Por Néstor Zubeldía
nzubeldia@donbosco.org.ar
Me llamo Antonio. Nací en un pueblito al pie de los Alpes, casi en el límite de Italia con Suiza, en una familia muy pobre. En mi juventud, como tantos muchachos de mi pueblo, tuve que salir en busca de un futuro mejor. No había podido estudiar, así que me dediqué al duro oficio de picapedrero, trabajando en las canteras. Anduve por Francia y hasta por el norte de África. Pero, buscando una oportunidad mejor, me animé al largo viaje en barco hasta América.
Así llegué a los Estados Unidos, que en ese tiempo era una de las metas soñadas de mis paisanos. En verdad, allí se podía progresar en poco tiempo. Incluso conseguí estudiar, como siempre había querido, y pude graduarme de constructor. En esos años mi hermana me mandaba puntualmente desde el pueblo el Boletín Salesiano. ¡Era tan lindo leer esas historias en mi lengua y conocer las andanzas de aquellos intrépidos misioneros que Don Bosco enviaba año tras año a la Patagonia! Me entusiasmé tanto que decidí volver a la patria y conocer personalmente a los salesianos.
Llegué a Turín poco después de la muerte de Don Bosco y, aunque ya tenía treinta años, decidí ingresar al noviciado con el deseo de hacerme salesiano. Quería ofrecerle a Dios mi vida y mis manos acostumbradas desde chico al trabajo duro de la construcción. Don Rua, el sucesor de Don Bosco al frente de la Congregación, me envió como misionero a la Argentina. Había tanto para edificar allí que encontré un modo de poner en juego todos los talentos que Dios me había dado.
Aunque probablemente no hayan escuchado hablar de mí, seguro han visto algunas de mis obras en la Patagonia. ¡Imposible no verlas si anduvieron por esa región! En Pedro Luro, a orillas del río Colorado, está el imponente santuario de María Auxiliadora. En Rawson, Chubut, la parroquia, también dedicada a la Virgen de Don Bosco. En Viedma, la catedral, a orillas del río Negro, que levantamos con tanto esfuerzo. Y, además, esa joyita escondida que es la capilla de María Auxiliadora en Carmen de Patagones.
Tengo que reconocer que, al empezar a ponerme viejo me vino el temor y la preocupación de no poder seguir trabajando como antes, al pie del cañón. En confianza le pedí a Dios la gracia de caer en la brecha, sin convertirme en un peso para mis hermanos. Siempre me sentí feliz y agradecido de poder ser un hijo de Don Bosco, misionero en la Patagonia, como aquellos que habían despertado mis sueños de juventud.
Antonio Patriarca nació en Caversaccio, hoy provincia de Como, en 1866. A los treinta años hizo su profesión perpetua como salesiano coadjutor y enseguida partió a la Argentina. Poco después de cumplir los sesenta años, murió al caer de un andamio mientras trabajaba en la construcción del Colegio San Pedro, a orillas del río Colorado.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2024