Los hijos necesitan ánimo

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El trabajo precioso de padres y educadores es ayudar a sostener a los hijos mientras se desarrollan sus capacidades y la seguridad necesarias para caminar con las propias piernas.

Cuando los niños sueñan, lo hacen a lo grande. En sus sueños todo es posible. No es fácil guiarlos con delicadeza a valorar de forma realista sus características personales y sus deseos. Puede ser una tarea muy delicada saber cuándo se debe intervenir, alabar, corregir. Los hijos tienen necesidad de apoyo, pero también de una valoración sincera de los progresos realizados y de los resultados alcanzados, junto a la seguridad de que todo lo que los padres dicen o piden es para su bien.

Para ello, los padres deben prestar mucha atención a las necesidades, a los talentos y a los deseos especiales de cada niño. No se anima “en plural”: es vital descubrir las diferencias individuales, entender cómo se enfrenta cada uno de los hijos al fracaso y a las perplejidades, o cómo logra mantener el interés por un proyecto. Cada niño es único. Animar de modo auténtico es tener en cuenta su temperamento, sus gustos, sus miedos, sus intereses y sus capacidades.

Cada niño es único. Animar de modo auténtico es tener en cuenta su temperamento, sus gustos, sus miedos, sus intereses y sus capacidades.

Para eso la segunda cosa esencial es estar presentes. Los padres deben ayudar a los hijos a ir adelante y al mismo tiempo estar preparados para sostenerlos cuando resbalan y retroceden. Algunas veces es preferible ayudarlos antes de que se sientan abatidos por la situación, mientras que en otros casos es mejor apartarse y dejar que resuelvan ellos solos sus problemas. Pero siempre podemos estar presentes con una palabra cariñosa, un golpecito en la espalda o una sugerencia oportuna.

Construir la autoestima

Sin embargo, el mejor modo de animar consiste en ayudar a los hijos a tener una visión positiva de sí mismos y de su propia capacidad. Es decir, ayudarlos a construir su autoestima. Se puede hacer dando algunos pasos sencillos pero importantes.

Los padres deben escuchar y tener en cuenta los pensamientos y deseos de los hijos. Significa dedicarles tiempo y atención. Es un modo de comunicarles que son aceptados y que sus pensamientos son importantes.

Es fundamental crear un ambiente familiar en el que los hijos puedan sentirse “buenos”, capaces de acertar en algo. Es un error pensar que los niños crecen con mayor vigor si se templan repetidamente con valoraciones negativas, órdenes, imposiciones y reprensiones.

Animar consiste en ayudar a los hijos a tener una visión positiva de sí mismos y de su propia capacidad. Es creer en sus sueños, aunque no se logre entenderlos

Los padres deben dejar a los hijos un control suficiente de sí mismos: si pretenden controlarlos de modo excesivo, les transmiten un sentimiento de inutilidad y de incapacidad. La autoestima se estimula cuidando mucho el sentido de la responsabilidad. Es importante que los niños aprendan a ser responsables y a tomar parte en las tareas de todos los días según la edad y la capacidad. Hay que animarlos a superar sus límites y a ensanchar sus horizontes. Al mismo tiempo, deben saber que los padres están de su parte, aunque se equivoquen. Es justo apreciar un trabajo bien hecho, agradecer y elogiar a los hijos sus pequeños progresos.

Obstáculos a sortear

El estímulo no se libra de algunas trampas. La más peligrosa es el cansancio que a veces asalta a los padres. Es fácil que, por ejemplo, los pequeños empleen en hacer algo por sí mismos más tiempo del que emplearían los padres en hacerlo. Cuando son mayores, puede no ser ya una cuestión de tiempo, sino de esfuerzo: los padres pueden cansarse de luchar para que los hijos hagan lo que redunda en su propio interés.

Los padres deberían organizar los horarios de modo que los niños tengan el tiempo necesario para hacer lo que están aprendiendo —vestirse, cepillarse los dientes, poner en orden su cuarto— a su modo y sin prisas. Es verdad que no siempre es posible desenvolverse bien entre miles de deberes familiares y profesionales. Pero al poner en la balanza los “pros” y los “contras” cada cosa, debe pensarse en lo importante que los niños tengan el tiempo que necesitan para aprender a hacer las cosas solos, de modo de sentirse satisfechos y seguros de sí mismos, y no llenos de vergüenza por su incapacidad de caminar al ritmo frenético de la vida.

Otra trampa en la que pueden caer los padres es proteger a sus niños de fracasos, desilusiones u ofensas, desanimándolos a que tomen iniciativas. Se corre así el riesgo de educarlos como inseguros, dependientes y poco creativos. Finalmente, los padres deben estar atentos para no empujar a los hijos a alcanzar los objetivos que ellos no lograron conseguir. Cada uno, con sus talentos personales, es un espíritu único e irrepetible.

Animar no es dar una palmadita en la espalda de vez en cuando. Es ayudar, con el ejemplo y no con las palabras, a conseguir actitudes como la generosidad, la amabilidad, la sensibilidad y la determinación; ayudar a los chicos a creer en alguna meta y a poner todo el esfuerzo para alcanzarla. Animar es creer en los sueños de los hijos, aunque no se logre entenderlos.

Por Bruno Ferrero, sdb

Boletín Salesiano, octubre 2016

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