¿La plata se hace trabajando?

Por Ricardo Díaz
boletin@donbosco.org.ar
Ya hace un tiempo están presentes entre nosotros las criptomonedas, representaciones de valor, con respaldo discutido, dado que no hay un Estado que las avale. Más aún, en ocasiones se las difunde como una posible inversión, como un instrumento de financiación para las PyMEs argentinas, etc. Sin embargo, no faltan oportunidades en las que estas propuestas terminan siendo un casino en el que sólo cabe repartir ganancias y pérdidas, sin que siquiera medie la justicia del puro azar –aún sesgado, como ocurre en las casas de juego–, dadas las maniobras, medidas en minutos y segundos, que dan pie a fuertes sospechas de manejo de información privilegiada por parte de determinadas personas, en detrimento de todo el resto.
Más allá de estos escandalosos episodios, vale la excusa para detenernos a pensar sobre la fascinación –en el mal sentido de la palabra– que ejerce sobre todos nosotros, especialmente entre los jóvenes, el surgimiento de estas novedosas formas de monedas, con sus promesas de enriquecimiento fácil y rápido.
En verdad, la fascinación por las criptomonedas no es más que una refinación, tecnológicamente más sofisticada, de la conocida fascinación que ejerce el dinero, en general, vinculado antes aún a la fascinación que ejercen la posesión de una gran variedad de bienes y servicios a disposición.
La riqueza de producir
Ahora bien, es claro que pueden distinguirse los momentos de la producción de bienes y servicios, por un lado, de la distribución y apropiación de los mismos, por el otro. La riqueza concreta de una sociedad es fruto del esfuerzo colectivo que realizan las comunidades, en diversas modalidades posibles. Para poder realizar diversos emprendimientos productivos, es fundamental canalizar y poner en circulación los recursos ahorrados e invertirlos para producir más y mejor, innovando, generando nuevos puestos de trabajo, etc. Lógicamente, las personas que faciliten este financiamiento también se verán beneficiadas, en cierta proporción, de las ventajas productivas que han posibilitado, en una situación donde todos pueden ganar algo.
En los últimos años, la posibilidad de crear instrumentos financieros, cada vez más alejados del mundo de la producción real, se ha vuelto más fácil.
Sin embargo, las finanzas en general han visto crecer su protagonismo en nuestra economía en el último medio siglo. Mediante las operaciones de compra y venta de diversos instrumentos de financiación, disociadas de su fin productivo, algunas personas han visto crecer considerablemente su patrimonio, mientras otras personas veían disminuir sensiblemente el suyo, en un juego de suma cero: lo que ganan unos, lo pierden otros. Y en los últimos años, la posibilidad de crear nuevos instrumentos financieros, cada vez más alejados del mundo de la producción real, se ha vuelto cada vez más fácil, pudiendo generar memecoins en cuestión de minutos, sobre las que rápidamente juegan la oferta y la demanda, dando lugar a cotizaciones muy volátiles y riesgosas, es decir, oportunidades para obtener grandes ganancias o sufrir pérdidas considerables.
Ser parte del sueño de Dios
Más allá de las reflexiones que puedan hacerse sobre estos fenómenos, y de una muy necesaria educación financiera en los jóvenes, más necesaria aún parece una educación para el trabajo, incluyendo una consideración sobre la centralidad del mismo en la producción de los bienes y servicios necesarios. Además, el trabajo no sólo es valioso como un medio para conseguir una remuneración con la que conseguir honestamente lo que se requiere para una vida digna. Esta visión, si quedase sólo en esto, sería incompleta, dado que el trabajo es presentado como un sufrimiento que es recompensado con una cierta suma de dinero. Una aproximación humanista al trabajo lo descubre como un momento esencial de la realización del hombre y sus capacidades, es el ámbito en el que se da el avance cultural y tecnológico, etc.
Una mirada cristiana sobre el trabajo, además, considera al mismo como parte del sueño de Dios para los hombres, asemejándolos al mismo Creador, volviéndolos co-laboradores en la Creación, co-creadores, mediante su trabajo (Gn. 2,15). Debe tomarse distancia del carácter mítico del relato bíblico que nos presenta al paraíso terrenal como un paraíso sin trabajo, y al trabajo como un castigo. En todo caso, la pena por aquella desobediencia o desconfianza en el origen del hombre no consiste tanto por el trabajo en sí mismo, como por la fatiga y el sudor tristemente asociados al mismo, las condiciones que hacen del trabajo una explotación sin más, que hunden al trabajador en la depresión, la rutina y el vacío, desligándolo de sí mismo, sin su aspecto virtuoso de plenitud de la persona.
Jesús creció en un ambiente de trabajo y supo enseñar con relatos cargados de imágenes laborales.
Más aún, el mismo Jesús, quien creció en un ambiente de trabajo y supo enseñar con tantos relatos cargados de imágenes laborales, quiso permanecer entre nosotros bajo la apariencia de los humildes pan y vino, no meros trigo y vid, sino “frutos de la tierra y del trabajo” de los hombres y las mujeres, expresión de nuestra Casa Común, enriquecida por nuestra labor.
Finalmente, Don Bosco supo enseñar para el trabajo, ciertamente, y por el trabajo también, conocedor del poder preventivo que tiene el empoderar a los jóvenes a través de la educación y la práctica de habilidades útiles. Ninguna expectativa de enriquecimiento fácil y rápido nos abre a esta dimensión educativa y formativa, tan necesaria ayer como hoy.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2025