Tenía 25 años cuando se convirtió en la primera sucesora de María Mazzarello. Y animó la vida de las Hijas de María Auxiliadora por 43 años. ¿Conocés a la hermana Catalina Daghero?
Por Ana María Fernández, fma
anamferma@gmail.com
Con decisión y la emoción contenida, Catalina pulsó el llamador de la entrada. Venía con su baúl cargado de las cosas que le parecieron necesarias para la nueva vida que se disponía a comenzar. Traía sobre todo el sueño que le había dado fuerzas para dejar su casa allá en la Cumiana natal, cerca de Turín: entregar al Señor sus jóvenes 18 años y los que él quisiera darle, amándolo en el silencio de la oración y del servicio.
“Dios te quiere aquí”
Era el 16 de agosto de 1874. Cuando una joven religiosa sonriente le abrió la puerta, llegó a sus oídos el bullicio del recreo y luego la imagen de otras religiosas jugando en medio de un grupo de niñas que corrían y saltaban. Catalina se sorprendió y el corazón le dio un vuelco… pero en eso llegaba la superiora para recibirla e invitarla a entrar.
– «¡Bienvenida, Catalina, te esperábamos! Pasa. Llevemos el baúl al dormitorio…»
– «Gracias hermana. Pero no me quedaré. Yo buscaba otra cosa…»
El baúl se quedó varios días en la portería. Catalina estaba cada vez más convencida de que ese no era su lugar, pero esa superiora de mirada profunda le aseguraba: “Dios te quiere aquí”, y seguía vacilando.
Conservó siempre su amor al silencio y la escucha, a la reflexión y a la humildad. La tranquilizaba ver a María Mazzarello, que vivía feliz en medio de las chicas y sirviendo a todos.
Llegó el 8 de diciembre, día en que otras jóvenes como ella comenzarían el noviciado. Catalina dio un paso adelante aún con muchas dudas, pero fue la hora del milagro. Se disiparon las nubes y no regresaron nunca más. Conservó siempre su amor al silencio y la escucha, a la reflexión, al amor escondido, humilde. La tranquilizaba ver a la Superiora, Sor María Mazzarello, que vivía feliz en medio de las chicas y sirviendo a todos, convencida de que “para ser santa y sabia hay que hablar poco y reflexionar mucho. Hablar poco con las criaturas, poquísimo de las criaturas y nada de nosotras mismas”.
Crecer de golpe
A partir de allí, el camino fue vertiginoso. Ni siquiera nueve meses, agosto de 1875, y ya era Hija de María Auxiliadora. Otros siete, y estaba lista para la fundación de la casa de Turín en calidad de vicaria. Oratorio, catecismo, talleres, escuela… Fue un año y medio de actividad salesiana y de aprendizaje a la sombra del oratorio de Valdocco. Transcurrido este tiempo, la directora partió para otra misión y Catalina, con sus 22 años, se encontró ocupando el cargo.
En abril de 1880 el desafío fue mayor: la esperaba la casa de Saint Cyr, en Francia, que en esa época resultaba tan lejana. Se trataba de asumir la dirección de un orfanato para niñas que Don Bosco había aceptado obediente a uno de sus sueños.
La empresa fue ardua y exigió mucha prudencia y caridad. También hizo falta una gran capacidad de superación sobre todo a la hora de ir a pedir limosna porque no había para comer… pero, como las otras veces, duró poco, poquísimo, sólo cuatro meses.
Corría el año 1880. Concluía el mandato de la Superiora General y las directoras debían ir a Nizza en agosto para los ejercicios espirituales y para participar en la elección de la nueva Madre General y su consejo. Claro que mientras estuviera entre ellas la Madre María Mazzarello no había de qué preocuparse. Naturalmente la Madre fue reelegida por unanimidad… ¡pero Catalina fue elegida Vicaria General del Instituto! Un Instituto que para entonces tenía casas no solo en Italia y Francia, sino también en Uruguay y Argentina.
Seguir el camino de la Madre
El año se cerraba con la preparación de la tercera expedición misionera al Río de la Plata. La Superiora General quiso acompañar a las misioneras desde Génova hasta Marsella y luego, volviendo a Nizza, cumplir la promesa de visitar a las hermanas de Francia. Pero el frío afectó gravemente su salud ya delicada. El 14 de mayo, en medio del dolor de sus hermanas, la Madre María Mazzarello partía a la Casa del Padre.
El Instituto contaba con 139 hermanas y 50 novicias distribuidas en 26 casas. La joven Vicaria debió afrontar el momento. Comunicó al Instituto la dolorosa noticia y, sostenida por la palabra de Don Bosco que la alentaba a confiar en la Divina Providencia y en la protección maternal de María Auxiliadora, se dispuso a esperar el 12 de agosto cuando sería elegida la nueva superiora general.
Don Bosco le regaló, con mucho realismo, una caja de “confetti” y una de “amaretti”, porque el camino habría de deparar alegrías y sinsabores… y sería muy largo.
Llegado el día, a la presencia de Don Bosco y Don Cagliero, reunidas las directoras de las casas, menos las lejanísimas de América, con la compañía afectuosa de las niñas internas, se procedió a la elección. ¡Resultó elegida la Madre Catalina Daghero! La misma que seis años atrás estaba golpeando la puerta de entrada. Ahora contaba 25 años.
Don Bosco le regaló, con mucho realismo, una caja de “confetti” y una de “amaretti”, porque el camino habría de deparar alegrías y sinsabores… y sería muy largo. La Madre Catalina, en efecto, fue reelegida seis veces y su servicio duró ¡nada menos que 43 años! Cosas de la época… Pero ella entonces no lo sabía y aceptó humildemente la voluntad de Dios en el silencio del corazón.
Pasadas las primeras semanas, la vida retomó bajo su mano el ritmo de la visita a las casas, la entrada de nuevas vocaciones, las expediciones misioneras, la multiplicación de obras. El nombre de Don Bosco era cada vez más conocido y de todas partes llovían pedidos de nuevas fundaciones.
Su principal biógrafa contó más de cuatrocientos viajes realizados por la Madre Catalina en Italia, Francia, Bélgica, Inglaterra, España, Palestina, en África y América. Hacia el fin de su vida, cuando el Instituto cumplía 50 años, pudo anunciar al Santo Padre que en ese año las Hijas de María Auxiliadora partirían hacia China, India, Austria, el Congo, Alemania, Rusia y Polonia.
Siendo muy joven, apenas profesa, una hermana le contaba su alegría por la tarea educativa que podía realizar entre los jóvenes, y ella había respondido espontáneamente: “A mí me gusta consolar”. Animar y consolar… Y lo hizo durante casi toda la vida, porque Dios Amor, en medio de tanta actividad, habitaba su silencio.
BOLETÍN SALESIANO – MAYO 2022