Aunque su nombre quedó ligado al club que lo “canonizó” en vida, fue un salesiano que transitó por varios lugares de nuestra geografía. Algunas de sus mejores obras, como los Exploradores, han perdurado por décadas. Inspirada en su vida se filmó en 1954 “El cura Lorenzo”: la del padre Massa fue una vida de película.
Por Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar
Lorenzo había nacido en 1882 en Morón, una zona entonces de fuerte inmigración italiana, que iba transformando rápidamente sus hábitos rurales en urbanos. Recibió el mismo nombre de su padre, nacido en Italia. Cursó los estudios primarios en una escuela cercana a su casa hasta que, con la ayuda del Ferrocarril Oeste a Buenos Aires, se encaminó hacia el colegio de los salesianos en Almagro. No hacía veinte años que estos misioneros italianos habían llegado enviados por Don Bosco al puerto de Buenos Aires y aún menos al barrio de Almagro. Allá fue Lorenzo, con sólo doce años, para continuar sus estudios en el colegio Pío IX, cuando todavía no habían pasado por sus aulas Ceferino Namuncurá ni Carlos Gardel.
Al año siguiente Lorenzo ya era alumno pupilo en el seminario menor que los salesianos acababan de abrir en Bernal, pocos kilómetros al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Después de varios años de estudio y dos de tirocinio práctico en la escuela agrícola de Uribelarrea, Lorenzo Massa fue ordenado sacerdote en Buenos Aires en 1907, con sólo 24 años de edad.
Y allí lo esperaba nuevamente Almagro, para ese entonces una barriada en la que los idiomas de los inmigrantes se confundían con el ruido de las últimas carretas de bueyes y de los primeros tranvías. Por todos lados había pibes en la calle, los “purretes”, que algunos consideraban ya “pichones de malevos”.
El paso por Buenos Aires, Tucumán, Salta o Carmen de Patagones de Lorenzo Massa no pasó inadvertido. Algunas de sus mejores obras han perdurado por décadas hasta hoy.
Con un grupo de esos pibes se encontró el joven cura Lorenzo cuando recorría las calles de barro de Boedo. La novedad del momento era el foot-ball, ese raro deporte que había llegado a Buenos Aires de la mano —o mejor dicho, del pie— de los ingleses del ferrocarril. Un día Lorenzo vio con sus propios ojos cómo uno de los chicos, en su afán por no perder la pelota, casi queda bajo las ruedas del tranvía 27. Allí mismo se acercó y les propuso continuar el juego en un lugar más seguro y apropiado que el arroyo de la calle Treinta y Tres. Era el patio del Oratorio San Antonio que él mismo dirigía a pocas cuadras, en la calle México. La única condición —que los incipientes futbolistas aceptaron enseguida— fue la de participar del catecismo y de la misa.
Ni forzosos ni forzudos
Sin saberlo, Lorenzo se había encontrado ese día con “los forzosos de Almagro”, que harían célebre su nombre. La historia la escribiría él mismo en su diario personal, antes de verse obligado a contarla infinidad de veces en los años sucesivos. Resultó que tras aquel primer partido, esos muchachos le pidieron permiso al cura para organizar en algún saloncito la asamblea de su club. Ya tenían decidido el nombre, habían armado la comisión directiva e incluso habían hecho un sello, pero les faltaba un lugar de reunión más apropiado que la esquina de México y Treinta y Tres.
El padre Lorenzo les manifestó su sorpresa ante el nombre que habían elegido: “Los Forzosos de Almagro”. En todo caso, les hizo saber que, si querían hacer alusión a su fuerza física, deberían llamarse “forzudos”, pero de todos modos el nombre sonaba violento. Así aparecieron una cantidad de nombres alternativos: “El triunfador de Almagro”, “El Invencible”, “El almagreño”, “El centinela de Quito” —por la calle en que había nacido—, “Los Canasteros”, “Cestos y canastas” —por el trabajo en la mimbrería del barrio en el que la mayoría se ganaba la vida—…
Hasta que de repente el pibe Scaramusso intervino proponiendo un nuevo nombre en lo que pensaban sería el mejor agradecimiento a quien les había ofrecido el lugar que tanto necesitaban para jugar y para reunirse. El club se llamaría ni más ni menos que “Lorenzo Massa”. Después de varios intentos de que eligieran otro nombre, al cura no le quedó otra que aceptar al menos el de “San Lorenzo de Almagro”, aunque fuera aclarando que el nombre hacía alusión al valeroso mártir romano San Lorenzo y a la heroica batalla de San Martín y los granaderos, lo que enseguida relacionó con las virtudes que necesitarían para cumplir su anhelo de llegar algún día a las ligas mayores del fútbol argentino.
Para atraer a los mayorcitos del oratorio
Apenas unos años después, el mismo barrio de Almagro sería la cuna de otro de los “inventos” del padre Massa, también esta vez como resultado de su cercanía a los pibes y a sus necesidades. En esta ocasión tendría un papel decisivo el padre José Vespignani, superior salesiano de la Argentina, preocupado porque el scoutismo, nacido en ese tiempo en Inglaterra, llegaba entonces a estas costas de la mano del laicismo, con lo que los oratorios salesianos que se iban desparramando por la ciudad veían alejarse a sus mejores jóvenes atraídos por esa novedad. Un oportuno encuentro de Massa y Vespignani en el patio del colegio Pío IX fue el determinante. Había que crear algo atractivo para los mayorcitos del oratorio, para los líderes, algo parecido a lo que el mismo Don Bosco había hecho también en su tiempo en Turín, por ejemplo con las “escuadras de Brossio”, para evitar que los pibes se fueran tras la última moda y ya no volvieran al oratorio.
Un paseo a Bernal fue el “ensayo general” del nuevo grupo. En tanto que la inauguración del nuevo edificio del Colegio y Oratorio de San Francisco de Sales en Almagro, para conmemorar el centenario del nacimiento de Don Bosco, resultó la ocasión ideal para la presentación oficial en sociedad. Ese día 14 de agosto de 1915 el presidente de la Nación, doctor Victorino de la Plaza, entró al patio del San Francisco escoltado por los primeros cuarenta exploradores de Don Bosco. En sólo un año el número de exploradores superaría los dos mil, con batallones en La Boca, Palermo, Congreso, Constitución, Bernal, San Isidro, La Plata, Ensenada y hasta Córdoba, Mendoza, Tucumán y Salta. Evidentemente, una vez más, la respuesta había resultado apropiada.
Más iniciativas que perduran hasta hoy
Tucumán sería enseguida el nuevo destino del padre Lorenzo. Allí, después de varios intentos fallidos, los salesianos lograban finalmente fundar la primera escuela de artes y oficios en la región. “Aquí nos hacen mucha falta los salesianos”, había escrito esperanzado el obispo. En 1916, la fundación, con el padre Massa a la cabeza, sería una realidad. “Esto parece un campo de batalla”, escribió el padre Lorenzo. En la casa encontraron treinta y cinco niños huérfanos, “un sencillo taller para la fabricación de escobas y el taller de carpintería, con pocos bancos y algunas herramientas.” Allí mismo se levantan hoy las casas General Belgrano, Tulio García Fernández y el Instituto Técnico Lorenzo Massa.
Todavía vendrían los años de Córdoba, Salta, Carmen de Patagones y Punta Arenas en Chile; y los numerosos escritos históricos que saldrían de sus manos, entre los cuales los más extensos y reconocidos son La Historia de las Misiones Salesianas en La Pampa y La vida del padre José Vespignani, ambas con más de ochocientas páginas.
Resulta sumamente fácil encontrar en el padre Lorenzo Massa muchos de los rasgos característicos del corazón salesiano.
Cuando el 31 de octubre de 1949, en las horas del descanso de la noche, suene el silbato final, muchos lugares de la Argentina llorarán a su cura Lorenzo. En esos días su equipo azulgrana jugará con brazalete negro y pedirá un minuto de silencio antes de cada partido. No lo habían olvidado.
Resulta sumamente fácil encontrar en Lorenzo Massa muchos de los rasgos característicos del corazón salesiano: la predilección por los jóvenes, la disposición a ofrecer generosamente por ellos tiempo, cualidades y salud, la disposición a dar el primer paso y recibir siempre con bondad, respeto y paciencia, la capacidad de suscitar correspondencia de amistad, la actividad incansable, pero sobre todo la capacidad de captar los valores del mundo y no lamentarse del tiempo en que se vive, sino más bien aprovechar todo lo que hay de bueno, especialmente si gusta a los jóvenes. “En lo que se refiere al bien de la juventud en peligro o sirve para ganar almas para Dios —había dicho Don Bosco—, yo me lanzo hasta con temeridad”.
BOLETÍN SALESIANO – ABRIL 2012