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El aumento en el consumo de medicamentos en niños, adolescentes y jóvenes.

Por Ezequiel Herrero y Valentina Costantino
redaccion@boletinsalesiano.com.ar

Para el dolor de cabeza, para el dolor de panza, para la garganta, para la ansiedad, para concentrarse, para relajarse, para dormir mejor, para focalizar la atención, para la depresión, para rendir más, para la ansiedad, para regular las emociones, para tranquilizarse…

Para tomar todos los días, para una vez al día, para tomar con el desayuno, para antes de dormir, para después de las comidas, para antes de las comidas… De color rojo, amarillo, naranja, blanco, verde, violeta, azul…

En el último tiempo asistimos en nuestro país a un creciente consumo de medicamentos entre niños y jóvenes y particularmente vinculados a la salud mental. Basta conversar con educadores, animadores o familias –o cualquier persona que esté en contacto con chicos y chicas– para tomar conciencia de que se trata de un fenómeno largamente extendido en las infancias argentinas.

Al mismo tiempo hay diferentes estudios que dan cuenta de ello. Ya en 2021, y como consecuencia de la Pandemia de Covid, UNICEF –en su informe sobre el “Estado anual de la Infancia”– señalaba que uno de cada siete niños y adolescentes padece algún trastorno de salud mental. Con un informe más cercano en el tiempo y geográficamente más acotado, el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires da cuenta de un aumento del 30 % de las consultas por cuadros depresivos en jóvenes entre el 2023 y el 2024.


Medicación, automedicación y medicalización no son lo mismo. La medicación se refiere al uso de medicamentos, ya sea por prescripción médica o por iniciativa propia. La automedicación implica tomar medicamentos sin consejo o supervisión médica, mientras que la medicalización se refiere al proceso de convertir situaciones normales o sociales en problemas médicos, a menudo con el uso de medicamentos.


“¿No le puedo dar un antibiótico?”

Juan Pablo Mosso es psiquiatra, trabaja en la zona sur del AMBA y si bien no tiene un informe sistematizado sobre el tema, no duda en afirmar que este aumento en las consultas también lo percibe en su consultorio. “Yo como médico lo veo, lo noto, recibo muchos más llamados de consultas y en los comentarios con otros colegas, a todos nos llegan mayores niveles de demanda, especialmente trastornos de ansiedad, trastornos de estados de ánimos, incluso depresión, fobias, situaciones en relación a chicos o adolescentes que se autoagreden”.

A casi mil kilómetros del consultorio de Juan, en la ciudad de Corrientes, la realidad es similar. Allí la Obra de Don Bosco cuenta con el centro educativo pastoral Domingo y Laura, donde trabaja un equipo interdisciplinario compuesto por una psicóloga, una trabajadora social, y una psicopedagoga y nutricionista quienes coordinan el proyecto ‘En(red)arnos’. Este equipo de profesionales tampoco duda en afirmar que el número de menores que llegan al centro diagnosticados e incluso medicados, se ha incrementado. Y aclaran que esta realidad no es exclusiva de un barrio o territorio, sino que es una tendencia que se repite en diversos sectores de Argentina donde el sufrimiento y la carga emocional aparecen con más fuerza, lo que muchas veces termina siendo encausado por la vía médica como única respuesta posible.

La doctora Maite Alvarez se desempeña como pediatra en el Hospital Garrahan de Buenos Aires y desde su trabajo cotidiano en la guardia percibe también “un creciente número de adolescentes y niños que llegan con autolesiones o con algún brote psicótico”. Panorama que además se completa con la ansiedad de padres y madres que buscan en la medicación respuestas inmediatas frente a situaciones de salud que requieren tiempo y paciencia. “Por ejemplo, llega un niño con gripe; la indicación es que hay que esperar a que el virus pase solo y enseguida me dicen: ‘Pero cómo, ¿no le puedo dar un antibiótico?’”.

“Un malestar que es social”

En una sociedad que nos exige vivir a ritmo acelerado, la medicación surge como una alternativa rápida –y a veces necesaria– para aliviar o controlar ciertos dolores, comportamientos o faltas.

Para Maite Alvarez la tecnología juega un papel importante contra el desarrollo de la tolerancia y la paciencia. Con el desliz de nuestro dedo podemos resolver consultas, obtener información y en pocos minutos hacer trámites que antes llevaban horas realizar. “Es un estímulo constante con respuesta inmediata, y eso hace que a los chicos y familias se les dificulte esperar. Los adultos son los que a veces necesitan un diagnóstico, para decir, ‘mi hijo tiene esto’. Y a veces es acompañar el desarrollo de ese chico, que se va dando en otros tiempos, sin que debamos etiquetarlo en una situación que posiblemente lo acompañe y tengan consecuencias para toda la vida”.

Por su parte, Juan Pablo Mosso coincide en que las nuevas formas de comunicación muchas veces nos terminan incomunicando. Además destaca la falta de ciertos espacios dónde los adolescentes puedan conversar y expresar lo que les está pasando. “No hay interacción del uno al otro, y por lo tanto, no hay con quien canalizar los problemas y recibir otras opiniones”.

“No hay interacción del uno al otro, y por lo tanto, no hay con quien canalizar los problemas”.

Desde el centro Domingo y Laura aclaran que si bien la sobremedicalización no es exclusiva de nuestro país, en nuestro contexto “se ve atravesada por la falta de políticas públicas sostenidas, el desmantelamiento de dispositivos comunitarios de salud mental y la ausencia de equipos interdisciplinarios en los territorios”. Esto hace que la decisión de derivar a un menor al psiquiatra o indicar una medicación no siempre sea a raíz de una evaluación profunda o una mirada integral. “En la mayoría de los casos, responde a una lógica de urgencia donde tiene más peso ‘lo institucional’ que el contexto, el análisis del entorno y sus relaciones”.

En este contexto no es menor la masividad de publicidades de medicamentos que todos los días aparecen en teléfonos, televisores o computadoras. Allí todo se soluciona rápido, eficazmente y de manera sencilla con una pastilla que se compra y se vende. Maite Alvarez agrega que en el contexto actual, por diferentes motivos – “son caras, las obras sociales no las quieren pagar, hay pocos turnos”no se apuesta tanto por otras terapias. Entonces “no es lo mismo un chico que tiene un diagnóstico de autismo en una familia de bajos recursos con alguien de altos recursos. El potencial que tiene ese chico va a ser mucho menor si no concurre a una terapia, o una psicopedagoga, o un terapista ocupacional, y quizás no es necesario medicalizarlo”.

Para completar, desde Corrientes señalan que el sistema de salud responde con diagnósticos que muchas veces llegan sin evaluaciones integrales ni escucha real a la historia de cada uno de los involucrados. «La derivación al psiquiatra o la indicación de medicación parece ser la forma más rápida –y a veces la única disponible– de ‘ordenar’ conductas o de hacer frente a un malestar que en realidad es social”.

“No se sabe cómo acompañar”

Claro que la medicalización no es una opción que deba descartarse y tampoco se debe subestimar su eficiencia, ciertamente será necesaria en muchas ocasiones, pero resulta cuanto menos “incompleta” en la mayoría de los casos.

Si bien para afrontar esta problemática no existen recetas universales, es responsabilidad de los adultos acompañar con paciencia y respeto las situaciones de salud que van atravesando niños, niñas, adolescentes y jóvenes.

Es responsabilidad de los adultos acompañar con paciencia y respeto las situaciones de salud que van atravesando niños, niñas, adolescentes y jóvenes.

“La presencia, la disposición y el encuentro son fundamentales”, sostiene Juan Pablo Mosso y enfatiza que el desafío será encontrar el tiempo que permita alertar ciertos comportamientos o alteraciones que a simple vista parecen típicas de adolescentes, pero no por eso hay que minimizarlas o desestimarlas. En este punto también coincide la pediatra, quien señala que se debe prestar atención a estas situaciones y darle la importancia que requieren tanto en la escuela como en el sistema de salud, ya que ello es lo que permite un trabajo preventivo.

“Es importante trabajar, sosteniendo intervenciones que prioricen el lazo social, la palabra y las redes de apoyo, antes que la pastilla como única salida, comparten desde el centro Domingo y Laura, y aclaran que “no se trata de negar que haya casos en los que la medicación sea necesaria –porque sí los hay–, pero resulta preocupante que hoy en día pareciera haberse naturalizado como la primera o principal respuesta frente al malestar de niños, niñas y adolescentes”.

“Lo importante es el lazo social, la palabra y las redes de apoyo, antes que la pastilla como única salida”.

Maite Alvarez completa resaltando la importancia del trabajo en equipo para la detección temprana y el acompañamiento de los niños o niñas, ya que de esta forma pueden tener una mejor calidad de vida, insertarse en la escuela y en la sociedad.

Además remarca la necesidad de que los adultos puedan poner en pausa sus ansiedades y temores para mirar a los niños, adolescentes y jóvenes desde una perspectiva diferente. “A veces en el afán de buscar una respuesta de qué es lo que tiene mi hijo, que no se comporta, “normal” o igual al resto de los chicos, los llenan de actividades o no los tienen paciencia o los mandan al psicólogo, psicopedagogo, al terapista ocupacional, al psiquiatra, y quizás se termina medicando chicos porque en realidad no se sabe cómo acompañar su desarrollo”.

Estar atentos, dispuestos y cercanos; respetar los tiempos y procesos; fortalecer los lazos sociales, y trabajar en conjunto. Frente a la creciente medicalización de niños, adolescentes y jóvenes no existen recetas magistrales, sino simplemente seguir las indicaciones que nos dejó un conocido sacerdote italiano.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – JULIO 2025

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