Me llamo José Fagnano

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Por: Néstor Zubeldía, sdb

nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo José. Nací en un pequeño pueblo cerca de Asti, la misma provincia de origen de Don Bosco y Don Cagliero, en el Piamonte. A los doce años entré al seminario con el deseo de ser sacerdote. Pero cada verano volvía al pueblo y al trabajo de la vendimia entre los míos. Nunca le esquivé al esfuerzo y al sacrificio. Cuando por la situación política se cerró el seminario, me vi tentado de alistarme con las fuerzas de Garibaldi.

Eran épocas de mucha militancia, especialmente entre los jóvenes. Y yo no quería quedarme afuera. Primero acompañé a las tropas asistiendo a los soldados con el símbolo de la Cruz Roja sobre la sotana de seminarista. Pero cuando el mismo Garibaldi me distinguió con su reconocimiento, no lo dudé más, colgué la sotana y empecé a vestir la chaqueta de oficial en las tropas de mi tocayo. Pronto encontré algunas cosas que chocaban con mis principios. Entonces dejé también el uniforme militar y volví desilusionado a los viñedos del Monferrato. Ahí me enteré de que, después de la clausura del seminario, la mayoría de mis antiguos compañeros habían encontrado refugio en la casa de Don Bosco en Turín

Cuando llegué a la ciudad y conocí a ese hombre extraordinario, ya no pude alejarme del Oratorio. Comencé a ser salesiano casi a la vez que profesor para los más chicos. Soy de los que teníamos la tiza para dar clase en una mano y el libro para estudiar en la otra, durmiendo muy poco cada noche para preparar las clases de nuestros alumnos y nuestros propios exámenes. Don Bosco armaba el itinerario formativo realmente a la medida de cada uno. Y también acorde a las necesidades, que siempre eran muchas y urgentes. Poco después fui ordenado sacerdote, de los primeros que dejamos Turín para ir al nuevo colegio de Lanzo y después a Varazze, en la costa de Liguria. Ahí fue donde Don Bosco me hizo la propuesta de sumarme a la primera expedición misionera. Quería que fuera el primer director salesiano en América. Sólo le pedí que mi madre no se enterara hasta después de partir. Me había animado al ejército y a la misión, pero siempre le temí a esa despedida. Don Bosco respetó mi deseo y acompañé a los misioneros.

Fui el primer director de la comunidad de San Nicolás de los Arroyos y más tarde el primer párroco de la Patagonia, cuando en 1880 nos instalamos a orillas del río Negro. Unos años después, también a pedido de Don Bosco, que una vez más me demostraba su confianza, fui prefecto apostólico en el fin del mundo. Era un cargo prácticamente pensado para mí, con jurisdicción eclesiástica sobre el territorio austral gobernado por la Argentina, Chile y el imperio británico. Celebré la primera misa en Tierra del Fuego, llevé a los salesianos a las Malvinas para acompañar a los católicos de las islas, compré la goleta María Auxiliadora para poder recorrer mi diócesis interminable y todavía sin mapas.

Amé y defendí a los pueblos originarios, que me llamaban “el capitán bueno”. Soporté agravios y calumnias mientras acompañaba la construcción de colegios e iglesias cada vez más al sur del mundo. Aunque desde Italia me invitaron siempre a volver, quise dejar mis huesos en la tierra que amé y entre aquellos a quienes dediqué la mitad de mi vida. 

José Fagnano nació en Rocchetta Tanaro el 9 de marzo de 1844. A los treinta y un años llegó a América con la primera expedición misionera salesiana. En 1886 se instaló en Punta Arenas, Chile, como prefecto apostólico de la Patagonia Meridional, Tierra del Fuego y las Islas Malvinas, un título que le dio la Santa Sede y que sólo él tuvo, hasta el fin de su vida. Murió en Santiago de Chile el 18 de septiembre de 1916. Sus restos descansan en la Catedral de Punta Arenas. Un lago argentino lleva su nombre en el centro de la isla grande de Tierra del Fuego.

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