Me llamo Juan Paseri

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Por: Néstor Zubeldía, sdb

nzubeldia@donbosco.org.ar

Me llamo Juan. Llegué a la Argentina como misionero en la tercera expedición salesiana. Ese año 1877 viajamos a América diecinueve salesianos y las primeras seis hijas de María Auxiliadora. Don Cagliero, que ya había vuelto a Italia, nos acompañó a Roma a despedirnos del Papa. Por motivos organizativos y económicos tuvimos que salir de puertos distintos en Italia, Francia y Portugal. Don Bosco, que un año antes me había entregado la sotana, pudo llegar nuevamente hasta Génova y subió al barco para despedirnos. Nuestro grupo viajó en el mismo vapor Savoie de los primeros misioneros. Yo tenía dieciocho años. Los recuerdos de esos días no se borrarán más de mi mente y de mi corazón.

Los salesianos de América nos esperaban a todos ansiosamente y con mucho trabajo. Enseguida me sentí a gusto allí. En la Boca del Riachuelo empecé a hablar xeneixe con los chicos que me seguían por todos lados. Aunque todavía no era cura, me llamaban el padrecito Juan. En Almagro di clases en la escuela pública y trabajé en el Boletín Salesiano que ya empezaba a tener su edición argentina. 

En Villa Colón, Uruguay, perfeccioné el castellano entre los alumnos de ese colegio de familias acomodadas. Pero en Montevideo me hice amigo de los “botijas” más pobres que iban a nuestra escuela de artes y oficios. Como en todos lados era bien aceptado, con frecuencia me cambiaban de comunidad y de tarea. A los veintidós años fui ordenado sacerdote por monseñor Aneiros en Buenos Aires. 

No sé por qué, pero en las iglesias de la capital me hicieron fama como predicador. Tuve la alegría de poder iniciar el Oratorio de San Francisco de Sales en Almagro. Con ilusión le pusimos el mismo nombre que al oratorio de Valdocco. Allí estuve seis años y también di clases de filosofía y teología. Don Rúa me escribió en ese tiempo en una hermosa carta que todavía conservo: “Es admirable el trabajo que estás realizando, pero ten cuidado de tu salud”. Recuerdo que cuando llegué a Buenos Aires todos hablaban del querido don Baccino, que unos meses antes había muerto de agotamiento en la iglesia de los italianos al año y medio de desembarcar en América.

A los veintiséis años, me nombraron director de una nueva casa salesiana que se iba a abrir a mitad de camino entre Buenos Aires y el puerto del riachuelo, a pasos de la plaza de la Constitución, la más grande de la ciudad. Hay chicos por todos lados y no son precisamente de los más tranquilos. El 30 de agosto hicimos la inauguración oficial. Nos acompañó la banda de música de la escuela de artes y oficios del Pío IX, que llegó desde Almagro. También vinieron los pibes de la Boca. El padre Marcelino y el clérigo Francisco forman conmigo la comunidad de salesianos que se hizo cargo de la capilla de Santa Catalina y la pequeña escuela que hasta ahora había dirigido un sacerdote diocesano español, ya muy mayor. ¡Con qué entusiasmo empezamos la nueva tarea! 

Don Cagliero me llama “el director muchacho”. Enseguida comencé a preparar a setenta jóvenes del barrio que quieren recibir la primera comunión. Para tener tiempo pusimos como fecha la fiesta de Todos los Santos. Pero ahora estoy enfermo, sin fuerzas para levantarme de la cama y no sé qué será de mi vida. Me duele pensar que mamá y papá, que tenían tanta ilusión, no llegaron a verme sacerdote…

Juan Paseri nació en Italia en 1859. A los diecisiete años inició el noviciado para ser salesiano y en 1877 partió para América en la tercera expedición misionera de la Congregación. Fue el primer director de la nueva casa salesiana de Santa Catalina, en el actual barrio porteño de Constitución, que este mes cumple su 140° aniversario. A los tres meses de hacerse cargo de la obra, murió de tuberculosis y agotamiento el 11 de noviembre de 1885. Recibió sepultura junto al padre Juan Baccino, salesiano, y la madre Emilia Martini, hija de María Auxiliadora, ambos muertos a los treinta y cuatro años de edad.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – AGOSTO 2025

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