La esperanza de los invisibles

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La educación es el lugar y la manera de construir un futuro diferente.

Por Mara Borsi, fma //

mara@fmails.it

El análisis más reciente sobre el fenómeno de la esclavitud, realizado por la ONG Walk Free y la Organización Mundial del Trabajo –OIT– en colaboración con la Organización Internacional para las Migraciones –OIM– , estima que en el mundo hay casi 50 millones de personas implicadas en redes de trata y esclavitud.

Hay casi 50 millones de personas en el mundo implicadas en redes de trata y esclavitud.

De esta cifra, 12.3 millones son menores; niños y niñas sometidos a trabajar por la fuerza, explotados sexualmente, forzados a contraer matrimonio y/o a participar en  actividades ilegales.

La pobreza, la falta de atención sanitaria, la carencia de herramientas adecuadas para el crecimiento y desarrollo de niños y adolescentes, afectan de manera diferente a buena parte de nuestro planeta. 

Está claro que hace falta un gran esfuerzo de la comunidad internacional para superar tantas desigualdades. ¿Cómo actuar para devolver la esperanza a situaciones que son como agujeros negros?

Historias vivas

Entre el dolor y el rescate: historias vivas. Son historias de trata y explotación, pero también de liberación y rescate, relacionadas sobre todo con adolescentes.

T. fue engañado por un presunto agente de viajes que le convenció para que viajara con documentación falsa. El viaje de T. comenzó con un vuelo a Dubai, y siguió con un largo recorrido por Oriente Medio, con numerosas escalas y controles, para terminar en Libia, donde fue detenido mientras esperaba embarcar. T. ha encontrado trabajo en una pequeña empresa, gracias a la ayuda de una red de apoyo que lo ha orientado en el proceso de búsqueda de empleo.

T., Bangladesh, 17 años

El primo de I. le prometió un trabajo bien pagado en Europa, pero en realidad no era más que una estafa. Por suerte, una familia italiana acogió a I. y le ayudó a encontrar trabajo y asistir a la escuela, para completar su educación.

I., Costa de Marfil, 15 años

S. tuvo que contraer una gran deuda para pagar su viaje a Europa, dando fuertes sumas a traficantes locales. Ellos lo sometieron, sufrió violencia física y fue golpeado repetidas veces con palos y látigos durante su cautiverio en Libia. También le obligaron a enrolarse en un grupo rebelde armado, donde debió soportar un duro entrenamiento y constantes amenazas de muerte si desobedecía. Después de tanto sufrimiento, está aprendiendo un oficio. Le gustaría ser electricista, trabajar y tener su propia casa.

S., Guinea, 16 años

En Burkina Faso, W, conoció a una mujer que le permitió dormir en la cocina donde preparaba arroz para vender. Otra mujer le ofreció mejor alojamiento, pero resultó ser traficante de niñas. Rechazando prostituirse, W. huyó hacia Níger, donde fue detenida, golpeada y encarcelada. Rescatada en el mar, fue trasladada a Lampedusa, donde fue hospitalizada con graves problemas de salud. Después de un mes en el hospital, la trasladaron a un centro de acogida para chicas, iniciando un acompañamiento psicosocial. Su fortaleza interior fue el gran recurso para afrontar y superar muchas dificultades.

W., Guinea, 17 años

Estas son algunas de las innumerables historias donde la esperanza llega a través del compromiso de instituciones públicas o privadas y asociaciones de la sociedad civil. Hay muchas iniciativas concretas para responder a la trata, como, por ejemplo, el proyecto EVA –Early identification and protection of Victims of trafficking the border Areas–, puesto en marcha en 2023, cuyo objetivo es garantizar la identificación precoz, la búsqueda y protección de menores, niñas y mujeres jóvenes, víctimas de la trata o en riesgo de volver a sufrirla, que transitan en las zonas fronterizas entre Italia y Francia, Francia y España y en las ciudades francesas de París y Nimes.

Se trata de un proyecto transnacional del que es responsable Save the Children junto con otras asociaciones. Desde octubre de 2023 a junio de 2024, el proyecto ha atendido a 530 beneficiarios, entre menores no acompañados, muchachas y madres con hijos víctimas potenciales de la trata, a través de actividades de primer contacto, información sobre la trata y respuesta a las necesidades básicas.

Educar es esperar

Los educadores comprenden mejor que nadie el profundo significado de la relación entre educación y esperanza. Viven a diario esta relación y la reconocen como fundamental en su propia acción educativa. “El maestro debe ser profeta hasta donde pueda, escrutar ‘los signos de los tiempos’, adivinar en los ojos de los niños las cosas hermosas que ellos verán con claridad el día de mañana y que nosotros sólo vemos confusamente”. Así se expresaba don Lorenzo Milani en los años sesenta, señalando la tarea del educador: descubrir en los ojos de los niños la promesa del futuro.

A veces para desbloquear la vida de los adolescentes, basta el encuentro con un educador capaz de nutrir la esperanza, de pensar que ellos son mejores de lo que son, un adulto que no permita que una sola acción o un error califique la identidad de un adolescente. No se trata de ser poco realistas o ciegos. La esperanza no es ciega, abre al futuro sólo cuando hay responsabilidad en relación con el pasado y con el modo de actuar.

La esperanza nos ayuda a contrarrestar la resignación del «no hay nada que hacer».

Levantar la mirada, eso es lo que nos ayuda a construir la esperanza, levantar la mirada en la relación educativa: desde los fallos de ambos, del educador y del educando, elevar la mirada para darnos mutuamente nuevas posibilidades de bien y, por tanto, de vida buena. La esperanza nos ayuda a contrarrestar la resignación del «no hay nada que hacer».

Para poder tener esperanza en los niños, los educadores deben haber aprendido, en primer lugar, a tener esperanza en sí mismos, a pesar de los límites de cada uno y de los errores en los que tropieza. A menudo, los educadores no ven los frutos de su acción educativa, no pueden sospechar los efectos de su forma de actuar sobre la realidad que viven los muchachos.

Para poder tener esperanza en los niños, los educadores deben haber aprendido, en primer lugar, a tener esperanza en sí mismos.

Esperar en la educación, implica la capacidad de aceptar que por sí sola, ella no cambia el mundo, pero contribuye a formar personas que se esforzarán en hacerlo. El mundo que esperamos es aquel en el que cada uno y cada una pueda ser feliz, completando su felicidad con la de los demás.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – OCTUBRE 2025

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