos preguntamos, buscamos lo que había, vimos lo posible más que lo que faltaba y creamos presencia.

Tenemos razones para estar felices corriendonos de una idea “nostálgica” de escuela, con la convicción que estamos construyendo una mejor; nuestra escuela que ya no educa en un mundo posible sino en un mundo cambiante, donde el colectivo nos encuentra, nos rescata y nos salva como comunidad educativa salesiana aprendiendo en la incertidumbre.

Fueron tiempos de co-construir, de cuestionar y cuestionarnos, donde aprendimos que no estuvimos encerrados sino que había mucho lugar hacia “adentro”. Y en ese adentro encontramos una escuela viva, de pie, trabajando en red. No se detuvo el tiempo sino que se abrieron oportunidades donde la pedagogía del acompañamiento encontró una vez más propósitos compartidos. Pensamos lo impensado, aprendimos que las respuestas no están de un solo lado, que la salida nunca es individual y que sin la pedagogía de la cooperación se pierde humanidad.

Extrañamos lo conocido pero encontramos los tiempos propios de aprendizaje, extrañamos el encuentro pero fuimos creadores de nuevos espacios; la confianza cobró nuevos sentidos y se visibilizó en los detalles más mínimos; sostuvimos intactas las convicciones poniendo a prueba los medios. No hubo abrazos de encuentro pero apareció el valor de la palabra que abriga.

Al final —¿o al principio?— lo que tenemos es el “nosotros” hecho escuela, sabiendo que mejorar es construir sobre lo hecho y aventurar en esta cadena de sostenimiento que supimos transitar como familia, como equipo de conducción, como cuerpo docente, como estudiantes, desde cada una de las trayectorias. No seremos los mismos, pero este tiempo inédito puede haber sido el rescate y la renovación de los sentidos más profundos cuando de educar se trata.

Marianela Spagnuolo
Docente de nivel medio
La Plata, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ Las reuniones y formaciones virtuales que achiquen distancias y permitan a muchos acceder.
¡No poder compartir el mate!
Vanessa. Corrientes

+ El uso de las herramientas virtuales para complemento de la educación en sala de clases y así aprovechar mejor el tiempo compartido con los chicos en la escuela.
Martín. Posadas, Misiones

+ El acompañamiento a los hijos, en vez de buscarles espacios fuera de la casa. Valorar la naturaleza, la toma de conciencia que ella es parte de nosotros y nosotros de ella.
El miedo, la desconfianza, la desesperanza y la falta de trabajo.
Graciela. Ensenada, Buenos Aires

+ El gran valor que tiene el “encontrarnos cara a cara”.
El miedo a abrazar al otro.
Candela. San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires

Salió a su encuentro, lo abrazó, lo besó… e hizo fiesta.

San Justo, Buenos Aires

Este tiempo de pandemia y aislamiento nos desafió a salir al encuentro de la comunidad y del barrio. Nos exigió “inventar” e innovar para transmitir el Evangelio con alegría y anunciar la esperanza de la Resurrección.

Retomamos la conciencia de nuestra pertenencia común, de que la mejor forma de cuidarnos es cuidar y proteger a los que están al lado. El papa Francisco nos aseguró que “nadie se salva solo” y “nos dimos cuenta que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados”.

Por eso, y ya que Cristo ubicó la caridad como la mayor regla de la vida cristiana, el vislumbrar las consecuencias desfavorables de la pandemia nos llevó a abrazar a los hermanos más afectados. A los mayores que viven solos, a los que viven en situación de calle, a los que viven al día, a los extranjeros, a las familias numerosas hacinadas en casas pequeñas, a los estudiantes venidos desde el interior del país y que quedaron solos, a los que perdieron su trabajo… 

A ellos y a muchos otros los hemos abrazado con una respuesta que intentó ser generosa. También es cierto que a muchos no hemos podido llegar, y eso hace resonar en nuestros oídos la pregunta del Buen Padre: “¿Dónde está tu hermano?” Nos deja inquietos y movilizados. 

Muchos fueron el abrazo de Dios y de la Iglesia para sus hermanos. No se dejaron vencer por el cómodo sedentarismo y con urgencia se hicieron cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad. Se multiplicaron las cocinas para la elaboración de viandas. Se adecuaron espacios para el armado de bolsones de alimentos, para la distribución de ropa, abrigo, frazadas. Se armaron grupos de voluntarios para hacer llamadas telefónicas y acompañar a personas solas, enfermas o con enfermos de COVID-19. Se ayudó económicamente en situaciones críticas. Se armaron bolsas de trabajo.

Las redes sociales asumieron un papel fundamental en la comunicación y el contacto, especialmente para sostener la dimensión espiritual, sacramental y festiva de la comunidad parroquial. Sin duda, el mundo digital fue un modo de ayudarnos a mantener viva la vida comunitaria y de facilitarnos el encuentro con Jesús.

La soledad de la Pascua, las tímidas visitas a las calles de la parroquia de las imágenes de María Auxiliadora durante mayo, el frío silencio de los patios y templos del 16 de agosto… todo nos hace esperar gozosos el reunirnos para hacer fiesta. No podemos prescindir de la fiesta que comienza en la celebración comunitaria de Dios que nos tanto hace bien, que nos sana dentro. Especialmente ahora, que realmente lo necesitamos.

Alejandro Gómez, sdb
Párroco. María Auxiliadora
Rosario, Santa Fe

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ Alguna misa dominical online, las reflexiones online, el Boletín Salesiano online…
Daniel. La Plata, Buenos Aires

+ La conciencia de que somos Iglesia no solo yendo al templo.
Lili. Bahía Blanca, Buenos Aires

La soledad por la que pasaron los enfermos, aquellos que no pudieron recuperarse y no tuvieron una despedida digna de sus familiares, y como ha sido naturalizada la muerte…
Mirta. San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires

 + Reconocer que somos débiles cuando pensamos individualmente y fuertes cuando nos unimos para cuidarnos y respetarnos entre nosotros y a la naturaleza.
María. Quilmes Oeste, Buenos Aires

“Estar en casa”, tan bueno y tan distinto

Chubut

Sabemos que hay cosas que no pueden apurarse. La vida necesita tiempo para desplegarse y dejarse ver; las personas necesitamos tiempo para abrir el corazón, incluso con los más cercanos. Y este año tuvimos ese tiempo. Un tiempo que nos permitió vernos de una manera distinta, de descubrir en los que viven con nosotros aristas que nunca habíamos visto, sencillamente porque no pasamos juntos el tiempo suficiente como para que se muestren. 

Un tiempo-espacio compartido que alcanzó para que aparecieran los problemas propios de la convivencia pero también para que encontráramos la manera de resolverlos, que nos ofreció la oportunidad de hacer proceso juntos y también de acompañarnos en los procesos personales. Un espacio-tiempo que nos regaló un conocimiento más profundo de aquellos con quienes vivimos porque nos puso en situación de ser testigos cercanos de las tristezas y de los entusiasmos que atravesaron el espíritu de cada uno, de las certezas que nos dieron valor y de los interrogantes que nos inquietaron. Este poder estar juntos sin apuro fue, sin duda, de lo mejor que nos trajo el 2020.

De todas maneras, ese disfrute también dio lugar a que se hiciera más claro algo que ya sabíamos: la expresión “estar en casa”, que tiene esa enorme fuerza vital, que representa el lugar de lo conocido, de la acogida, del cuidado, del consejo, de la confianza, del afecto, de los corazones abiertos, puede nombrar experiencias muy distintas. Hay muchos para quienes —por razones muy diversas— la “casa”, el hogar familiar, es un lugar difícil de habitar; para algunos, definitivamente imposible. Esta conciencia es parte de lo que deberíamos llevarnos al 2021, para poder acompañar esas realidades complejas que exigen de nosotros voz y compromiso.

Y en esto de quedarnos en casa también hubo lugar para descubrir y extrañar cosas lindas. Una de ellas fue la enorme cantidad de gestos de cariño y cercanía con que sembramos lo cotidiano; a veces, sin notarlo. Fue cuando tuvimos que renunciar a ese contacto que nos dimos cuenta de cuánta necesidad tenemos de él. De limpiarnos las lágrimas cuando estamos tristes, de hacer montoneras cuando nos invade la alegría, de acariciarnos, de palmearnos la espalda. De alzar a los chicos, de acurrucar en un abrazo a los abuelos. De hacernos cosquillas, de soplar una herida, de correr al encuentro del que llega y prolongar el apretón con el que parte.

Esas manifestaciones que teníamos naturalizadas y que hoy nos resulta tan difícil refrenar tienen un brillo que ilumina todas las escenas que imaginamos a futuro. Cuando el tiempo llegue —¡porque va a llegar!—, no nos mezquinemos ningún gesto y hagamos de cada encuentro una fiesta de ternura y cercanía.

María Susana Alfaro
Casada y mamá de tres hijos jóvenes. Psicóloga y pastoralista.
Ramos Mejía, Buenos Aires

¿Con que te quedás? ¿Con qué no te quedás?

+ El tiempo que hemos estado juntos en casa, como familia, nos acercó más.
Susana. Banfield, Buenos Aires

+ El valor de lo humano, de lo sociables que somos, de la búsqueda y necesidad de Dios.
El no compartir con quienes queremos, el no poder abrazarnos, el dolor y la pérdida de tantos sin despedirnos.
Cristina. Chaco

+ Esos mensajes o audios preguntando cómo estás, diciendo “te extraño” o “quiero verte”…
El desánimo, la tristeza.
Saravay. Corrientes

+ Las ganas de cuidar al otro y nuestra responsabilidad.
El enojo y el desacuerdo, el pensar primero en uno, y creer que lo que les pasa a los demás es su problema y no es mío…
Orlando. Avellaneda, Buenos Aires

Gracias a todos los lectores del Boletín Salesiano que colaboraron con centenares de comentarios y opiniones a través de WhatsApp. Algunos fragmentos de ellos se ven reflejados en esta nota.

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