«Sonreí para la cámara»

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La exposición que hacen los adultos de los niños y niñas en las redes sociales.

Por Susana Alfaro
salfaro@donbosco.org.ar

Cualquier visitante habitual de las redes sociales puede advertir rápidamente la cantidad de publicaciones que existen cuyos protagonistas son niños pequeños. Fragmentos de su vida cotidiana que, por alguna razón, los adultos eligieron subir para que
sean vistas por otros.

El crecimiento vertiginoso de este tipo de publicaciones en las redes, muchas en cuentas configuradas como públicas, viene encendiendo las alarmas de distintas agrupaciones y personas vinculadas a la salud mental infantil, la educación y la protección de derechos, quienes advierten sobre la situación de indefensión en la que quedan ubicados los niños y niñas. Pero, ¿qué podría tener de malo que un padre o una madre publiquen videos de sus propios hijos?

“¡Luz, cámara, acción!”

En la infancia la mirada de los adultos que cumplen funciones de padres y madres tiene una fuerza enorme. Allí, niños y niñas encuentran los indicios que les permiten ir ubicándose en el mundo. Nuestra mirada no es solo de los ojos, se expresa de múltiples formas: en nuestro modo de contener su fragilidad, en el cuidado que ponemos para resguardarlos frente a lo que pueda amenazar su integridad, en la alegría que nos producen sus conquistas, en el disfrute que experimentamos en el juego compartido, en las palabras que usamos para señalarles los errores. En la tensión de nuestro cuerpo, en el tono de la voz, hay una pista acerca de lo que representan para nosotros. Es un trabajo arduo de la infancia ir reuniéndolas e ir tejiendo con ellas el propio ser.

A veces, sin darnos cuenta, hacemos cosas que los confunden y les dificultan este “tejerse”. ¿Qué puede sentir una niña que se acerca llorando a su papá para contarle algo que la angustia y, en lugar de encontrar abrazo, escucha y mirada, se encuentra con el ojo de la cámara? ¿Qué está aprendiendo sobre el manejo de las emociones, sobre la intimidad, sobre el respeto por los sentimientos del otro?

Cuando los niños y niñas van en busca de la atención amorosa de un adulto en el que confían y, en su lugar, se encuentran con “directores de cine”, quedan solos lidiando con sus emociones. ¿Qué pueden hacer con el miedo, la alegría, el desconcierto, la preocupación que llevaban dentro y deseaban compartir? Algunos pasan rápidamente a través del primer segundo de estupor y tapan las emociones con una sonrisa forzada a la cámara, en una peligrosa sobreadaptación; otros, se enojan y se van, en medio de un berrinche, corriendo el riesgo de que esa escena sea el contenido del próximo video. Los más frágiles, quedan inmóviles, inhibidos, sin poder entender de qué se trata eso que está pasando.

Cuando en lugar de escuchar, abrazar y acompañar el desencanto amoroso de un pequeño romántico “hacemos como que escuchamos” mientras sacamos el celu y buscamos un buen ángulo para filmar, le estamos transmitiendo un mensaje sobre cuánto nos importa lo que siente, y le estamos haciendo saber que somos dueños de su intimidad. Al punto de poder transformarla con total impunidad en un plato para que degusten otros. Es como si saliéramos a tomar un café con un amigo para contarle algo importante y al día siguiente encontráramos el video en las redes.

Conexiones fundamentales

Hablamos mucho sobre la salud mental infantil y adolescente. Se escucha en distintos ámbitos la pregunta por “estos pibes” de las nuevas generaciones. Una pregunta formulada con un dejo de extrañeza, como si –internamente y con cierta vergüenza– nos preguntáramos de dónde salieron.

Posiblemente, la punta para empezar a desenredar ese ovillo sea reconocer algo que ya sabemos: los chicos y las chicas de hoy no salieron de un repollo, son nuestros hijos e hijas, atravesados por nuestros demonios y abrazados por nuestros dioses, nombrados con nuestras palabras y acunados con nuestras canciones. Y filmados y fotografiados con nuestros celulares.

Los chicos nos miran y se miran en nosotros y van descifrando cuál es el lugar en que el mundo los espera. Porque para ellos, nosotros somos el mundo y buscarán la manera de garantizarse un lugar en él. Chiquilines, cancheros, tímidos, payasos, seductores, distraídos, sabelotodos, bufones, dulces o temerarios, buscarán la manera de estar a la altura de nuestras expectativas, sin importar el costo.

Miradas que aplastan, miradas que salvan

Todas las personas, sin importar la edad ni la experiencia que tengamos, sabemos lo desafiante que puede ser sentir que las miradas de los otros se posan en uno. Aún cuando nos hayamos preparado para eso, quedar expuestos frente a otros despierta ansiedades de todo tipo, mucho más cuando quedamos al desnudo sin tenerlo previsto. Recrear en nuestra mente alguna de esas situaciones puede ayudarnos
a dimensionar lo que esa misma situación puede representar para quienes aún no ha construido las seguridades y las herramientas necesarias para tomar distancia y diferenciarse del otro y de la realidad.

Ningún niño, ninguna niña está preparado para el protagonismo masivo, ni para procesar la cantidad de comentarios que puede recibir un posteo.

Ningún niño, ninguna niña está preparado para el protagonismo masivo, ni para procesar la cantidad de comentarios que puede recibir un posteo, aunque fueran todos buenos. Disfrutemos de su presencia infantil y hagámosles el regalo inmenso de una niñez libre de miradas en masa. Una niñez en la que puedan enojarse, llorar y decir esas cosas sin sentido tan propias de la infancia, sin que eso los lleve a ser espectáculo de nadie, solo la alegría de quienes los aman de verdad.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MAYO 2025

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